domingo, 24 de febrero de 2013

Digo...



 

He dicho a Mariana tantas veces que soy un tipo excéntrico que he terminado creyéndolo. Quizás también debería confesarle que tengo las pelotas escaldadas por el calor de fin de año.
Hoy quedé atrapado en el cuarto de huéspedes mientras jugaba al inquilino extranjero. Fue necesario destruir la chapa para poder salir.
Llené las cubetas de hielo con vino tinto. A mitad de la tarde serví un vaso de vino a temperatura ambiente. El calor derretía la madera. Puse cubos congelados en mi copa: vino tibio enfriado con vino glacial. Ven que sí soy excéntrico.
En las noches soy asaltado en los tobillos por zancudos amazónicos. Ando desnudo pero uso largas medias de hilo de jugar fútbol.
Hace años decidí no citar a nadie en la redacción de mis pensamientos. Pero en mi cabeza, en los recuerdos que acumulo y revivo, muchas voces dictan las frases con que armo estas bitácoras.
Somos varios los que hablamos por turnos en esta carrera de relevos. Nos pasamos la posta, vestimos el uniforme, pertenecemos a la misma generación, corremos desbocados y sin norte.
Toda mi suerte se condensa en Mariana Carbonell. Esta jovencita diminuta, inestable, impredecible, que jura amarme indefinidamente al tiempo que planea escurrirse por la puerta lateral cuando yo voltee a mirar a esa otra hembra que pasa con ojeras de monja ninfómana rumbo a su empleo en un almacén de extremidades ortopédicas. (En realidad mi mujer anda en busca de un Cromañón que le sacie la entrepierna. Habla dormida).
Limpio las gotas de sudor de mi frente y quedo suspendido sin saber qué decir. No es fácil sostener esta lógica incongruente antes de sapotear temas de reflexión para decidirse a seguir una línea de confesión honesta.
Organizar las perversiones en una narración inodora exige haber evolucionado hasta alcanzar el estado excelso de profeta galáctico más astuto que cualquier mesías inventado hasta el momento.

Mierda. Perdí mi turno.



domingo, 17 de febrero de 2013

Idea.


6:45 a.m.

He decidido que al hablar, sobre todo cuando discuta, lo que diga sea expresado de manera explícita y directa. No usaré la ironía, el sarcasmo ni el doble sentido, no habrá adornos ni reverberaciones, no estallarán ecos pero sí se asentará el énfasis.
Las palabras serán escogidas, se confirmará su sentido adecuado para el contexto y se presentarán sin titubeos. No sonarán susurros ni berridos. Se ejercerá la vehemencia sin emoción desbordada, el mensaje será solidario sólo con la verdad, no permitiré la formación de fisuras, ni daré pie a evasivas.
No tomaré atajos ni extenderé la ruta. No usaré metáforas ni oraciones largas.
Mi rostro lucirá inexpresivo pero no plano, los gestos surgirán sutiles, nunca en forma de muecas. Los ademanes flotarán pausados, jamás en aspavientos.
El tiempo del discurso durará lo justo para no causar rechazo ni resentimientos.

Todo esto haré al hablar conmigo mismo sobre la existencia y el mundo.

 

 

domingo, 10 de febrero de 2013

Objetos.



Objetos



Siempre soy otro a esta hora de la mañana  en que leo mi libro mientras vigilo el paso del tiempo en mi reloj de pulsera. Sin otro oficio que respirar, adopto una pose cómoda y me empeño en ser una estatua tibia que palpita poco. En vano espero que un evento nuevo trunque el paso sincronizado del día. Todo transcurre idéntico a sí mismo en este bodegón tridimensional que es mi vida: una taza de café, un trozo de pan, mis anteojos, y un cúmulo de conclusiones inoficiosas sobre lo que significa existir cuando el itinerario de la juventud empieza a agotarse y sólo me queda el recurso estéril de escribir estos balbuceos para no olvidar que sigo vivo y que a las 8:00 a.m. comienza mi turno en la oficina.