Cómo explicarte que en lugar de
llenarme me estás vaciando, los asaltos de pánico se intensifican, los músculos
de mi cara se ponen rígidos y no logro sonreír, exhibo el gesto lúgubre de un
hombre desorientado, sin piso, y los leves movimientos que alcanzo a coordinar
apuntan más a la quietud que al avance. Soy un monigote.
Amarte es habitar el vértigo sin posibilidad
de vislumbrar el sosiego, el triunfo de haberte poseído es el fracaso de no
poder asir tu aura volátil, ajena, impredecible. No eres un acertijo, tampoco
un prisma, menos una línea recta. Eres materia arrogante, estruendo de otoño, condescendencia
sin instrucciones, agua filosa.
Cómo aprender a llorarte a tiempo, hoy
que ya anticipo el futuro en ruinas gracias a premoniciones aprendidas en el
pasado, rutas deambuladas con similar embriaguez, certeza de manos vacías para
siempre, pasajero deleite de una piel salvaje y olorosa, mujer asfixia
abalanzada sobre mis versos, mis pobres huesos de falso monje estoico, mi
oscura voracidad de hombre antiguo obsesionado con quitarte el eje de tus
sueños y plantar en su lugar mi brújula de silicio, meter en tu cabeza
estrambótica mi timón secular, eslabones de sangre y aire que te obliguen a
palpitar y suspirar al ritmo de mis ansiedades cavernícolas, darte mi cruz, atreverme
a maldecirte a todo pulmón, abandonar sin pesadumbre mi guarida, mis palabras, ya
no ser.