Algo desde adentro me dijo que ya era hora de despertarme. Es domingo. Hubiese querido dormir un poco más pues el cansancio no alcanzó a evacuarse con las seis horas de sueño. Todavía tendido sobre la cama, estiro el brazo y descorro la cortina muy lentamente, entra una luz tan cansada como mi cuerpo, miro el reloj de la mesita de trasnocho, apenas van a ser las siete, el cielo tiene cara de otoño. Me incorporo. Sobo mi cabeza. La noche anterior la peluquera se ensañó más de lo debido, imagino mi cabeza como la de un soldado veterano que además de imágenes rotas de sus incursiones acarrea un rostro manchado, arrugas de intemperies, brazos gruesos que no fuertes, sabor a culpa en la boca, arena en el corazón. Bueno, en realidad simplemente soy un hombre entrado en años que vive solo.
Prendo la radio en ese programa que es mezcla de música, entrevistas y noticias. Me ducho larga y fríamente para obligarme a volver a la vigilia con una buena dosis de lucidez. La ropa limpia me hace sentir nuevo. Hago café y lo tomo negro, sin azúcar, acompañado de galletas sodas sin sal. Este precario desayuno aumenta la amargura de mi paladar. Todo bien, Zero Emotions, susurro.
Detenido en medio de la cocina miro alrededor. Veo varios fantasmas desperezándose para ponerse a observar mis movimientos paquidérmicos. Prendo la lavadora y arrojo allí la ropa de dos semanas, la pobre máquina cruje sobrecargada.
Me siento con una segunda taza de café y me dejo ir en el recuerdo de una mujer que amé hace tanto que apenas si puedo oír como sonaba su voz. No creo que ella haya cambiado mucho, debe seguir igual de hermosa, clandestina, bipolar. Es bueno que haya rodado el tiempo. Ya puedo sentirla sin agites, sin atorarme con el ripio agridulce de nuestra historia. Sé que vive a pocos kilómetros de aquí pero su distancia no me llama.
Definitivamente con nadie nos conectamos desde lo esencial. Quizás tampoco sea necesario después de todo.
La soledad es esta secuencia de horas que lleno de soliloquios. Los recuerdos me alimentan, me fortalecen. Los recién almacenados corresponden a una jovencita rolliza que me visita los jueves por la tarde y sonríe como si se hubiera tragado la primavera. No alcanzo a precisar si su voz es nasal o gutural, sólo atino a decir que me hipnotiza. Me narra sucesos de una cotidianidad paralela a la mía y me lleva a caminar cogidos de la mano. No temo darle la espalda aunque sospeche, por las sombras de su mirada, una inclinación hacia los laberintos. Su aura fue fabricada en El Barrio. Ella es postre digital, fresa y pimienta.
Organizo los papeles que hay sobre la mesa de los libros. Apilo los que semejan poemas a la izquierda, los relatos a la derecha y sobre la pared de en frente, en el tablero de corcho, tachuelo los dibujos, las caricaturas y las últimas fotos de Mi Dama del Jueves, con su vestido blanco y los pechos al aire, en una pose que recuerda los desnudos del Expresionismo. Entiendo que la amo con la gratitud de quien sobrevivió a un naufragio. Su presencia pone en mi verbo un nuevo sentido del humor, sus besos son un amanecer limpio, su piel noche tibia.
Regreso los lápices de color a su tarro. Sacudo el polvo de la lamparita de escritorio. Miro sin mirar. Me quedo un rato muy quieto. No hablar no significa estar en silencio. El rumor de adentro no hace pausas.
Por la ventana veo que el sol le ha impuesto al otoño un rostro pálido. Esa es la suerte de vivir en el trópico, los días grises tienen marcos de arcoíris, sonidos de bosque urbano, vientos que hacen levitar a elegidos y condenados. Casi que se podrían tener esperanzas de algo bueno. Sin embargo, las nostalgias se reactivan, se vuelven este tema que no sale de mi cabeza y habla de amores que han sido certeza contundente o promesa incumplida. Los años que pasan van cuajando un saber que no busca nada y como resumen exhiben el aprendizaje de un hombre que ha hecho de su modo de esperar una estrategia de avance. Literatura subterránea, bitácoras de transeúnte, retórica cursi.
