domingo, 26 de marzo de 2017

Certezas Nulas.








Entra el viento. El invierno se pone a hablarme, no desde un rincón, él sabe que es inmenso, expande sus enormes alas de agua sobre la ciudad y abraza todo lo que hay. Sin tocarme entra en mi. Su voz es blanda y pesada, me carcome los oídos  y me pone en la piel una gaza helada que me encoge por dentro. Quedo a merced de su ritmo sostenido. Aminora mi respiración y mi mirada también se queda quieta. Y es que el invierno es dueño de una penumbra sin bordes hecha de aire ceniza. Nada tiene permiso para brillar. Dentro del salón sólo se distinguen bultos oscuros. Por debajo de la voz de la lluvia, un silencio solidario se arrastra clandestino para traerme estas palabras. Mariana Carbonell duerme abrigada al cuidado de una hibernación de puertas cerradas. El cuarto es un horno aislado que guarda la tibieza de la noche. Yo vengo a mi rincón de siempre, abro la ventana y miro afuera. Durante quince años el paisaje ha sido una palmera que ya no crece. Tiene manchas de humedad en el tronco y las hojas agachadas. Recta, digna, sabe que el sol regresará. Yo me apego a su gallardía para cruzar a salvo esta jornada de aguas ruidosas y melancolía literaria. 



5 comentarios:

  1. Aquí ya es primavera pero la primavera, tan loca como siempre, a veces hace que te sientas en inviierno...por cosas del corazón.

    Un saludo amigo

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  2. A veces el invierdo guarda en su interior recuerdos de un intenso verano...

    Abrazos.

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  3. El invierno, junto con el otoño, condenados a ser el recipiente de la melancolía de todo el universo, de aquí a la eternidad.

    Saludos,

    J.

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  4. A veces, es gracias al invierno que aprendemos a disfrutar del calor del verano.

    Saludos!

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  5. Hay claves para poder agarrar tu relato. Esa pista de Mariana carbonell, y el invierno, la necesidad de ver más allá de esa palmera desmirriada, cuánto hablan de una desolación del alma. Un abrazo. Carlos

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