martes, 23 de diciembre de 2014

Telón De Fondo






Telón  De  Fondo

1

Repito que debo volver a mi forma de estatua indolente, ermitaño ensimismado, transeúnte sin dirección o monje mundano. El atuendo de poeta insomne ovillado en la gelatina doliente de su insignificancia no contribuye a la calma Chibcha requerida para transitar el día. Contemplación. Que toda tragedia sea mero paisaje, telón de fondo, rotativo, pasajero.
Ningún clima me exaspera. Sólo debo aislarme del ruido, gozar los trazos que el tiempo va poniendo en mi rostro, hacer que mis versos tengan más silencios, ir vaciando el corazón de tanto recuerdo inútil, elaborar una versión del amor que no esté hecha de palabras.

2

De repente ocurrió lo que anhelaba. El mundo quedó vacío y en silencio. Comenzaba la mañana. El oportuno otoño tropical aportaba llovizna, frío, niebla, y todo el turbio gris requerido para que mi cuerpo adoptara el sordo letargo del Poetic Mode de mi espíritu.
Un sorbo de café amargo, el zumbido de mi cabeza reducido a un punto inaudible, mis ojos fijos en la lejanía exhibiendo su mirada descolorida y opaca. Esto era lo esperado. Un paisaje insípido a mi alrededor, la completa ausencia de pasión por los asuntos del mundo, dejar que sea la vida la que sincronice el ritmo pausado con que todo se acaba. 





lunes, 15 de diciembre de 2014

Escritora Invitada






Nudo
Marcela  Alzate 

Era el mejor día, su graduación lo obligaba a lucir bien. Se acercó al baño y se miró al espejo. Quería hacer un buen nudo. Su padre lo ayudaba, mientras su mamá esperaba abajo para tomar la primera foto. Todo habría sido la imagen perfecta de no haber sido porque su papá se hallaba muerto hacía dos años y su mamá, cansada de la espera, subió por él y lo encontró colgado.







sábado, 29 de noviembre de 2014

Palabras Como Navajas.




Día de bofetadas. Asomo mi cara por la ventana y recibo la turbulencia de la gente. Todos vociferan. Cada uno tiene frases filosas y las lanzan a la deriva sin un blanco concreto. A mi me caen varias, hacen tajos en mis ideas. Quedo suspendido entre la nostalgia y el desencanto. Dolorido detrás del esternón y urgido de llorar, de encerrarme lejos, de olvidarme del mundo. Mis ojos no tienen capacidad para producir la sustancia del llanto, no sé que sitio me acogería sin alertarse  por mi aura sombría y mi semblante de tirano, sé que el olvido no existe. 
Corro al diccionario. Allí las palabras me esperan sin pretensiones. Me adueño de varias. Uso sus versiones amables a mi ánimo y armo bitácoras insípidas que pueda digerir sin causar reflujo. Ante todo elaboro versos líquidos que me refresquen el día. Respiro. Salgo. Transcurren fechas agitadas. Fue el hombre quien aceleró el reloj. Llevo mi cuerpo por calles atestadas de gente. Miro sus rostros, todo en ellos me asegura que somos semejantes. Su miedo es el mío y mi tristeza la de ellos. Reímos como marionetas.
Nuestra incomprensión de la vida es idéntica, osada, perfecta.


martes, 18 de noviembre de 2014

Carta Inútil.



