Era el final de agosto. El mes de
su cumpleaños. Todo respiraba con la tibieza del verano. Una llovizna
inoportuna cayó al medio día sin anunciarse. Mojó los carros, los árboles, las
mesas sin parasol del restaurante frente a la oficina e hizo maldecir a los
meseros. Quienes buscaban sitios donde almorzar se acurrucaban en tríos bajo un
paraguas compartido y caminaban a salticos.
Iván fumó su tercer cigarrillo
del día guarecido bajo el alero del edificio del Banco Central recostado a la
pared. Abandonado a ideas inoficiosas, fatigado, miró el tráfico atascado en la
Avenida Octava y soltó una mueca de burla. Tanta prisa innecesaria y ruidosa.
La vida le resultó poco creativa en su manera de armar los días de la gente.
Todo repetido y predecible. Y, sin embargo, tan difícil de entender.
Marcela le dijo que no vendría a
almorzar con él y eso lo dejó sin apetito. Era la segunda cancelación de la
semana. Se saturó de café y galletas de leche mientras gastaba la mañana
organizando documentos de casos por revisar. Ella iría a la barra de sushi con
los compañeros del trabajo aprovechando el dos por uno de los miércoles. En la
noche le hablaría de postres y jugos alternativos y él la escucharía en
silencio, sin entenderla.
Decidió quemar el resto del
tiempo de almuerzo en la miscelánea al voltear la esquina. No le molestó
mojarse con el polvillo de agua que aún flotaba, aunque el pelo mojado hiciera
más evidente su calvicie prematura.
Con el saldo de la tarjeta del
salario compró un par de aretes de plata decorados con gemas azules que harían
juego con el vestido que Marcela escogió para el cumpleaños de la abuela. Reunión obligatoria a fin de mes en la casa
donde creció con varias tías ardorosas. No quiso meterse en los recovecos del
pasado y regresó antes a su cubículo. Ni una taza más, se dijo al ver restos de
café sobre el escritorio.
Llamó a Marcela y hablaron
un par de minutos sobre comidas y dietas y rieron con ocurrencias de platos
exóticos para el fin de semana. A pesar del peso de la rutina, el amor los
mantenía a flote sobre las aguas del desencanto.