viernes, 29 de octubre de 2010

Fugacidad.

Quizás debería maldecir lo que no entiendo aunque sepa como funciona, pero no me aturde la incomprensión de los hechos. Dejo que todo me afecte, y eso está bien.
De eso se trata esta rutina plomiza que invento con descaro, a destajo.
No suelto ninguna súplica, no tendría por qué hacerlo. En realidad lo que me colma o me calma, es la quietud, cierta pausa que me ablanda, que me pone a hilar ideas suaves.

Ésta es quizás la característica que más me dibuja, no logro pasar por los eventos siendo una brizna que el viento lleva, traigo mi propio peso, lo he traído siempre, me lo ha otorgado la vida. Los eventos me comunican algún mensaje profundo, puedo ver que en cada movimiento el destino se está labrando así mismo, va siguiendo el itinerario que inventa y renueva sin pausa ni fatiga. Yo no estoy aquí como testigo de lo que se mueve o está quieto. Mi cabeza se conecta con todo, incluso a través del tiempo. Los sucesos del pasado se mantienen actuales, tienen una voz clara que hace presencia con sus conclusiones y propuestas, imponen una bitácora indeleble que se hace oír por encima del estruendo que llega.

Todo lo concibo sin rabia, sin ansiedad, sin ninguna esperanza, y quizás el no esperar nada me hace sentir victorioso, me hace sentir que aunque no soy un héroe, sí llego al final del día con un triunfo agradable, con algo para exponer, nada que deba ser incluido en los registros de proezas, sin embargo.
Me refiero a un triunfo sencillo que me deja un buen sabor en la boca y una sonrisa que dice, así también vale la pena vivir, así también llevo a buen término mi tarea, esa tarea que me he impuesto. En últimas nada ha sucedido contra mi voluntad. Mis pasos son estos, este mi ritmo. Cada movimiento es el resultado de lo que he ido construyendo con mi evolución. Le pongo a mi cabeza y a mi corazón el alimento que he concluido me nutrirá. He escogido el verbo, el matiz, el aroma, la melodía, el hábitat.
He seleccionado mis movimientos y he ido afinándolos a punta de reflexiones, de tachones y poda.
Quizás todo hombre deba hacer de su espíritu un bonsái, embellecer mientras empequeñece, agrandarse mientras se reduce.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Tinta Húmeda 1.

Embeleso Magenta.



Mujer
eres alacena de colores.
Rosados pezones,
pubis negro veteado de marrón,
rojo intenso en la madriguera del fuego,
blanca sonrisa humedecida de besos,
cabello de cobrizas ondulaciones,
borrasca magenta
que insinúa un lienzo medieval.

El matiz de tu piel
es imposible de nombrar,
ceniza rosada,
amanecer de leche azul,
penumbra barnizada de ámbar,
cáscara de jengibre.

La luz es un manto que cae
sobre los giros de tu cuerpo,
invasor de mis días,
murmullo que aturde,
embeleso acalorado.




Alz-Ram.

Blanco.

Los eventos avanzan con desgano, con la complicidad de la modorra que traen los días de lluvia. Me encierro. Miro desde el balcón los rayonazos con que el aguacero ha tachonado el horizonte. Me burlo del poder del agua con un resoplido irreverente, como queriendo decirle, "hacé lo tuyo que yo hago lo mío". ¿Y qué es lo mío, en últimas? Esta verborrea inconclusa.
Lo sé, esta manía estéril de digitar divagaciones me ha ido creciendo una joroba de tanto estar agachado sobre el teclado.

Vivo en silencio. No creo tener un recuerdo nítido de mi voz. Quizás deba recurrir a la video cámara para guardar un poco de mi propio sonido. Pero qué diría?
Como me hubiese gustado ser un juglar de esos que improvisan coplas desde su burla o su desencanto, tocar la guitarra y dejarme ir en canturreos que superen el abejorro de la lluvia.
Seguramente terminaría labrando piropos para alguna mujer imaginada o recordada, y sería tal el matiz cursi de cada verso que mi propia náusea me obligaría al silencio de nuevo.

