¿Con
qué alimentar la bestia?
Nada
le sacia. Es voraz.
Aun
cuando hiberna
está
al borde de un asalto.
Su
presa es la carne, no la piel.
Rompe
la armonía de lo bello.
Su
tonada es el gruñido,
Su
danza el trance del sátiro.
Ebrio
de placer,
poseído
por un hambre
ancestral
que no cesa,
sin
pudor ni misericordia,
somete
a su presa
a
un vendaval de agites y fluidos.
Ultraja.
Lo
domina su sangre enfogonada,
desatiende
el temor,
se
cree invencible.
No
se detiene hasta desfallecer.
Marioneta
del desquicio.
Incluso
ante
la mujer que lo complace
el
hombre es el salvaje en celo
que
desgarra el paraíso.