sábado, 28 de agosto de 2010

Ellas.

No veo mujeres felices. En sus miradas un brillo arenoso suplica a la noche que no vuelva.
Muchas viven en un holograma o enclaustradas en las formas de la TV, tienen tetas descomunales, perfectas y redondas, hechas de caucho. Su abdomen es un tablero de grasa extraída. Las mechas descoloridas de la cabeza son brillante imitación nórdica. Clones del aullido de la moda. Yo prefiero a las sórdidas aunque tengan un hueco en el alma y su corazón sea una pasa seca. Sus besos son deliciosos, a que negarlo. Sus vaginas son el desagüe de su soledad y mi nido. Sufro con ellas una completa desconexión de palabras. El tiempo nos corroe a ambos y encajamos en el sexo como máquinas descompuestas.
Para una mujer que amé yo sólo fui el galán de turno con quien estaba tirando. Ella aún es mi sol negro.

La mujeres son el espejo donde pretendo hallar la sabiduría pero el silencio que imponen a su rumor interior me traslada a un imperio de acertijos. Su amor es un papalote alérgico al viento. El llanto femenino es un mar que no entiendo y sus entrañas un paraíso que desconozco. Sus cuerpos nutren mis tardes de agosto. Perdido en su abismo deliro la luz que nunca llega. Ah la firmeza de su abrazo pagano!
Si amas a una mujer es sólo a esa, si odias a una mujer las odias a todas.

La muerte nada soluciona, el ciclo es inconcluso, Dios lo renueva con un parpadeo. Su soplo me hela el corazón. Sólo el fuego de una hembra lo reactiva aunque me chamusca la piel y me instala en un socavón sin aire. Su amor es también un espejismo de agua.
La vida no es más que un tumulto de cabos sueltos y el olvido la única certeza que jamás existirá.

Oh! Divina embriaguez de la nada..., Dónde estás?

jueves, 12 de agosto de 2010

Tarde De Jueves.

Poeticuento

Entras al jueves por la puerta de las dos de la tarde y lo hallas acostado, desnudo, como siempre. Lo tocas, lo miras a los ojos y descubres que no piensa en ti. Te entristeces. Te desvistes. Te acuestas a su lado y lo acaricias. Preguntas. Como siempre él no responde y también te acaricia. Observa tu cuerpo: senos encendidos, costados, vientre blando, monte de placer. Mira tu mirar lejano y sonríe quedamente. Hace muecas de niño loco. Ambos ríen. Te hace el amor muy aprisa. Le pides que lo haga más lento. El se detiene. Te recriminas, casi sollozas. El sólo te mira. No piensa. Conoce tu pasado. No te da nada. Tampoco te exige. Como siempre, llena tu piel de fantasías y te envía a casa por la puerta del jueves a las cinco llevando en el rostro la triste placidez que te hace regresar cada ocho días a mascullar tu soledad acompañada.

lunes, 9 de agosto de 2010

En tí.

Tu cuerpo invita.
Hay recodos para esconderme,
ensenadas donde me deslizo.
Hueles a día nuevo.
Voy poniendo besos en tu piel.
Recorro tu frente con mis labios
y sigo las líneas de tus cejas, lentamente.
Mis besos se pierden en tu boca
como agua que entra al mar.
También está tu cuello,
erguido como corresponde.
Me detengo en tus pezones,
son lindos tus senos de algodón oscuro.
Desde tu ombligo
soy un ave que desciende,
ermitaño que has llenado de plumas.
Bajo por tu abdomen
hacia el vértigo de tu centro,
colina donde veré el amanecer.
Pongo un beso en tu fuego
y mi saliva se une a tu humedad.
Te oigo suspirar.
Me invade tu tibieza,
me recibes, me acoges.
Cuando mi sexo entra en el tuyo,
somos uno que se salva.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Tez Blanca, Aplicaciones En Negro.

poeticuento

Foto tomada por Anuar Bolaños.



Teresa es pequeña, de tetas grandes y manos suaves. Su piel es muy blanca pero no rosada. Más bien habana, un poco grisácea. A veces imagino que yo mismo la he pintado de kaki desteñido. El tono de su piel es parejo, sin vetas intensas ni descoloridas. Siempre soy capturado por los tramos de su cuerpo que irradian un contraste inusual. Todo en Teresa es silvestre. Su pelo negro de hebras cortas va suelto, regando olores. Los ojos son más negros que el pelo. Un par de bolas grandes y brillantes que dejan ver hacia dentro sin resistencia. Sus cejas son delgadas y aún así espesas. Lo mejor es verla desnuda. Su pecho se lanza hacia arriba en dos bolsas pardas coronadas por pezones pequeños muy oscuros, bien delineados, sin desgaste en sus pigmentos. Su ombligo se hunde un poco y muestra una sombra concentrada. Las axilas rasuradas son un par de manchas ovaladas casi húmedas. El pubis, decorado de púas negras, corona una grieta marrón de pliegues rojo mate. Teresa tirada en la cama va retorciéndose según mis manos, mi boca y mi nariz se posen aquí o allá. Entregada en una soltura elástica libera suaves gemidos de modorra. Es un juguete entre mis manos y la fuente del asombro para mis ojos. Voy por sus uñas opacas sin mantenimiento. Las madejas de sus pantorrillas de huso alargado son esponjosas, lisas. Las clavículas duras, retorcidas. Teresa me mira sin sonreír pero como si lo hiciera. Es una mujer. Tengo una mujer, me repito incrédulo. Esta tarde tengo una mujer en mi cama. Esta tarde de verano, en esta cama cerca a la ventana, con el viento entrando, la cortina se mueve, Teresa se mueve. Sus labios están secos, voy a humedecerlos. Su boca es de afiche, sus dientes son pequeños, rucios de cigarrillo, sabrositos a mi lengua hambrienta. Sólo sus manos acuden a mi encuentro, toman mi cabeza y me despeinan desperezándose después de la siesta. Teresa no se da por enterada del recorrido que mis ojos hacen de sus nalgas abultaditas, de la raya oscura que las delinea, del fino vello erizado. Nada en su piel brilla, nada en su rostro da muestras de recibir el paso del tiempo. Para mi la vida es este rato en que exploro el cuerpo de Teresa antes de que la tarde se ponga anaranjada y a ella le de porque tenemos que irnos para la calle a buscar la noche.