Creo que esta quietud es por lo pronto mi mejor rutina. Iré por algo de vino.

martes, 26 de octubre de 2010

Temprano En La Mañana.

Claudia vive en el sur y trabaja como asistente en una clínica al norte de la ciudad. Hoy tuvo suerte de coger puesto en la buseta, usualmente en la mañana pasan repletas. A su lado va un joven de aproximadamente 28 años de edad, traje ejecutivo y portafolio sobre las piernas.
Cuando ella se sentó él le sonrió.

—Parece que ahora sí llegó el verano— dijo sin mirarla, observando los árboles de los andenes iluminados por el sol.
—Pues ojalá, tanta lluvia ya me tenía aburrida— comentó Claudia, y al instante activó un mecanismo que consiste en sostener la conversación mientras por su cabeza van pasando frases que ilustran su pensamiento.
“Este ya va empezar a gallinacearme.”
El hombre la mira despacio y ve a una mujer bella, el uniforme de oficinista no deja ver mucho pero insinúa buenas formas. Se ve alta.

—Pero veo que aún lleva paraguas—
—Si. No me confío—
—Hace bien, y va para el trabajo me supongo—
—Así es—
—Yo también. Trabajo en el Edificio del Comercio—
“No demora en preguntarme qué hago los fines de semanas.”
—Y usted que hace? —
—Soy secretaria—
—Ah que chévere, y también trabaja los fines de semana—
“Lo sabía, este tipo es un perro”.
—Sólo los sábados hasta el medio día, después quedo libre—
—Yo en cambió nunca tengo un día libre—
—Por qué, usted qué hace? —
—Soy vendedor de cosméticos en las agencias de Top Models—
“Ah no, este tipo lo que quiere es venderme sus productos.”
—Usted tiene un rostro muy hermoso—
—Ay gracias, pero no le creo—
—En serio, a usted le caería estupendo alguno de los kits que yo promociono—
“Nunca fallo. Qué dijo, ésta ya mordió el anzuelo”.
—En realidad en el trabajo nos prohíben maquillarnos—
—Pues que lastima, usted se vería divina. A mi me encantaría tener rasgos tan finos como los suyos. Si yo fuera mujer me maquillaría bien espectacular—
—Ja, ja, já…
“Este me salió gay.”
—No se burle, los atributos físicos que la naturaleza nos da son para explotarlos—.

Claudia no resiste la tentación de observarlo y ve que efectivamente es un tipo que se cuida, sus manos tienen las uñas arregladas, va bien afeitado y huele rico. Él la mira sin incomodarla y ante la evaluación que ella hace, le ofrece una sonrisa tierna, casi melosa.
“Definitivamente es gay.”
La buseta ya ha cruzado la zona de tolerancia y dejado atrás basuras de las que el sol arranca vapores descompuestos. A buen paso se aproxima a los almacenes del centro.

—Bueno, aquí tengo que bajarme. Que tengas buen día, Preciosa—
—Adiós, que le vaya bien—

El hombre timbra, la buseta se detiene y él se baja.
“Caramba, si que me encuentro tipos raros.“
La buseta sólo ha avanzado un par de cuadras cuando Claudia grita:
—Ay jueputa mi celular. Chofer, pare que me robaron!

lunes, 25 de octubre de 2010

Este Hombre.

Poeticuento.


Es tan intenso. Le ofrezco mis labios para un beso y me invade con su lengua, casi una serpiente saturando mi garganta. Quedo empavonada y sin aliento, es tan veloz que sólo atino a rechinarle los dientes. —Podría abofetearlo por eso—.

Hay días que sus besos son una visita afortunada, me dejan en vilo un instante que ruego se prolongue. Me abraza con tal precisión que su cuerpo suplanta mis ropajes, es firme, cálido, y afloja en el momento exacto sin dejar magulladuras.
Sus ojos me limpian la mirada pero son tan nostálgicos que no creo que haya corazón que los aguante. Al atardecer su silencio es acogedor.
Nunca me gusta cuando me agarra al descuido o mete su mano bajo mi blusa. Me siento prisionera —podría abofetearlo por eso—.

