sábado, 16 de noviembre de 2019

Lady Friend.







Esta tristeza es dulce
benévola
no me adormece
ni fatiga
Quizás me impone
un andar cansino
el hábito inoficioso
de pensar finales felices
para los días vacíos
en que medio vivo.
De noche me acompaña
mientras tomo té de piña
y como pan de ajo
y oigo las noticias de la radio
-el mundo sigue loco-.
Mi tristeza
se queda junto a mí
cuando doy vueltas sin dormir,
pero no me dice nada
sabe que no presto atención
a las derrotas,
me he vuelto un hombre
silencioso,
agradecido por no tener deudas
de amor ni estar esperando
premio alguno de la vida.



domingo, 6 de octubre de 2019

Huesos.





HUESOS


Casi todo en mí es biodegradable
los sueños
las promesas
el amor.
Después de morir
los huesos duran por su vocación de cimiento,
el tiempo demora en derrotarlos
pero hay tantos en el mundo
que ya no son coleccionables.
Si hubiese sido un saurio
los siglos harían petróleo con mis huesos.
Fui poeta
mis restos son versos mutantes
invencibles.
Ese fue el soplo con que Dios
los impulsó.
Las palabras siempre retoñan
en todo terreno
en toda época.



Anuar Bolaños.



jueves, 28 de febrero de 2019

Se Ha Marchado.







Yo tenía una mujer buena. Pero un día se marchó porque quería conocer el mundo. Le empaqué la maleta, le hice un fiambre para el camino y le di un beso en la frente. Mientras se alejaba la miraba desde el zaguán y le ondeaba una mano.
Los días sucesivos fueron grises. Lentos y silenciosos. Me sentía extraño.
Empiezo a creer que amar desgasta. A mí mujer la gastó el espacio reducido de mi vida. Mis días blandos y sin tropiezos. No éramos felices ni sufríamos, no ocurría nada espléndido entre el alba y el ocaso. Yo trabajaba en la oficina, ella cuidaba la casa. Al juntarnos contábamos lo vivido como leyendo un reporte en un salón vacío que no hace eco. Yo no pensaba en nada, pero mi mujer siempre tenía sueños fantásticos, de viajes y lugares lejanos. Le regalé un libro de fotografía con las 100 ciudades más hermosas del mundo. Por allí se fue. Se volvió adicta a los hoteles. Cada fin de semana me llevaba a pernoctar en uno distinto hasta que se acabaron. Empezamos a ir a ciudades cercanas que no eran muchas. Pronto nos quedamos sin itinerario. Entonces ella empezó a soñar con Lisboa. Consiguió empleo en una fábrica de jabones y al cabo de seis meses ya tenía pasaporte.
Hoy me envía postales de pueblos medievales que se notan un tanto fríos como mi ciudad de estos días.
Yo no siento mucha tristeza, aunque añoro su voz. Hablo solo en casa, digo mis reportes del día a la habitación vacía. Al principio estaba seguro de que mi mujer volvería para la navidad, pero creo que lo mejor es no hacer planes.
La última postal llegó desde el lejano oriente y hablaba de estar aprendiendo el idioma. Yo calculo que dominar esa jerigonza milenaria le tomará al menos una década.