Líquido de tres sabores combinados en
uno. Café espeso, leche diminuta, azúcar desgranada. Mezclo a temperatura semi
ardiente. Bebo a tragos gruesos. Sudo. Ya es la noche pero el clima arde.
Vainas del trópico, me explico. El aire está completamente quieto. Yo repito el
fallido ejercicio de no pensar. Vuelvo a usar el curtido gesto de parecer
embalsamado y me quedo mirando los objetos que tengo arrumados sobre la mesa de
escribir. Perfecto altar de la decadencia. Mi piel brilla, es el sudor que pone
su rocío salado al servicio del sauna natural de la habitación. Disfruto de la
humedad que se ha adueñado de mi franela de algodón. Hueles a hombre, me dice
Mariana, y arrastra su nariz por mi cuello mojado. No le presto mucha atención
pero le sonrió un poco. Me concentro en invocar la lluvia. Funciona. Gotas
gordas y calientes caen a destiempo sobre el tejado. La síncopa de agua
enmudece cualquier otro sonido que hubiese. De pronto me imagino muchas matas
de plátano de hojas muy anchas reproduciendo el eco sordo del aguacero. Llega
el viento. Decido cambiar el café por vino tinto. Como uno más de mis actos
reflejos, ya he puesto a sonar el álbum de Rythm and Blues a bajo volumen. El
calor aumenta. Ahora la humedad resalta los pezones de Mariana bajo su blusa de
gaza. Ese relieve no puedo desatenderlo. La certeza de que todo acto de amor es
absurdo y que la indiferencia es el único antídoto infalible contra la ley de
Murphy, me permiten dejar de lado la ironía y entregarme a la contemplación
indefinida del deterioro del mundo. Por suerte aún soy un asalariado de buen
desempeño y eso me protege de muchos de los quebrantos modernos, en especial de
la locura inoficiosa.
Benditos momentos.
ResponderEliminarBello escrito que me haces viajar. El calor tropical embriaga al igual que el buen café, el buen vino y la buena compañía. Cariños.
ResponderEliminarGracias por haber visitado mi blog: Emigrante al cuadrado.
ResponderEliminarSaludos desde México DF