Sobre mi rostro sus caricias son otro asunto, sus dedos tienen el toque de un ángel. Dice frases que me desatan, ya de cólera, ya de risa. Es insólita su manera de descorrer el pestillo de mis desaires.
Creo que tiene miedo, camina contando los pasos. A su espalda caen sombras deshilachadas y es como si un quejido lo persiguiera. Siempre trae manchas de sangre en la camisa en el lado del corazón.

Le perdono todo, sus asaltos de caníbal, sus ojos de invierno, la rigidez de su ceño, sus sueños desolados, todo. Pues al voltear siempre está ahí con su pulso firme, con su verbo intacto.

viernes, 22 de octubre de 2010

Rutina Antigua.

Poeticuento.

El transporte me inspira cuando viajo a través de la ciudad. Me recuesto a la ventanilla para olvidar las botas puntiagudas de quien va a mi lado y me zambullo en espejismos para el fin de semana. La jovencita cerca al piano es la bailarina de leve acento francés, su mirada un poco temerosa y fuerte me cosquillea en la espalda cada vez que parpadea para acomodar sus lentes de contacto, quisiera desnudarla y abrazar sus senos diminutos, dejar mis labios en sus pezones hasta que las pecas de su bronceado se muden a mis mejillas. Salgo de la ensoñación y ya estoy en mi pocilga a punto de iniciar el ritual del viernes en la noche, mezclo hojuelas de avena, ripio de coco y cáscara de arroz para que mi alma digiera sustos y emulsifique el llanto adiposo. En el CD de Blues un negro arroja pentagramas desde su vozarrón, mil acordes se clavan en mis ojos y extraen cubitos de hielo del almacén de la nostalgia. Llega otra vez la imagen de la doncella con las zapatillas de danza pendiendo de su cuello, pone sus labios gruesos allí donde el deseo me robó la saliva y la humedad de su lengua es leche fresca. La voz queda limpia como un arroyo. Preciso de un cigarrillo, un masaje en la espalda, un libro nuevo, una carta de amor clandestina, otra máquina de afeitar. 1990.

viernes, 15 de octubre de 2010

Evolución?

Quizás ser evolucionado consista en reconocer qué sentimos y cómo. Tener el valor y el talento para rastrear como nace y se expande cada sentimiento, o se reduce.
Estar dispuestos a cambiar la manera de pensar sobre lo que sentimos, y el modo de reaccionar con lo que sentimos. Y todo esto en relación con los otros. No es sólo la tarea de aprender a relacionarme con lo que yo siento pero también aprender a relacionarme con lo que los demás sienten; y por qué no, aprender a mirar cómo es que los sentires propios y ajenos se relacionan entre sí, cómo hemos sido entrenados y nos auto-entrenamos para sentir y permitimos ser acertados en este asunto.

Quizás ser evolucionado es tener el talento y la fuerza para calibrar lo que se siente en pos del beneficio individual y de grupo, aldeano y global, presente e históricamente. Es decir, aportar a la evolución total con nuestra evolución individual.

¿Cuál sería el parámetro de medición para saber si lo que se está haciendo es lo adecuado, lo acertado?
Seguramente los resultados y los beneficios recibidos por todos, el nivel de alegría y ansiedad bien combinados, los cambios de ritmo, la renovación de los anhelos y la fabricación de rutinas atravesadas por sueños palpables.

¿Ser una persona evolucionada con respecto a qué?

Conocer el tramado de los lados oscuros, calibrar los pasos, tener almacenados recursos para improvisar, ser arrojado y tener pausas bien sincronizadas, ponernos a prueba constantemente y alzarnos de hombros a voluntad y sin remordimientos. Hacer el sacrificio requerido.

Ser evolucionado...
Saber recorrer el sendero que nos lleva al fin. Ir con las manos vacías y el corazón tranquilo.

jueves, 14 de octubre de 2010

Amantes.

