Entra el viento. El invierno se pone a hablarme, no desde un rincón, él sabe que es inmenso, expande sus enormes alas de agua sobre la ciudad y abraza todo lo que hay. Sin tocarme entra en mi. Su voz es blanda y pesada, me carcome los oídos y me pone en la piel una gaza helada que me encoge por dentro. Quedo a merced de su ritmo sostenido. Aminora mi respiración y mi mirada también se queda quieta. Y es que el invierno es dueño de una penumbra sin bordes hecha de aire ceniza. Nada tiene permiso para brillar. Dentro del salón sólo se distinguen bultos oscuros. Por debajo de la voz de la lluvia, un silencio solidario se arrastra clandestino para traerme estas palabras. Mariana Carbonell duerme abrigada al cuidado de una hibernación de puertas cerradas. El cuarto es un horno aislado que guarda la tibieza de la noche. Yo vengo a mi rincón de siempre, abro la ventana y miro afuera. Durante quince años el paisaje ha sido una palmera que ya no crece. Tiene manchas de humedad en el tronco y las hojas agachadas. Recta, digna, sabe que el sol regresará. Yo me apego a su gallardía para cruzar a salvo esta jornada de aguas ruidosas y melancolía literaria.
domingo, 26 de marzo de 2017
domingo, 19 de marzo de 2017
Panóptico.
(Día
de Las Cenizas)
La
realidad no existe
más
allá de lo vislumbrado.
Todo
tropiezo confirma fallas en lo intuido.
Sólo
es posible palpar piezas,
la
energía es escurridiza,
el
porque se esconde.
Cada
nueva certeza retoña
Sobre
el humus de la anterior.
Planos
paralelos o subterráneos,
Invisibles,
hechos de gas y silencio.
Por
fortuna, todo plazo se cumple.
El
tiempo sí tiene fin.
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