martes, 18 de septiembre de 2018

La Tarde.





Era el final de agosto. El mes de su cumpleaños. Todo respiraba con la tibieza del verano. Una llovizna inoportuna cayó al medio día sin anunciarse. Mojó los carros, los árboles, las mesas sin parasol del restaurante frente a la oficina e hizo maldecir a los meseros. Quienes buscaban sitios donde almorzar se acurrucaban en tríos bajo un paraguas compartido y caminaban a salticos. 
Iván fumó su tercer cigarrillo del día guarecido bajo el alero del edificio del Banco Central recostado a la pared. Abandonado a ideas inoficiosas, fatigado, miró el tráfico atascado en la Avenida Octava y soltó una mueca de burla. Tanta prisa innecesaria y ruidosa. La vida le resultó poco creativa en su manera de armar los días de la gente. Todo repetido y predecible. Y, sin embargo, tan difícil de entender.
Marcela le dijo que no vendría a almorzar con él y eso lo dejó sin apetito. Era la segunda cancelación de la semana. Se saturó de café y galletas de leche mientras gastaba la mañana organizando documentos de casos por revisar. Ella iría a la barra de sushi con los compañeros del trabajo aprovechando el dos por uno de los miércoles. En la noche le hablaría de postres y jugos alternativos y él la escucharía en silencio, sin entenderla.
Decidió quemar el resto del tiempo de almuerzo en la miscelánea al voltear la esquina. No le molestó mojarse con el polvillo de agua que aún flotaba, aunque el pelo mojado hiciera más evidente su calvicie prematura.
Con el saldo de la tarjeta del salario compró un par de aretes de plata decorados con gemas azules que harían juego con el vestido que Marcela escogió para el cumpleaños de la abuela.  Reunión obligatoria a fin de mes en la casa donde creció con varias tías ardorosas. No quiso meterse en los recovecos del pasado y regresó antes a su cubículo. Ni una taza más, se dijo al ver restos de café sobre el escritorio.
Llamó a Marcela y hablaron un par de minutos sobre comidas y dietas y rieron con ocurrencias de platos exóticos para el fin de semana. A pesar del peso de la rutina, el amor los mantenía a flote sobre las aguas del desencanto.