Los amantes son personas que tienen relaciones sexuales y eróticas con regularidad. Los pueden ligar muchos afectos. Sólo que no los unen compromisos afectivos.
En los amantes no hay afecto amoroso, hay afecto amistoso, el cual podría llegar a ser profundo. Es posible que un amante sea un amigo del alma.
Las expectativas de los amantes sobre su relación no son de salvación (esa que se delira el amor traerá) sino expectativas (curiosidades) de placer. No hay expectativas gigantes por lo tanto tampoco hay grandes frustraciones. Si se toman un café está bien, si conversan es entretenido.
Si se dieran expectativas afectivas posiblemente se generaría una dependencia nociva.
Los amantes no cubren vacíos afectivos y no buscan cubrirlos, nada demandan. Insisto, el intercambio de placer es su mayor característica. Son libres, solo se unen para ir juntos donde su deseo sexual los lleve. Conocen los límites de su relación y su objetivo único: el placer. Les gusta pasarla bien.
Los amantes coinciden en algunos aspectos de su vida pero en lo esencial es el placer su mejor conexión, lo cual dejaría por fuera enormes riesgos de sufrimiento. Un amante descubre terrenos eróticamente recónditos, se funde contigo, late, gime, sigue tu ritmo. (Si no es bueno en el sexo no merece ese título.)
Y, si los amantes involucrados tienen el componente de la reflexión, quizás se den expectativas de conocimiento sobre el ser humano, el amor, la pareja, el sexo, la vida...
Claro, es posible que una relación de amantes se convierta en amor, lo cual dejaría de lado mucho de lo anterior.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Voces Paralelas.

Mis días se desenvuelven llevando hacia adelante dos frentes que avanzan juntos. Visibles para el ojo aguzado, cercano. No hay una dualidad. Soy uno viviendo dos líneas de pensamiento al mismo tiempo.
La puesta en escena tiene un lenguaje levemente histriónico.

Toda certeza o espontaneidad en el guión con que escribo mis días apunta a la construcción de lo real. Los gestos que hacen coro con el vibrato en la voz, el orden de las palabras escogidas, la cadencia al ser pronunciadas (su soltura y su vehemencia), los pensamientos que engendraron las ideas, los ademanes sueltos con que dibujo el escenario, la claridad en la mirada y la verdad como recurso único de narración, ilustran la fachada con que me presento ante el mundo cada día.

Todo esto, puedo asegurarlo, es la punta del iceberg de lo que llevo guardado. Es decir, de la estructura interna que me sostiene. Ese es el segundo frente. El rumiar silencioso con que me hablo sobre el pasado, lo que voy viviendo y lo que está por venir. Y me hablo con dialecto de libro, con recursos de novelista, con alcances de locutor.
La Palabra me ayuda a pensar y me aclara los sentires.


Foto tomada por Anuar Bolaños.

martes, 12 de octubre de 2010

La Amalgama Interior.

Cada persona se va construyendo con lo que su esencia atrae. Bueno, primero es un balde en el que se van depositando hechos. Luego es un imán que atrae unos sucesos y repele otros. Todo se mezcla. Alternadamente se es una esponja o una roca, arcilla y cobre. Nunca agua, jamás viento. El tiempo nada moldea. Cada cabeza arma el itinerario por donde desea deambular. A partir de cierto punto en la evolución de su existencia cada ser se construye a sí mismo. Sus ansias de ser son las que eligen lo que lo nutrirá, el camino a seguir, las aldeas que abandonará. No existen el ensayo y el error. Nada se da al azar. Nada es en verdad un delirio. Todo cabe dentro de lo posible y lo existente. Hay penumbras y luces pálidas. Hay melodías y estridencias, hay pausa.

Se podría pensar que el evento más triste en la existencia de cada ser es el desconocimiento de su propia naturaleza. Cierta ceguera con que avanza no le permite verse en la medida requerida para alcanzar el control de sus movimientos. Toca admitirlo, el control de la existencia es lo que se persigue o se anhela. El control, no el conocimiento. Pero es el conocimiento el que eventualmente aportaría el control. No se reconoce el por qué de la frustración ni qué la causa. El conocimiento de lo que se acarrea dentro sería el espejo que mostraría lo que hay, lo que nos habita. La ansiedad lo ha empañado.
Bestias y monjes, sátiros y querubines, Adonis y Engendro, torbellino y remanso. La amalgama que sostiene la vida impulsa los pasos.

