La
Tarde
La tarde está sola y silenciosa. Simona —su mascota— mira por la ventana la calle vacía. El café se destila con la parsimonia del tiempo. El invierno se tomó un respiro, hace sol y brilla el aire. El barrio toma la siesta larga del domingo. En sus recuerdos suena el violonchelo que oyó en una película japonesa sobre el ritual de la muerte. Marcela, la mujer que habita su casa, tiene una vida que su mente no abarca y tampoco husmea. Ella tiene la bondad de obsequiarle la mejor versión de su corazón, su ternura le basta para aceptar que él es un tipo con suerte, uno que degustó el vértigo de la noche y pudo regresar del desquicio. Iván entiende que el amor nunca es un huésped vitalicio y su visita ocurre tan sorpresiva como fugaz. Tiembla cada que llega la mañana y frente a él tiene un día desocupado y ajeno. Finalmente le pertenecemos a La Nada, piensa. No es cierto que la tarea cumplida traiga la calma. Estamos en deuda siempre.