Supongo que estos diminutos actos del día a día que tú no ves en mi pueden corresponder a movimientos similares que realizas en tu vida y yo tampoco veo, aunque en ocasiones invierta algunos momentos imaginando cómo son. Me refiero a esta rutina libre de las mañanas de domingo cuando me levanto muy temprano, hago café, sintonizo música clásica y abro la ventana para que entre la luz en la sala.
Saco una butaca y me siento al lado de la palmera que hiciste plantar en el antejardín cuando compramos la casa. Abro la puerta para que Mrs. Dalloway salga a corretear entre los arbustos ornamentales del vecindario (nunca va más allá de la esquina), y meta su nariz en cuanto objeto encuentre a su paso. Su conocimiento del mundo e olfativo.
En su cuarto de arriba duerme nuestro primogénito adolescente abrazado a su celular. Largo, de manos enormes, sabio en detalles de la vida que para mí aún son invisibles. También duerme mi madre en el cuarto de los libros, con su mente extraviada en un laberinto de recuerdos construido patas arriba. Y claro, mi mujer olorosa anoche compartida, abullonada y tibia, ilusionada con una vida distinta lejos de mi pero con la vaga idea del retorno.
Sentado, la taza de café entre las raíces de la palmera, abro “La vida de la mujeres” de Alice Munro y leo. La mañana aún está gris y casi silenciosa. Se escuchan los gallos de la finca de al lado y uno que otro ladrido aislado. Pienso que duermes, con el rostro muy quieto y esa penumbra espesa que difumina los bordes de tu cara. Ya no te amo. Pero la nostalgia con que me habitas no deja de salir a flote en los momentos en que la vida me enseña mi lugar en el mundo o estoy en Poetic Mode tratando de narrar ese fluir sencillo del tiempo que con toda precisión nos pone donde corresponde.
Este oficio de las palabras exige sentir las ideas, depurar los actos. Con el paso de los años me acerco a la quietud pero aún no aprendo el silencio. Sigo pecando, mi imperfección no afloja, la torpeza no da tregua. Nada he ganado.




jueves, 9 de octubre de 2014

Oxímoron




Vuelvo sobre mi voz a buscar mi sonido. Encuentro las viejas añoranzas con que he armado mi historia. Estoy hecho de espejismos. Todo sueño es una aventura cinematográfica. Triunfa mi bondad, soy incapaz de matar. De cara al día, llevo mi flaqueza blindada. He inventado que soy estoico para engañar al llanto. Descubro que giro alrededor del miedo. Los años pesan.
Cambio la decoración de mi hábitat y confundo mis pasos. Doy de frente contra la mesa. Caen al suelo mis papeles. Quedo paralizado por la sorpresa de mis palabras tiesas. Miro por la ventana y el clima me envuelve en su trampa: llueve y hay sol.

Vuelvo a mi silla. Siempre en silencio. La voz que me visita viene de muy lejos. Alcanzo a adivinar sus lamentos pero les doy la espalda. Alguien me enseñó a mirar al frente y seguir andando. Sé como esquivar abismos.



domingo, 14 de septiembre de 2014

Antes De La Lluvia






Sé que mis rituales se han acartonado,
son opacos y huelen a especias
a punto de descomponerse.
Los sostiene la fuerza de la costumbre
y mi empeño por mantenerlos invariables.
Voy calcando mis días en una secuencia
que sólo varía la intensidad de su palidez.
El gusto por el tono mostaza
se expande en todas direcciones.
En la comida a través del curry,
el café con una pizca de leche en polvo,
la lámpara una bombilla de menor voltaje,
en el rostro noches conmocionadas.
Todo quiere volverse textura de otoño,
tinte de cúrcuma,
matiz de zona tórrida. 


jueves, 4 de septiembre de 2014

Transeúnte.




Ahora entiendo por qué alguien, una persona cualquiera, se detiene en medio del tumulto que lo arrastra hacia el norte pactado, y sin explicación, libera un llanto sonoro, de quejidos impotentes, de aire mal pausado.
Es evidente que nada le colma y el papel asumido en la comedia ya no le place. El disfraz ya no le cala. Y dentro, hace erupción el desencanto que ha tragado sin digerir, sin asimilar.

Le importa poco que se enteren de su blandura, quiere alcanzar la liviandad, dejar que por fin el viento lo lleve sin rumbo, no ganar nada, pero tampoco perderse.



domingo, 31 de agosto de 2014

¿Y?





He vuelto. Estaba de viaje. Fui obligado a ir hasta el borde en medio de la noche, sobre un terreno fangoso, rodeado de neblina, en un silencio pesado, solo, con la mente confusa y el corazón roto, con el cuerpo apaleado y sin fuerzas para el llanto. Pero llegué. Logré cruzar. Supe encontrar el norte, controlar la respiración, olvidar el mundo.



viernes, 25 de julio de 2014

Linda Mariana.