Esto han dicho: La congruencia, "...que lo que tú sientes y piensas sea igual a lo que dices y haces." Unidad. Ser uno solo, un solo ente. No existe tal cosa. Cada ser es un engendro que se bifurca y se bifurca y se bifurca. Ya sea de luz, ya de sombra, o el intermedio: la penumbra, el duermevela. Medio dormido, medio despierto.
Quizás los santos alcancen ese estado de unión total, dentro, muy dentro. Entonces pueden salir a mostrar sus logros, educar con el ejemplo pero sobretodo con la palabra.
¿Y luego? Nada. Siempre triunfa la nada.

Perspectiva.


Foto tomada por Anuar Bolaños.

No he querido hoy recibir la luz. Es domingo, muy temprano. Han sido días lluviosos, sin tregua, y el arranque del día es frío, grisáceo.
De costumbre lleno la casa con las luces amarillas de los focos, pero hoy he querido la penumbra. Ya muchas otras veces la he perseguido. Usualmente, en días de semana, a las seis de la mañana ya ha amanecido y estoy listo a salir de casa. Antes de cerrar la puerta tras de mí, echo un último vistazo al interior y veo la luz de la mañana entrando por la ventana del patio hacia el cuarto de los libros, cae sobre la mesita circular donde tengo mis papeles en desorden dándoles un grosor inesperado. Esa luz, esa penumbra, siempre me hacen sentir la tibieza del hogar, aunque viva solo.
Me siento abrazado por mi hábitat, dueño de un rincón que es mío y me espera a cada regreso. A veces me invaden deseos de no querer ir al trabajo, de devolverme a gozar las primeras horas del día sumergido en mis reflexiones, con música clásica de la radio, apenas perceptible, y tal como en este instante, con la cafetera destilando el aroma del café que me inunda con recuerdos de mi niñez cuando me levantaba y hallaba al viejo haciendo un ritual parecido al que he fraguado hoy.

También es cierto que esta sensación de tibieza, este acogedor permanecer rodeado solo de mis volteretas mentales, es apéndice de otra sensación más fuerte que me ha acompañado largo tiempo y es la de buscar un sitio de poder, un lugar donde sentarme a escribir sin cortes, a dejar que por fin todo lo pensado llegue al papel.
Sé que habría muchas cuartillas para almacenar y corregir luego. Esa labor ya sé como realizarla. Pero la primera, la inicial, la de sentarme en el punto que sirva de antena receptora y motor de acción entre ideas y redacción, no he podido hallarla o construirla. Hace años tenía ese centro, una mesa en el antejardín de la cafetería cerca al trabajo donde cada mañana, acompañado de café, gastaba un par de horas haciendo cartas como ésta. Toda la escena era el impulso, la esquina, la perspectiva sinuosa de la avenida, la cortina de montañas a un lado semiborrada por la neblina, el olor a pan recién horneado, la conversa adormilada de la mesera, el frío en mi cuerpo siempre poco abrigado y cierto silencio dentro de mi cabeza que desatendía los ruidos del tráfico o las voces de otros clientes, y más bien permitía a mi rumor de adentro alcanzar la nitidez y la pausa exactas para que yo pudiera oírlo y escribirlo sin perder palabra. Todos esos elementos se esfumaron: los colores, los matices, olores, sabores, sonidos de fondo, rostros del día a día..., todo se fue.
Quizás por eso la penumbra de mi casa, este frío que entra por la ventana, mi jarro de café, este rincón en que escribo; sean una aproximación a ese estado pasado, a esa cafetería y, más atrás, a las mañanas en casa de mis viejos cuando era un muchacho que no podía agarrar ni una idea completa.
Esta sensación es la acumulación de la añoranza, un resumen de imágenes visuales, sonoras, olfativas, gustativas, de piel, que se agolpan en mi mente y todo mi cuerpo, y sirven de semilla y abono, punto de partida y sendero; y esa neblina coronando las montañas, ese claroscuro acentuando los bordes de mis libros, esta pausa de domingo en la mañana, son casi el poder exacto que catapulta mi deseo de escribir. Me falta la perspectiva visual, el paisaje en fuga, el espacio abierto; y esto debe ser una metáfora de lo que ocurre en mi mente, quiero decir, la falta de perspectiva, la proyección hacia adelante, lograr por fin adentrarme en esa neblina penumbra que más que invadir mi mente es la dueña de lo que siento y soy.
No busco la claridad, incluso no busco la lucidez.
A lo mejor soy esclavo del deseo de entenderlo todo, de querer conocer más de lo que necesito o puedo usar. Y puedo admitir, hoy, con algo de gusto, que estoy logrando no preocuparme innecesariamente por lo que no puedo controlar. Me quedo quieto sin alzarme de hombros. Digo, Así tenía que ser, después vendrá algo distinto.
Pero, muy a pesar mío, no he alcanzado todo el nivel de calma que me deje deshacerme de la costumbre de estar rumiando cada detalle de la vida.
No logro desacartonarme del todo, sigo rígido, cuadriculado, sin dormir bien.

