Supongo que estos
diminutos actos del día a día que tú no ves en mi pueden corresponder a
movimientos similares que realizas en tu vida y yo tampoco veo, aunque en
ocasiones invierta algunos momentos imaginando cómo son. Me refiero a esta
rutina libre de las mañanas de domingo cuando me levanto muy temprano, hago
café, sintonizo música clásica y abro la ventana para que entre la luz en la
sala.
Saco una butaca y
me siento al lado de la palmera que hiciste plantar en el antejardín cuando
compramos la casa. Abro la puerta para que Mrs. Dalloway salga a corretear
entre los arbustos ornamentales del vecindario (nunca va más allá de la esquina),
y meta su nariz en cuanto objeto encuentre a su paso. Su conocimiento del mundo
e olfativo.
En su cuarto de arriba
duerme nuestro primogénito adolescente abrazado a su celular. Largo, de manos
enormes, sabio en detalles de la vida que para mí aún son invisibles. También duerme
mi madre en el cuarto de los libros, con su mente extraviada en un laberinto de
recuerdos construido patas arriba. Y claro, mi mujer olorosa anoche compartida,
abullonada y tibia, ilusionada con una vida distinta lejos de mi pero con la vaga
idea del retorno.
Sentado, la taza de
café entre las raíces de la palmera, abro “La vida de la mujeres” de Alice
Munro y leo. La mañana aún está gris y casi silenciosa. Se escuchan los gallos
de la finca de al lado y uno que otro ladrido aislado. Pienso que duermes, con
el rostro muy quieto y esa penumbra espesa que difumina los bordes de tu cara. Ya
no te amo. Pero la nostalgia con que me habitas no deja de salir a flote en los
momentos en que la vida me enseña mi lugar en el mundo o estoy en Poetic Mode
tratando de narrar ese fluir sencillo del tiempo que con toda precisión nos pone
donde corresponde.
Este oficio de las
palabras exige sentir las ideas, depurar los actos. Con el paso de los años me
acerco a la quietud pero aún no aprendo el silencio. Sigo pecando, mi
imperfección no afloja, la torpeza no da tregua. Nada he ganado.
Nada has ganado pero lo buscas todo. Lo importante es buscar ese no sé qué y eso tú lo haces de maravilla.
ResponderEliminarPor cierto, Anuar, me compraré es libro d Alice Munro.
Un abrazo
Conmovedor este relato, Anuar, y me encantó Mrs.Dalloway perruna, un atrevimiento respetable! Un abrazo
ResponderEliminarMucho es lo ganado aunque no puedas percibirlo, sobre todo la pasión por seguir luchando
ResponderEliminarese "ya no te amo" fue descubierto en ese momento? o ya lo sabías desde mucho antes y no quieres aceptarlo'
ResponderEliminar"Con el paso de los años me acerco a la quietud pero aún no aprendo el silencio."
ResponderEliminarMe siento muy identificada con esa frase, gracias por escribirla :)
Mientras lo leía sonaba este tema de fondo https://www.youtube.com/watch?v=XvyMG0z0FZY&index=1&list=RDdACf2-N32Kg
ResponderEliminaracompaña muy bien.
Gran reflección de prosa poética, agradable nos transmite la calidez del cariño familiar incluyendo nuestro favorito, el perro, el que casi no tiene conflicto con ninguno y en quien todos nos refugiamos por reconocer su integridad afectiva.
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