La mañana ha traído una luz pálida y sucia que me lastima los ojos. 6:30 am. Calle Quinta. Capri. El sol hace esfuerzos para atravesar sus rayas por entre los árboles viejos y los bloques de apartamentos. Todo está húmedo de llovizna harinosa. Gripa. La nariz me arde. Los sábados por la mañana sacan a menos personas de sus camas. Las calles lucen más anchas y casi inútiles. Quienes viajamos hacia la fábrica de desdichas, la ciudad, vamos apelmazados por la modorra y el frío. Sólo el chofer parece estar vivo. Mientras veo el mecanismo del día ponerse en marcha lentamente, deliro estar en casa con  mi mujer, sentado a la mesa comiendo huevos tibios con mantequilla y pimienta, y tomando chocolate con leche, caliente y espumoso, aromatizado con astillas de canela. La miraría a los ojos y le diría, "eres hermosa".



martes, 15 de julio de 2014

Todo Comienza Con Una Mirada.


Resulta fácil entablar conversación con las mujeres. Espero a que haya contacto visual y ofrezco una sonrisa pequeña, disimulada, amable. Ese gesto las invita a devolver una atención igual, entonces digo una frase que las engancha a conversar. Alguna idea inteligente y divertida. Cero retos. Soy bueno detectando los temas de interés de las mujeres. Sé darles un buen lugar sin adularlas. Soy distante sin ser tímido ni cauteloso. Fluyo. Y cuando detecto el momento oportuno, les digo un piropo astuto, una frase fuera de contexto, casi una máxima filosófica un tanto erótica, una invitación inevitable, insospechada y letal. Con el tiempo confesaré que lo primero en que me fijé fueron sus nalgas o sus senos pero que en definitiva, fue la sonrisa lo que me cautivó. Diré que para mi la dentadura en una mujer es esencial. En segundo lugar de embeleso mencionaré el sonido de la voz y para completar el combo, la soltura del cabello. Lo cual es verdad.

Cuando miro a una mujer voy a la caza de sus formas. Me fijo en sus nalgas, la redondez, la firmeza. Me imagino cómo será desnuda, bocabajo sobre la cama dejando que las caricias de mis dedos la adormezcan y luego de rodillas mientras la penetro. Contemplo a una mujer en su totalidad. Su cabello, la curvatura de su espalda, el tamaño de los senos, las ondulaciones de su vientre. Visualizo sus pezones mientras los beso o mordisqueo. Imagino mis manos amasando sus nalgas y separándolas para ver como se abre su vagina, como queda expuesto el agujero de su ano. Me gusta pensar en la humedad de sus labios mientras mi verga entra a mojarse o quiero ver como la cabeza separa pliegues de carne colorada, entra hasta el fondo y se instala sin moverse. También deliro el abrazo. Encajar mi nariz entre su cuello y su clavícula, absorber el olor mezclado de perfume y sudor. Anudar nuestras bocas en besos sabrosos. Me gusta pasear por los sobacos tibios. Oler la raja del pubis medio abierta, lamer los vellos, la pastosidad de los jugos guardados, producir sacudidas y gemidos. Pero al final voy más allá. Me llama el semblante triste cuando la vida la arrincona, el silencio espeso en la antesala del llanto, el brillo de la intuición en la mirada, los ademanes al comer, el paso a paso mientras se viste y maquilla, el ritmo al caminar, el derrumbe en la fatiga, las manos quietas, el calado de sus mentiras, las amenazas disimuladas.
Al mirar a una mujer busco su historia. Sus sitios preferidos, la música que tararea, el tipo de cartas que escribe, el licor que acostumbra, los chistes que inventa. La clave está en los compartimentos de su rutina. Observar cómo realiza sus actos programados o salta obstáculos en las improvisaciones, la pausa con que se recompone y el vértigo con que tropieza. 


No sigo un manual anticipado al mirar a las mujeres. Dejo que su presencia me colme. Recibo lo que llega sin catalogarlo. Me adhiero a cada brote de humanidad que las caracteriza. Pero lo que finalmente me subyuga de una mujer es su conversación. Su manera de ver el mundo y narrar la vida es el embeleso mayor, la manigua verbal donde pelechan todos los misterios y sucumbe la poesía.  


domingo, 6 de julio de 2014

Neardental.






