jueves, 31 de enero de 2013

Sucede...

Trópico interior


No es cierto que tenga un manual
para mantener todas las piezas amarradas.
Reconozco los desajustes
del ser en que deambulo.
Soy armatoste y engendro.
Disoluto ente sofisticado y voraz,
cordial vecino que saluda con una sonrisa
lánguido escolar del disimulo
depredador de piernas mal cruzadas
leyenda de los chicos del barrio
El Ogro de Mangalú
burdo orfebre de parábolas oxidadas
blasfemo.
             
No es cierto que el amor me haga mejor.
Aún veo rostros burlándose
cada vez que muestro mi corazón prótesis.


martes, 22 de enero de 2013

Reto.

¿Vendrás?



Y si el llanto, cobarde, 
frena antes de llegar, 
retrocede, espera, se pasma,
se asocia con la tensión de la nuca,
le cede su puesto a una mueca insípida,
renuncia a la encomienda 
de limpiar el muladar de la memoria?

Y si la fatiga
en lugar de asestar su somnífero
para forzar el reposo,
se confabula con el delirio
de esperar la llegada de la luna,
y patrocina este trance viscoso
de versos, vino, acordes,
mujeres desnudas 
apelmazadas en un álbum,
maldiciones agridulces
en nombre de amoríos mongólicos,
itinerarios concebidos para atrapar al tiempo
y no aceptar 
que el lugar ocupado en el mundo 
es un espejismo petrificado,
un garito de podredumbre gradual?

Y si en la resaca 
descubres que la vida te otorgó 
otro día más -no para tu beneficio-
si no para alargar el eco de la burla,
¿podrás permanecer impávido
ante esa evidencia,
ser un muro en medio del desierto,
la lluvia no recogida,
escombros,
césped seco al lado del camino?

¿Tienes el temple para aceptar la nada
que se esconde en las grietas de cada día?


jueves, 17 de enero de 2013

Secuencia Deshilvanada 1

En aquel puerto...



Los últimos sucesos me obligan a hacer una pausa. Descubro que la quietud es mi nuevo centro de poder. Hablo de la quietud del cuerpo, una quietud firme aunque blanda.
Adopto una posición cómoda y me dejo ir en el tiempo sin afanes ni plazos. Sigo adherido al mundo a través de mis ojos. Miro la escenografía que me rodea, todo parece dolorido e inerme, amarrado a una secuencia que apunta al caos.
Mi mente se resiste a trabajar a marcha forzada. La pausa que adopto facilita mi labor de espectador sobre los sucesos en que fui protagonista. Intento enseñarle a mis ojos a mirar para adentro, a buscar qué tanto del mundo me ha calado, qué angelical engendro se ha incubado dentro de mi espíritu; y así,  con mejor pulso, planear el castigo exacto o una nueva misión.




domingo, 6 de enero de 2013

Boca Cerrada.






Cuando estás solo se activa un tipo de silencio dentro de ti que no es fácil reconocer, sobre todo porque a cada instante la voz con que tu mente hace presencia está hablando de los recuerdos y las fantasías que has elegido para acompañar ese silencio, esa soledad.
Sales al día, te incrustas en el mundo, te incorporas a la calle. Tu silencio se llena de ruidos, voces de tantas personas que hormiguean cerca, máquinas que han cobrado vida por efecto del combustible y la electricidad, efectos de la naturaleza que ruedan por la ciudad soltando susurros de viento o agua, crujidos de calor.
Descubres que lo llamado silencio es la quietud de tu boca. Las palabras que vas escribiendo mientras viajas en el bus materializan el dictado de tu mente ociosa. Te agrada ese estado intermedio entre reflexión y trance, ese amodorramiento activo que aporta variaciones a tu viejo soliloquio. Sonríes. Caes en la cuenta de que la soledad es un atuendo confeccionado con piezas intercambiables. En cada jornada combinas gestos y verborrea para hacerte notorio, incluso cuando juegas a parecer un ente invisible o un zombie decorativo.
El silencio es, en últimas, la máscara que usas para enrostrarle al mundo tu indiferencia, tu idiosincrasia de monje mundano, tu blando odio añejado.