Las
cosas han empezado a ponerse ridículas. La lluvia sigue sonando sobre el tejado
de acrílico con un ritmo monótono casi desesperante. De no ser porque soy
básicamente un tipo normal, podría usar ese ruido como excusa para acabar con
mi vida. Bueno, aceptemos que la cuota de mi normalidad ha descendido bastante
últimamente, y no es por encierro o soledad. Más bien ha sido por desgaste de
mi sensatez.
Pongo
a sonar un poco de Blues para que contrarreste el ruido del invierno y embutido
en mi suéter favorito me siento a mirar por la ventana los farallones de azul
grisáceo que al fondo del valle exhiben sus jorobas mojadas.
Tengo
la compañía de la mujer que deseo. No es exactamente la que satisface el
estereotipo de pareja delirado pero sí uno que me colma las necesidades
básicas, me refiero a que me ocupa la mente y las horas con risas y pequeños
proyectos cotidianos como cocinar, salir al cine, leer algún libro, ver una
película, hablar sandeces; lo cual me hace pensar que la felicidad puede
reemplazarse por la rutina entretenida de mantenerse ocupado. Por supuesto hay
muy buen sexo. Mi mujer y yo formamos un ensamble fácil en el que las aristas
encajan bien aceitadas. No hay tropiezos que puedan causar pánico aunque ya el
desamor me enseñó que la pérdida puede ocurrir en cualquier momento y no hay
nada que pueda evitarla. Bueno, no es esa la razón de mi desazón. Mis miedos
pelechan en otros lares.
También
puedo ir donde desee aunque mi hábitat es el espacio más acogedor que he
hallado. Aquí he fabricado rincones temáticos por los que realizo mi safari de
cavernícola feliz. Tengo la música, los libros, el vino y los manjares de que
me puedo antojar, que son pocos y suficientes. Creo que intento ser un
espécimen de esa raza de intelectualoides huecos que se resiste a la extinción.
Usualmente
voy a las librerías a gastar buenas horas hojeando libros de pintura
impresionista. Me encantan esas pinturas que adrede han sido realizadas sin
tanta pureza en los trazos pero con gran cuidado en el tema. Los artistas han
descubierto una salida del laberinto e intentan comunicarlo, sólo que el código
usado no es fácilmente descifrable.
Esas
pinturas me hablan, me sugieren vidas inspiradoras por estrambóticas. Me
transportan a las ciudades donde me gustaría perderme por largas temporadas. No
huyendo de nada, pues todo lo acarreo dentro, los recuerdos y los anhelos. Más
bien para llenarme de esas otras sensaciones que sé que existen, las he sentido
en ciertas épocas del año en esta tierra tropical y supongo allá en esos otros
lugares me acompañarían a menudo. Me refiero a cierta luz moribunda del
atardecer obsequiada por la neblina, colores opacos víctimas del frío boreal, nieve
sin ruido.