Me compacto. Me quedo inmóvil para sentir como toda mi concentración se condensa en mi quietud. Cada músculo de la espalda atestigua rutinas vividas a martillazos. La fatiga es el somnífero que me sostiene atento. Pienso en mi mujer que huele a vinagre. Su olor entra en mí y me activa ideas sobre la culinaria. Ella me deja experimentar con su sexo y sonríe. Sólo me pide que no sea tan salvaje. Quizás me está pidiendo que sea un troglodita con ademanes de espuma, que cambie las dentelladas por besos tradicionales, que no le meta la verga por el ano. Me concentro para programar mis neuronas con una receta de caricias fuertes y amables, salvajemente domesticadas, fabricadas con más amor que furia. La tragedia de ser un macho defectuoso me hace ver mi hembra como una presa. Soy una hiena enamorada. Ella lo sabe y me abraza. Su sonrisa pone pausa en mi oleaje, sus nalgas me dotan con manos de panadero. Su largo pelo rizado es la arena movediza en que me hundo al final de la noche. No puedo dejar de odiarla por su costumbre de darle a degustar a otros hombres los apetitos de su lujuria.




domingo, 15 de junio de 2014

Free Will.







Nada es sencillo. Para huir hay que acercarse al borde, ningún escondite salva. Aceptar que estás perdido tampoco ayuda. Entonces, el placer. Llenarse de gozo cuanto sea posible. Dejarse caer en las marañas de la pasión, tantear sus laberintos a pesar del miedo, burlarse un poco de la incertidumbre y agradecer la confusión. El final es igual siempre, la muerte. Sólo se puede elegir entre quietud o movimiento. No hay razón para descartar la risa. Alzarse de hombros ante el caos que gobierna la vida hace más liviano el recorrido diario. Vamos, el horizonte está allá adelante. El nido se ha vuelto incómodo. Al cerrar los ojos verás el paraíso. La penumbra es la mejor luz. Grita. Que el silencio sepa que estás ahí. 


sábado, 7 de junio de 2014

Nosotros, Vosotros, Ellos...






En los días siguientes, después de haber visto a Mariana llorando y moqueando como una chiquilla por una frase cortante pero sin enojo, que él le había dicho, Rogelio estuvo ensimismado e impasible. La fragilidad humana volvía a producirle náuseas e indiferencia. Le daba asco tanto melodrama con que todos querían decir “estoy aquí, mírenme, denme algo de amor”. Y a la par, esta sensación hacía que todo el mundo le importara un bledo. Ya había decidido que nunca tendría ídolos ni héroes a los cuales admirar o seguir. Ni siquiera sus escritores preferidos o los músicos que tanto lo sorprendían con sus composiciones. Había concluido que esos seres superiores simplemente hacían uso de sus talentos de modo normal y que si descollaban sobre los demás era precisamente porque todo el resto no era más que una horda floja y quejumbrosa.



jueves, 22 de mayo de 2014

641.





Ahora lo sé. Soy este espectro que absorbe imágenes de sí mismo. Salgo de mí, me paro en frente, soy dos, uno actuando y el otro registrando la puesta en escena, los gestos de nostalgia y melancolía, el desconcierto, la parsimonia de existir en pálpitos muy pausados y moverme en fotogramas, vacilante pero tranquilo, incompleto pero sin ansiedad, quizás más pensativo de lo que se requiere para estar adaptado a un mundo donde las personas urgen estar conectadas a alguien que los apruebe sin titubeos ni distracciones. Y yo, sarcástico hasta cuando guardo silencio, impetuoso desde la ausencia, altanero, con un tono de voz que regaña incluso cuando dice frases melosas, filoso de mirada y malabarista de palabras pomposas, nada solidario, ubicado en una cumbre de niebla, caminando hacia mi reflejo, mirando sólo mis ojos que simulan la opacidad de un otoño que supongo proyecta un ambiente de enigma sugestivo, produce el magnetismo necesario para llamar la atención, para hacer eco en los recuerdos que los demás se llevan y ser ese cómodo espejismo tropical que se anhela en el verano o la tibieza de una manta de lana en una noche lluviosa de octubre cerca a las montañas. Quizás debería caminar en la ciudad cuando el clima inspire el letargo dulzón que precede al olvido. Ser parte de la multitud solitaria, invisible como todos, magníficamente absurdo. Prefiero quedarme enconchado, hibernar hasta llenarme de líquenes. Mirarme es estar abrazado a mí mismo con una firmeza blanda que arrulla y no adormece, lleno de mi ausencia sin quedar asfixiado, testigo del avance del tiempo con el alivio de saber que todo llega a su fin, que es inoficioso buscar lo que no existe o dar lo que no te han pedido. El único obsequio valioso es este hábitat que me acoge, cómplice engañoso elaborado para sobrevivir sin que nada importe. El tiempo gotea su parsimonioso ácido letal, fabrica humus con todo lo que toca. Me inclino agradecido ante su toque redentor.


