En los días siguientes,
después de haber visto a Mariana llorando y moqueando como una chiquilla por
una frase cortante pero sin enojo, que él le había dicho, Rogelio estuvo
ensimismado e impasible. La fragilidad humana volvía a producirle náuseas e
indiferencia. Le daba asco tanto melodrama con que todos querían decir “estoy
aquí, mírenme, denme algo de amor”. Y a la par, esta sensación hacía que todo
el mundo le importara un bledo. Ya había decidido que nunca tendría ídolos ni
héroes a los cuales admirar o seguir. Ni siquiera sus escritores preferidos o
los músicos que tanto lo sorprendían con sus composiciones. Había concluido que
esos seres superiores simplemente hacían uso de sus talentos de modo normal y
que si descollaban sobre los demás era precisamente porque todo el resto no era
más que una horda floja y quejumbrosa.
En ocasiones, cuando nos acercamos demasiado a nuestros ídolos, se desvanece todo el encanto. Te mando un abrazo. Desde Murcia (España).
ResponderEliminarNunca entendí la adoración a los ídolos, tal vez sea mejor así, un abrazo!
ResponderEliminarCuánto tiempo sin visitarte, no importa el tiempo ni la distancia, lo que iporta es que cuando uno vuelve es como si nunca se hubiese ido. Estuve recreándome con tus escritos, sabes que me encantan, me haces pensar, ratoneas mi cabeza, ja ja ja. Muy bueno el asunto de los ídolos, la idolatría nació con el hombre mismo, ya en la prehistoria el hombre sintió necesidad de adorar a algo.
ResponderEliminarCariños, besos, y, muchos.
Debe leerse importa, me comí una letra, ja ja ja, engordé un poquito
ResponderEliminarLos ídolos bueno Mi marido un ser increible lo nombré mi idolo despues de su muerte
ResponderEliminarUn escrito complejo No se si lo entendi bien
un beso