La
tarde está sola y silenciosa.
Mrs.
Dalloway mira por la ventana la calle vacía.
El
café se destila con la parsimonia del tiempo.
El
invierno se tomó un respiro,
hace
sol y brilla el aire.
El
barrio toma la siesta larga del domingo.
En
mis recuerdos suena el violonchelo
que
oí en una película japonesa
sobre
el ritual de la muerte.
Madre
partió hace dos años.
La
mujer que habita mi casa
lleva
varias vidas.
Ella
tiene la bondad de obsequiarme
la
mejor versión de su corazón,
su
ternura me basta para aceptar
que
soy tipo con suerte,
uno
que degustó el vértigo de la noche
y
pudo regresar del desquicio.
Entiendo
que el amor
nunca
es un huésped vitalicio
y
su visita ocurre tan sorpresiva
como
fugaz.
Tiemblo
cada que llega la mañana
y
frente a mi
tengo
un día desocupado y ajeno.
Finalmente
le
pertenecemos a la nada.
No
es cierto que la tarea cumplida
traiga
la calma.
Estamos en deuda siempre.