domingo, 11 de mayo de 2014

Soliloquio 24.




Lo que voy recibiendo a diario es parte del entrenamiento que la vida me da para hacer de mí un escribano de oficio. Podría decir que soy yo quien se pone en las coordenadas exactas para recibir las descargas de pasión que me llegan. Paso de la culpa y la desolación al cinismo y la indiferencia. Seguro todos los desahuciados somos similares y tenemos esos matices en proporciones diferentes. Esto constituye la versión con que me desenvuelvo día a día. Lo que recibo de las personas y el mundo es el alimento que después de ser procesado en mi cabeza arroja el bagazo con que me pongo en escena. No realizo una actuación premeditada, ese soy realmente yo. Yo soy ese que extiende ramas en todas las direcciones buscando alguien para que venga a hacer nido dentro de mí. No quiero ser coleccionista de amores furtivos. Busco con desesperación. No sé cuando hacerme a un lado. La desolación me guía, la melancolía me lleva por senderos que no van a ningún lado, ando en círculos, cuesta bajo, rodando un poco, trastabillando otro tanto, con muchos ruegos en la boca pero mucho temor frenándolos con la mordaza de la cobardía.
Tengo demasiada teoría en la cabeza. Allí soy un héroe de amor, un hombre que empeña su palabra y jamás la rompe. Mis actos quieren apuntar a cumplir esta promesa, este mandato que yo mismo me he dado, Amar es dar por siempre, sin límites ni cansancio.

Pero me encuentro solo. No hay quien quiera hacer eco a ese comando, les suena hueco, me ven hueco, desesperado, tieso. Mi cabeza anda a tanta velocidad que mis gestos se mueven vertiginosamente. Soy un loco, atemorizo a todos. Soy una estatua de arcilla porosa que muchos quisieran desmoronar. Mi arrogancia les lastima y me lanzan escupitajos. Entonces levanto la mano y muestro un poema. Recibo miradas de diversas facturas. Hay solidaridad y pausa, se ven brillos curiosos, soy coleccionable, causo hilaridad, desconcierto, lástima. Pero ninguno me admite contradicciones. Saben que al darle la vuelta a cualquiera de mis destellos queda al descubierto mi brutalidad, mi simpleza.
Yo trato de mantenerme erguido, miro al frente, esquivo abismos. Sé que toda construcción fina en últimas nos deja solos, su opuesto -el desatino- causa igual efecto.

Y así voy.


Como resumen de esta barbarie de ideas, de este lamento mal adjetivado, me queda una fatiga espesa que no me deja respirar bien, no duermo en calma, deambulo por mis días como un poseso, y sin embargo río (¿Cómo se verá esa mueca desde afuera?), abrazo, prometo y cumplo, voy, pago mis deudas, acudo, tiendo la mano, reciclo sueños, sé cuál libro es bueno, beso el vacío, amo mi sombra, extraño el llanto.


2005.


jueves, 1 de mayo de 2014

Ahora...





