Los obsequios de la vida
no los puedo agarrar con la mano pero van conmigo dondequiera. Tengo una voz en mi cabeza que nunca para de
hablar historias. Esa voz se encarga de hilar ideas, de abrir puertas, de
descubrir rostros que son pinturas formando una galería de arte viva que actúa
sainetes, divertimentos, pantomimas que son el andamiaje con que los humanos se
construyen a sí mismos y yo elaboro soliloquios en mi cabeza.
Un aletargamiento
iluminado de amarillo ocre me mueve sin descanso y la cadencia en mi respirar
desbarata el mecanismo del ahogo, quita a la taquicardia todo protagonismo. El
agridulce de los suspiros se ha hecho un manjar fresco.Mis ojos ganaron la fuerza para ver figuras nítidas en el fondo de la penumbra, mis manos alcanzaron la pericia con que se labra el pan o se toca la guitarra. Gané una melancolía laboriosa que no para de descubrirle a los atardeceres manchones mentolados y se embriaga con el olor del monte y se nutre con la holgura que da aceptar que el camino en que se avanza es el justo, por entretenido, por templado.
He recibido la pausa y la indiferencia. El horizonte que quedaba a dos calles se desplazó más allá de donde el mar culmina y hoy no planeo más que el paso que voy a dar a continuación. Mi equipaje se redujo a un cepillo de dientes y una cachucha para la lluvia. No le peleo al día sus afanes, ni le suplico a la noche su frescura. Recibo el ritmo con que los eventos giran a mi alrededor sin contagiarme de su vértigo ni desatenderlos del todo.
Terminé por aceptar que las personas son los patrocinadores de mi rostro. Copio sus gestos para mimetizarme en la multitud, para ser uno más con ellos y uno menos en la historia.
El tiempo sigue siendo el aliado que gasta lo inútil y reafirma lo que es, lo que a cada cosa le corresponde ser en este engranaje total, lo que perdurará.
Hay un vacío delimitado y una nada oficiosa que me sirven de hábitat. La soledad calza mis zapatos y se embadurna con mis delirios, me abraza como a un hijo.
Mi sonsonete ha adquirido un estribillo pegajoso que se abre camino por entre los pregones rancios con que otros gastan su cordura. Ninguna voz me aturde aunque todas me hipnotizan.
Vivo la soltura de no ser nadie sin sentirme atormentado ni orgulloso por eso. No me sorprendo de lo que voy aprendiendo ni lamento lo que el olvido ya difuminó. Voy liberando desahogos que se sostienen con poco combustible y dejan mi estampa tapizada de líquenes frescos.
Soy un zombi vegetal.
Las mañanas son un
verdadero inicio sin premuras ni itinerarios. Me invito a saborear las horas
con el ímpetu de quien improvisa su bailoteo. No sé a donde voy, mis pasos
eligen su ruta. Renuncié a estar rumiando el bagazo del pasado, bebo en los
manantiales del azar el elixir que la vida obsequia pues es el único maná que
se recibirá. Voy sin miedo, sin esperanzas.
No hay más nirvana que el día que nos gasta ni mayor paraíso que los adioses recibidos.
No hay más nirvana que el día que nos gasta ni mayor paraíso que los adioses recibidos.