Pienso en el día que tengo delante y concluyo que tanta pausa es un entrenamiento para convertirme en estatua viva. El aletargamiento es tal, que pensar estas ideas imita la parsimonia con que el tiempo cae en un reloj de arena. Sonrió. Supongo que la vida funciona como le da la gana y que yo gaste los domingos relamiendo mis delirios de escribano la debe tener sin cuidado.
Me ha encantado, Anuar. Como en casi todos tus textos narrativos, la poesía que esconde es sublime. Quizás sea porque me toque fibra personal el que me guste tanto. Quizás.
ResponderEliminarBeso
Tu, prosa, tus versos, tu inspiración, tu lírica, tu canta siempre es fascinante!
ResponderEliminarUn Besito Marino
Comenzar un domingo a las siete, sin duda hay mucha vida que te llama.
ResponderEliminarUn gusto leerte cotidiano
gracias por tu huella poética
ResponderEliminarun abrazo de paz
No hablar no significa estar en silencio.
ResponderEliminarNo hablando dices más que con mil gritos.
Sabes? Ahora añado azúcar a mi café de las siete, que ya me amargué la vida lo suficiente.
Mientras mi cabeza y los días giran, giran, sabiendo que no puedo quejarme de nada pero que nada tiene el sentido que necesito.
Gracias por tu visita en mi casa Anuar.
Hacer de "un modo de esperar una estrategia de avance" lo tomo para mí, Anuar, gracias por tanta poesía.
ResponderEliminares una descripción tan detallada y sencilla que por un momento pude oler el café. Me encantó
ResponderEliminarun beso
Me gusta el modo en que la enumeración de unos pocos gestos cotidianos, una mínima acción, se multiplica en una reflexión de enorme riqueza estética.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ya huele a café!
ResponderEliminarGracias por sus versos escritos en mi blog, por pasarse por mi casa, me gustó mucho.
Le espero cuando quiera.
Pase buen fin de semana, saludos!
Muy buena motivación primera e inspiración final...Grandiosa, melancólica, real, sublime y delicadamente narrada.
ResponderEliminarMe encantó tu sitio.
Había pasado sólo para agradecer un tan inusual comentario en mi blog.
Ahora me quedo por aquí para seguirte.
Abrazos desde Chile.
Me encantó lo que escribiste, es pura poesía… Es pura cotidianeidad..
ResponderEliminarSubrayo: “…sonríe como si se hubiera tragado la primavera.” ¡Qué imagen increíble!
Son hermosas tus letras; gracias por dejarme poemas en mi blog.
Un abrazo!
Si pues, me ha gustado el relato, buena mezcolanza de imágenes íntimas con cotidianidad gacetillera... lo lindo es que puntualizas una sucesión de estados de conciencia, de animo, de humor que vas describiendo en una secuencia muy bien balanceada y con una buena dosis de prosa póetica... son estados que desde distintos ángulos sentimos que ya hemos degustado... Te felicito amigo un excelente trabajo narrativo y precioso tu estilo...
ResponderEliminarBesos de Naty
A QUIENES LEEN MIS HOJAS DE DIARIO:
ResponderEliminarMil gracias por sus comentarios sobre mi estilo, mi redacción, mis temas, en fin: Mi Literatura.
Mi objetivo es hacer de mi el hombre que quiero ser, y uno de mis nortes es ser escritor de calidad.
Quienes comentan la esencia y forma de los textos nutren mi oficio, mi búsqueda.
Gracias siempre.
Anuar.
Entro por primera vez y para agradecer tu poema
ResponderEliminarCICLOn en mi blog de cuentos.
Lo que he leído en esta entrada tuya, me gusta. Te sigo. Nos leemos.
Recibe un cordial saludo desde Alemania.
Me encanta cómo agradeces...sincero,sin dobleces...
ResponderEliminaryo agradezco tus bellas letras en mi espacio...
ese en el que en ocasiones la soledad nos llama..
tu narración..muy buena,con ese tinte poético de la prosa escondida perceptiblemente que me encanta...
un placer haberte visitado...
besos de luz..
Un relato encantador, me ha gustado mucho.
ResponderEliminarUn abrazo
"(...) y sonríe como si se hubiera tragado la primavera." Qué lindo texto, me encantó!
ResponderEliminarBellos textos que emocionan el alma. Gracias por pasar por mi blog. Un abrazo
ResponderEliminarLa vida, efectivamente, actúa como le da la gana. Nos mira y nos dice: Si puedes sube que no seré yo quien me pare a esperarte.
ResponderEliminarQue cosas... peor es esnifar una venda ajena!