Por eso vuelvo a la búsqueda de ese sitio de poder que me relaja, que reduce la tensión al nivel exacto que requiere mi voz para salir fluida y lenta y cadenciosa.
Busco ese tono, ese ritmo, ese avance sin sobresaltos que no pretende realizar giros sorpresivos sino ir ganando conclusiones livianas, llenas de un regocijo tibio; no certezas grabadas en el mármol sino párrafos entretenidos que bosquejan alguna de las tantas verdades de que está armada la vida, y a la vez, proporcionan situaciones, parlamentos que serán las piezas bien encajadas de un cuento o una novela.
Esta es, en definitiva, la petición que le hago a mi rutina, que me obsequie, o permita construir, el escenario que absorba y canalice lo que me llega de afuera a poner orden en lo de adentro para narrar con tino mis añoranzas y nostalgias, mis fantasías y delirios, mi saber, mi blanda humanidad de niño.

lunes, 11 de octubre de 2010

Merienda Casera.

Hot Chocolate.



Autor de la foto: Anuar Bolaños


Pan de centeno cubierto de manteca de illa y mermelada de zarzamora,
queso manchego de cabra cortado en cubitos de dos por dos,
rodajas de salchichón serrano con mostaza francesa Maille,
chocolate con leche preparado en la olleta de la abuela,
espumoso, caliente, muy dulce, espeso...
La ventana abierta, el frescor de octubre, la suave penumbra.
En el aire, el Blues derretido de mi lejano amigo Hawkeye,
sigiloso como un murmullo.
Todo en compañía de mi amante más leal, Miss Lonliness.




Domingo 7:30 am.

sábado, 2 de octubre de 2010

Se Busca.

Me gustaría una mujer intelectualoide y con sentido del humor mediano, de una perversidad medida que le permita ser sensible sin llegar a ser floja. Sarcástica pero respetuosa en aspectos vitales. Que sepa burlarse de ella misma para quitarse la basura de la cabeza, que cuando se requiera seriedad y cordura las pueda asumir. Aguda en algunos temas y reflexiones sin pedantería ni intensidad. Crítica, peliona y casi justa. Tierna en mis momentos de resquebrajamiento y también por hobby. Que la ternura sea un componente innato en sus quehaceres y ademanes, y fluya sin esfuerzo.
Que me admire un poco y me lo deje saber de vez en cuando. Que me critique duro pero me tienda la mano. Que intuya cuando dejarme solo sin sentirse desplazada. Que me trate con cierto matiz sarcástico y cierta perversidad. Que me asuste de vez en cuando para mantenerme alerta. Coquetamente volátil para admirarla a distancia mientras se evapora. Sensual de modo imperceptible, que me derrita con sólo anunciarse. Que me asalte por sorpresa.
No muy averiada por dentro ni por fuera, o al menos a la altura de mis averías.
Con sabidurías atestiguando caminos recorridos, abandonos sufridos a voluntad o a la fuerza.
Una mujer así para llorar de gozo por haberla hallado aunque en realidad no la tenga.