Ahora


Ahora levanto la cabeza y miro al frente. Quisiera aislarme de los ruidos que pasan a mi lado pero no lo logro. La mañana está un tanto fría y tan gris como una lágrima de aluminio, opaca y lisa. Algunas personas revolotean cerca. Ejemplares gastados de una raza maltrecha. Los llaman Habitantes de la Calle. Ahora que hay calles. Ciudades que definen a los seres que tienen atrapados dentro.
Miles de años atrás todo hábitat era campo abierto en este valle. Sin rutas, sin nomenclaturas. Entonces, también íbamos a la deriva pero con la suerte de menos obstáculos inertes en el horizonte.
Ahora veo mis ojos atascados en la rígida perspectiva de esta calle que me engulle sin siquiera saber cómo existo.






jueves, 17 de abril de 2014

Inquisiciones.




¿Podrás encajar en mis rituales
de hombre que calla para escuchar
el zumbido de sus moralejas rancias?

Quizás necesito una hembra
que no se rompa en cada luna llena
que no haga poses de diva
ni me pregunte cuándo llega el amor
como si yo fuera el oráculo que guarda los secretos
y desconoce mi esencia de carroñero,
uno que anheló poseer el don del canto
y ni siquiera puede lanzar un aullido
el que descubrió el matiz del engaño
y miró para otro lado.

Gasto las horas sin entender
en qué momento perdí la capacidad de odiar
y me convertí en este hazmerreír petrificado.



viernes, 11 de abril de 2014

Wislawa.




1

El silencio de las seis de la tarde tiene la sonoridad de un sueño que recuerdas en slow motion o la visión de un accidente automovilístico tres minutos después de que la víctima dejó de respirar.
A esta hora el silencio borra los colores y hace que el movimiento se pixele. Extrañas el vértigo.
Sospechas que hay un murmullo de viento, el ínfimo ruido con que amasar una palabra.
La vida pasa a tu costado (esta palabra siempre te recuerda una herida abierta).

Algo invocas con tu gesto Poker face.

2

Ahora estás tan saturado de la rutina que quisieras que el mundo explotara, que un enorme aturdimiento te llenara de silencio y una nube de polvo borrara los objetos que tanto le estorban a tu mirada. Que el exacto momento del que te quejas sucediera en cámara lenta y pudieras fijar  cada detalle  en su opacidad, contorno, uso.
Imposible.
La vida no se puede delirar en secuencias controladas.



domingo, 30 de marzo de 2014

Well Done.



He tenido la suerte de pasar varios días solo en casa. Desconectado del trabajo, del estudio y de las personas con quienes me armo la vida. Me dediqué a organizar cada uno de los cuartos y sus enseres. Cada closet, cada mueble, todo montón de libros, papeles en desuso, ropa vieja, objetos útiles para la memoria y basuras del ánimo. Mientras limpiaba, oía la música favorita coleccionada por años. Me sorprendí moviéndome muy despacio y haciendo buenas pausas. Tomaba café y comía galleticas de maíz. Cuando llegaba la noche, tomaba una ducha larga y espumosa y me metía en la cama a leer en silencio. Pasaron seis días en esta rutina entre sencilla y retadora. Al final de cada día me encontraba calmado, con el cuerpo rendido pero sin ansiedad. Sentía la casa limpia, la mente en reposo, la respiración tranquila. El espíritu regocijado. Concluí que ese era el estado de paz que deseaba mantener. Generaba buenas ideas, planes a seguir. Las viejas rencillas con mi forma de ser habían cesado. Me dio por pensar en el crecimiento espiritual. Y la acostumbrada molienda con las palabras me llevó de un lado para otro. Crecer es aumentar de tamaño e importancia. Espíritu es la parte inmaterial del ser humano por la que es posible pensar, sentir, actuar. El crecimiento espiritual es, pues, sentir y pensar mejor para reducir la angustia de existir. En las noches livianas a las que me he referido, lo que traía el sosiego era las actividades de organización realizadas. Recordé que en los momentos que he padecido insomnio esto ha ocurrido porque no había terminado alguna tarea necesaria o porque había cometido algún error que había podido evitar si hubiese estado más atento o hubiese sido más diligente. Hacer las tareas trae la calma, origina un crecimiento espiritual real.
Admito que es común realizar búsqueda espirituales por fuera de uno, en el exterior, y supongo que esa forma de andar alcanza su mejor efecto cuando lo devuelve hacia uno mismo, hacia su interior. Ocurre, entonces, que uno descubre que lo buscado lejos estaba cerca. Allí en la rutina, en la cotidianidad sostenida con las tareas hechas con honestidad y a conciencia. Sé de la inmediata e impostergable tendencia de las personas a justificar sus descuidos y pereza, y a posponer o desconocer sus deberes. Lo acepto, nadie es infalible. No se trata de actuar la perfección tampoco. Eso no existe. Hablo de intentar hacer la tarea que corresponde con honestidad y conciencia. Claro, en el camino se desfallece, y en ocasiones se fracasa. Se hace necesario rediseñar la tarea, encontrar ayuda, trabajar en equipo, sin olvidar que La Tarea individual, la propia, la de existir mejor, es intransferible. El crecimiento espiritual propio depende de la realización de esa tarea. No cumplirla genera malestar, culpa, vacío. Y en medio de esa confusión en muy factible volver a perderse allá afuera, sin crecer ni evolucionar realmente. Bueno, quizás algunos espíritus fueron diseñados para ser enanos y así viven.

