jueves, 29 de diciembre de 2011

Torbellino.

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Va. La cosa es gráfica como siempre. Quiero que la mano vaya a la velocidad de las ideas. Pero voy en un bus que no se mueve despacio. Se debe a la hora en que transitamos, son casi las diez de la noche. Rodamos por una de las arterias principales de la ciudad en invierno. Los ruidos del aire acondicionado del bus metro tienen un sonsonete irrompible. Quiero redactar frases cómodas con ocurrencias inesperadas. No ayuda que llevo dentro cinco cervezas acompañando la nostalgia por mi mujer chiquita de caderas desbordadas.
Hay voces juveniles femeninas detrás mío, al fondo, allá donde el bus metro culebrea firme y poderoso. A mi lado una joven de suéter negro duerme su fatiga de un día de agites. Lleva sobre el regazo un morral de cuadros lilas. Horrible. En la silla de enseguida una balilarina precolombina teclea en su celular los títulos de las canciones que va a escuchar. Lleva una bufanda negra pendiendo de su cuello y sobre los labios un gesto de india toreada. Usa bluyines de cadera corta.
De pronto paro de escribir y levanto la mirada, descubro que la ciudad sigue siendo el mismo cruce ruidoso de callles que recuerdan los años 70 con sus colores gastados. Es nada lo que el decorado ha variado.

La lluvia se ha detenido pero los charcos son tantos que uno no deja de sentirse náufrago. Voy hacia el sur. Mi mujer está en el norte. Acordamos encontranos en el futuro, allí donde nada existe, donde toda idea es una especulación de soñadores desolados.
Me hace falta mi MP3, extraño la música. Paralelo a ella todo es cascajo sonoro. Ni siquiera las voces logran ser entretenidas. Las palabras al intentar redondear las ideas sólo ofrecen una muestra parcial de lo profundo o lo esencial. Pocos seres son fanáticos de sus pasiones de manera cotidiana. Quiero decir que nadie es experto en nada. Por eso no hemos logrado dar cuenta de qué es lo que sucede.

La avenida sufre un cercado de postes de donde cuelgan luces amarillas ocre. La perspectiva cae en un tobogán de curvas leves y sobresaltos diminutos. Es inoficioso huir de los circuitos que te conectan a una realidad armada con teclas, botones, pantallas, bafles, cables y enchufes. Somos carne de pálpitos vegetales que nos redimen apenas. Los artefactos han empezado a redefinirnos imperceptiblemente.

Si el aire fuera de color azul claro opaco se vería que todos estamos conectados a una membrana gaseosa que nos proporciona la vida. La sangre, ese torrente rojo magenta espeso viscoso de sabor oxidado, es tan sólo un subalterno del aire. Se vive con sangre y con aire. Somos un tanto gaseosos por dentro. La solidez nos viene de la acumulación de masa pero son los líquidos y los gases los que sostienen la vida. Y claro, las descargas eléctricas, que ponen a vibrar el conjunto de órganos y elementos metafísicos que somos, hacen de cada agitación un enigma emocional y racional que nos define aunque no nos explica. Nadie ha logrado explicar con exactitud por qué suceden las incongruencias de la vida ni por qué persiste el aletargamiento de convertirnos en ese otro que ya hemos sido.
Todos funcionamos como masa útil del ciclo evolutivo de una naturaleza incomprendida, ridícula.

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viernes, 23 de diciembre de 2011

Diatriba Falaz.



El desvergonzado espectáculo de la intimidad:

A los que narran sus malabares cotidianos,
desde la reparación de un grifo
hasta el menú de la cena,
pasando por dolores reumáticos
y las zancadillas del amor.

A los que no han logrado ver
que su verborrea es un mantra que ensordece
y nunca funcionará como antídoto
contra la manía de ingerir penurias
torpemente inventadas.

A los que juegan al Creador, y se lo creen.

A los que han perdido el pudor
y calan el llanto y la queja como blasón cotidiano
que los distingue como únicos y especiales.

A los que pregonan una despedida inconclusa
pues nunca terminan de partir.

A los que se ocultan detrás de máscaras transparentes
para hacer sus muecas perversas.

A los verdaderos artistas
que sí pintan, dibujan, fotografían y escriben
la elaboración de un saber esencial sobre la existencia.

A los que han logrado hacer de la búsqueda profunda
una labor de orfebrería y lo publican para ser colectivos.

A todos los blogueros que visito
y resultan ser mis similares, eco, espejo,
va un aplauso, una sonrisa,
una amorosa burla almibarada.


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martes, 13 de diciembre de 2011

Vigía.

De la serie: "Ciudad Gris":


23

Llegó la lluvia.
Yo la miro caer como un obsequio.
Es hermosa.
En la calle, la gente viste paraguas,
camina distinto.
Todo lo veo turbio, con ojos sucios.
Hay frío, charcos chispeantes.
Sólo los árboles gozan la humedad.
Los edificios parecen sudar.
Los rostros lucen desconsolados, anhelantes.
Y yo creo que el ritmo de la vida se nutre
de estos intervalos de placer y penuria,
calma y agite, sol y lluvia.


24

Cae la tarde,
Su gris pálido se va adueñando
de los últimos vapores salmón del cielo.
Se unen arabescos violáceos y láminas de plomo.
La avenida se adelgaza hacia las montañas.
Veo árboles y edificios ennegrecer poco a poco.
Empieza la lluvia que invade al verano.
Las luces automáticas hacen presencia.
Aunque nada los persigue
la gente corre como huyendo.
La lluvia no sabe que existimos.
El agua todo lo toca con su tempo invencible,
nada limpia.

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sábado, 10 de diciembre de 2011

Parentela.

De la serie: "Ciudad Gris".


La tristeza de hoy es ancestral, invocada.
Miro pasar la vida. Como trozos de pan.
Bebo sorbos de café. La vida pasa.
Miel, hiel, amargo sinsabor.
Todo habitante de la calle es mi semejante,
El que niego, el que miro de soslayo.
La vida no pasa, soy yo quien sigue de largo
y procuro no llevar ninguna carga.
Dejo regados los recuerdos,
No acumulo anhelos.
He descalificado la espera
como estrategia de ser.
Pero mi quietud me pone triste.
Transito en círculos.
Mis pasos van, mi corazón se queda.
Mis ojos huyen, el silencio triunfa.
Permito que el otoño sea la pulpa de mis días.

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lunes, 5 de diciembre de 2011

Inventario.

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Ella dibuja un corazón en un papel,
otra muestra su foto
aquella envía cartas

Julana hace promesas
Mengana observa mi hábitat
Sultana quiere insultarme
Perenceja escudriña, sopesa.

Una se anuncia y viene
esta llega por sorpresa
ambas traen candados
ninguna adivina mis sueños.


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