domingo, 21 de mayo de 2017

Fiebre.





Se van acumulando los sinsabores de la vida.
No son los años lo que pesa. 
Cada jornada deja residuos nocivos
y se lleva una porción de aguante. 
Un día es un giro veloz, 
asaltado por mil tareas descabelladas,
todas inútiles.
Yo avanzo y retorno por la misma ruta, 
desde mi casa de sombras 
hacia mi oficina de aire congelado,
del amanecer hasta la noche,
con un paréntesis de ruido en medio.
En el camino recojo neblina, cielos manchados, 
avenidas grumosas,
gentes descompuestas, realidad enferma,
ritmos de vida incubando el caos. 
Ninguno sabe que es un autómata,
nadie se ha percatado cómo va el asunto.
Guardo silencio. Hay melancolía en mis ojos. 
Y aunque no persigo la calma
tampoco puedo agradecer 
el dolor que me mantiene en vilo.
Quisiera renunciar a esta labor de redentor 
pero no soy capaz 
y mi fecha de caducidad todavía está lejos.