martes, 4 de marzo de 2014

Pictograma.





Pictograma
 
Hubo una época en que me amabas
o creías amarme
o querías amarme
y lo intentabas,
lo intentaste.
Una época en que pensabas que el sacrificio
debía ser más grande que el placer.
Callabas, llorabas, esperabas.
Quizás un grito a tiempo
hubiese sido más oportuno
que el paulatino, invisible,
desvancecimiento
con que te fuiste de mis días.
En las noches fuiste amante en pena,
víctima de una historia sin voz.
De pronto apareció ante ti
un camino con demasiadas puertas,
luces y colores no intuidos
llegaron a invitarte.
Otros ruidos hicieron eco con el rumor
de tu sueños.
Aún andas por allá,
pensativa y risueña,
danzando en los velos de tus espejismos,
totalmente intangible.
Feliz, dices.
 
 

miércoles, 26 de febrero de 2014

Autómata.




Imposible no admitirlo. Soy ahora una máquina dirigida por otras máquinas.
El carro me lleva por rutas de vértigo e incertidumbe anunciada. Tanto bache que te sacude desde abajo, tanto peatón omnipresente, ciclistas frágiles, vehículos desafiantes de cerebros obtusos, cámaras que te limitan, gendarmes que te vuelven paranóico. Cuando se dispara la alarma del carro el corazón me da un vuelco. Quedo con menos aire.
Y el teléfono móvil. Aparato que te habla cuando quiere y te salva justo o simplemente fluye junto a ti, o te desconecta cuando necesitas existir en otros. Te sirve para acarrear imágenes, despertarte en la mañana, recordarte que eres parte de ciertos grupos: familia, compañeros, deudores...
En el computador creo ser mi dueño. Allí libero algunas de mis mañas. Leo, escribo, veo fotos, oigo música, algo aprendo, algo me contamina, mucho me acompaña, también me atolondra. Mi computador y yo conversamos en silencio. Su rostro blanco, luminoso, nunca me asusta. Por el contrario, me invita a ser un autómata que se entretiene con sus ocurrencias.
El reloj de pulso pita cada hora en punto, me dice que debo escalar los peldaños del día hasta llegar al punto cero y volver a comenzar. Hmm. Creo que debo leer El mito de Sísifo.
 
 

jueves, 13 de febrero de 2014

PG.



He dicho a Mariana tantas veces que soy un tipo excéntrico que he terminado creyéndolo. Quizás también debería confesarle que tengo las pelotas escaldadas por el calor de fin de año.
Hoy quedé atrapado en el cuarto de huéspedes mientras jugaba al inquilino extranjero. Fue necesario destruir la chapa para poder salir.
Llené las cubetas de hielo con vino tinto. A mitad de la tarde serví un vaso de vino a temperatura ambiente. El calor derretía la madera. Puse cubos congelados en mi copa: vino tibio enfriado con vino glacial. Ven que sí soy excéntrico.
En las noches soy asaltado en los tobillos por zancudos amazónicos. Ando desnudo pero uso largas medias de hilo de jugar fútbol.

