domingo, 29 de mayo de 2016

Sedimento.







Choli me ha oído acercarme. Sus oídos no paran de funcionar. Ni siquiera cuando duerme. Viene a mi encuentro y exige que le acaricie el cuello mientras se estira echada en el suelo. Pasados diez minutos me incorporo para hacer café. Ella no me pierde pisada. El cuerpo me duele en varios apartes. El oficio de existir tiene momentos impredecibles que apabullan las fuerzas de modo inevitable. Prendo la emisora clásica. Sonidos de piano opacan los gallos madrugadores de la finca vecina. El reloj destartalado de la cocina dice 6:27. Le resto lo que tiene de adelantado y me sorprendo por haberme levantado tan temprano para ser domingo. Me siento a esperar el destilado. Hoy armé un sitio de lectura distinto. En el patio trasero ubiqué una silla con mi cojín florido favorito y una mesita para el pocillo, el estuche de las gafas y el libro y el celular. Envié por el chat el poema de esta semana a mi viejo grupo de colegas. Hablo de desvanecerme y no haber existido. No tengo ningún problema con estarme haciendo mayor. Los años me llegan bien aunque el espejo me muestre un rostro que combina los rasgos feos de mi madre con los gestos burdos de mi padre. Los poetas no sufrimos de depresión sino de melancolía. He repetido esta frase a muchos durante los últimos meses. Siento que es así. El amanecer está gris. El verano estrambótico que nos ataca suele hervirnos durante el día y azotarnos con aguaceros por la noche. Así que por la ventana de la sala veo que allá afuera hay un frío gris atravesado por rayas amarillas invadiendo la calle. Leo las primeras páginas del libro que compré ayer. Las frases cortas de mensajes condensados ilustran el estilo que quiero aprender. Mezclan rastros cotidianos con cápsulas de coloquial sabiduría. Cada hombre es un recipiente de diminutas sabidurías. Su utilidad es casi invisible. La historia de cada hombre contiene ciclos que se repiten. Hoy vivo como testigo asuntos que en mi adolescencia viví como protagonista. Soy un actor secundario que apenas puede entender el peso de su papel. En esta película de la vida todo rol puede ser modificado, incluso omitido. Una conclusión reciente me dice que el amor se permite todos los errores porque supone que al final va a triunfar, que el final siempre será feliz. Desconoce que la sumatoria de momentos alegres que permiten la ilusión de felicidad debe ocurrir esporádicamente para no acumular frustraciones ni ser fatigado por la espera. El desquicio puede asaltarnos en cualquier momento. Descubrir que el amor de nada sirve es el peor de los infortunios. Pero también es la única verdad que te ubica en lo que eres: nada. Perecedero, inevitablemente inútil. El dolor se da ínfulas de maestro pero es el asentamiento de las aguas turbias después de la creciente el que aporta la serenidad. El aletargamiento con que sucede aporta la pausa que reorganiza las fichas del rompecabezas. Todo vuelve a comenzar de cero. La calma incuba su próximo estallido.



domingo, 22 de mayo de 2016

Géminis 3.







Insisto en que Julieta y Mariana eran gemelas psíquicas. En los días grises de su ánimo, ninguna de ella salía de la cama en tres días. Claro, tampoco paraban de comer. No había alacena que sobreviviera. Era obligado a poner mi sazón a su servicio y permanecer callado. Toda frase que dijera caía mal, a destiempo, con filo. Incluso el silencio debía acompañarlo con un murmullo que mimara pero no fuera empalagoso. Y como mis movimientos debían ser pausados para no causar disturbios me dediqué a practicar Taichí viendo tutoriales en Internet. Aprendí a desplazarme en cámara lenta. Me alimentaba con recetas vegetarianas y me sentaba horas en un cojín gigante a tratar de poner la mente en blanco. Nunca aprendí a meditar pero le encontré un sabor de frescura frugal al silencio. Aprovechando que soy alto y flaco me dejé el pelo largo y la barba para simular un ermitaño de regreso al mundo. No abandoné los bluyines ni las botas de explorador. Intenté combinar las sesiones con lecturas de budismo Zen pero no pude con tanta sabiduría abstracta. En realidad prefiero dejar al espíritu quieto sin hacerle preguntas trascendentales. No vaya a ser que me encuentre con algún acertijo imposible de descifrar y me robe el sueño. Quizás la sabiduría práctica sobre la vida radique en no hacerse mala sangre por nada.

Al salir de su engrudo melancólico estas mujeres eran realmente luminosas. Julieta es un encanto con las personas. Su don de gente es insuperable. Es alegre y vivaz. Organiza paseos y fiestas con solo chasquear los dedos. Funda escuelas, descontamina ríos, arboriza parques, encuentra hogar a niños y animales de la calle, salva el mundo. La gente de afuera adora a esta heroína que en casa sobrellevamos con emplastos a su ánimo quebradizo y colérico. A la familia le corresponden los insultos y desplantes, las trampas y las deudas. Candil de la calle, oscuridad del hogar. Igual Mariana es la alegría de las fiestas y la niña mimada de la casa. Talentosa en la moda. Con dos toques convierte un atuendo de espantapájaros en un modelo de colección parisina. El GPS de su apetito logra ubicar restaurantes sabrosos en los lugares más inhóspitos.
Había, sin embargo, un estado de ensimismamiento muy profundo en ellas que nunca alcancé a asir. Juntas tienen este silencio templado que no permite mirar hacia dentro con nitidez. El impacto cotidiano de su frustración alcanzaba dimensiones de tsunami. Una, se mueve como un zombie lánguido que arrastra un matiz cetrino por donde pasa y decolora lo que toca. La otra, se vuelve muda sin gestos notorios. Sólo su mirada dice que ella no está ahí.
Ay Mariana y sus pataletas de niña adulta. Dice que su existencia es nula para que uno la contradiga y la ponga en un pedestal. Los rechazos a los halagos hacían parte de la puesta en escena de su temperamento pueril. En sus quejas arrastraba al mundo a un socavón  y a la humanidad la pasaba completa por la guillotina. Todo le resultaba inútil.

Aprendí a esperar que esos ciclos de mal humor en ellas se gastaran solos. En la cercanía permanecía atento sin que se notara mi presencia y sin que pensaran que estaba ausente. Conserje de hotel suizo y novio de cuento de hadas. Quizás el lema que guiaba a estas mujeres en sus momentos de temple era, Yo puedo sola. Aunque en realidad fuera preciso darles una mano en casi todo. No me puedo quejar. Viví muchos momentos divertidos con ellas y aprendí muchos oficios. Masajista, mayordomo, yerbatero. Cuando descubrí  que Mariana se descosía de la risa con mis chistes, me volví coleccionista de los mejores chistes de los mejores humoristas del mundo. Llegué a tener más de diez cuadernos repletos de apuntes y era capaz de hacer reír a grupos numerosos por horas y horas sin fatigarlos ni incomodarlos. Siempre conté chistes hilarantes pero políticamente correctos, pulcros. Ah mis mujeres. Que buenos recuerdos.