Hace años decidí no citar a nadie en la redacción de mis pensamientos. Pero en mi cabeza, en los recuerdos que acumulo y revivo, muchas voces dictan las frases con que armo estas bitácoras.
Somos varios los que hablamos por turnos en esta carrera de relevos. Nos pasamos la posta, vestimos el uniforme, pertenecemos a la misma generación, corremos desbocados y sin norte.

Toda mi suerte se condensa en Mariana Carbonell. Esta jovencita diminuta, inestable, impredecible, que jura amarme indefinidamente al tiempo que planea escurrirse por la puerta lateral cuando yo voltee a mirar a esa otra hembra que pasa con ojeras de monja ninfómana rumbo a su empleo en un almacén de extremidades ortopédicas. (En realidad mi mujer anda en busca de un Cromañón que le sacie la entrepierna. Habla dormida).

Limpio las gotas de sudor de mi frente y quedo suspendido sin saber qué decir. No es fácil sostener esta lógica incongruente antes de sapotear temas de reflexión para decidirse a seguir una línea de confesión honesta.
Organizar las perversiones en una narración inodora exige haber evolucionado hasta alcanzar el estado excelso de profeta galáctico más astuto que cualquier mesías inventado hasta el momento.

Mierda. Perdí mi turno.


miércoles, 22 de enero de 2014

Vademécum




Levántate temprano y empieza el día con una buena taza de café oloroso. Nada de sólidos.
Abre la ventana, corre la cortina, ruega que el día sea gris y el clima frío. El sol siempre es mejor al aire libre y con algo de brisa.
Pon esa emisora de música clásica a bajo volumen. No desatiendas los comerciales. Piensa en tu mujer, admira sus contrariedades y mentiras, disfruta el amor etéreo de ese espécimen femenino que te pone la sangre a ritmo de avalancha. Ámala sin esperanzas. Maldísela todo lo que puedas pero nunca sueltes su mano.

Contempla tu rostro sin sorprenderte por las líneas del tiempo. Más bien agradece que ya estás más cerca del fin. Sin embargo, no bajes los brazos, sigue siendo arrogante, escupe el rostro de Dios, dale la espalda al enemigo. Quizás te hiera de muerte, o no. Igual, es tan cobarde como tú.
Confiésale a algún mojigato tu perversidad más aguda y a un verdugo tu cursilería más melosa. Acepta que la moda no sólo finge la belleza sino que la inventa. Deja de hacerle tanta reverencia al vino tinto, cualquier licor sirve para patrocinar la fiesta. La noche tampoco es el paraíso. No pagues tus deudas. Qué harían los otros sin tu vida como blanco de insultos. Nunca huelas feo. Si te enojas, no grites. Si gritas, pronuncia con dicción perfecta.

Lee refranes, escribe incoherencias, dibuja caricaturas, practica recetas, no hagas deporte, no llames a tus amigos, ignora a tus familiares, se firme con tu mascota, no tengas plantas decorativas, huye de las alturas (los abismos te llaman), visita el comercio pero no compres, roba tiempo, come sin peros, no mientas sin editar lo que dices, afina tu memoria, pero que el olvido sea tu mejor defensa contra los desplantes del amor. Antes de llorar, recuerda un chiste ridículo. Mete la panza. No saludes al vecino, sólo mira a las mujeres jóvenes. Dí piropos agridulces. No ahorres dinero. No reniegues del tráfico ni del clima. No esperes la felicidad.
 
 

domingo, 19 de enero de 2014

Reporte Matutino (última parte)




El camino que hay que recorrer debe ser otro. Igual todo puede ser calificado de ridículo si no se le otorga el interés que lo eleve a un estado de valoración significativo. Me siento hablando como un libro de autoayuda. Y eso que ya tengo claro hace bastante tiempo que con la existencia nada ni nadie nos pueden ayudar. Existir es una tarea tan solitaria como infructuosa. De verdad de nada sirven los grandes triunfos. Toda gran vida siempre termina en la muerte, toda gran obra siempre es devorada por el tiempo, o el olvido. Aunque no creo que vivir sea absurdo, estoy convencido de que la vida sí está llena de absurdos. Uno de los más grandes es el amor, aquella inspiración que parece haber sido creada para construir la dicha pero que en realidad funciona como una fuerza devastadora que te muele por dentro y te deja con la certeza de que eres una masa deforme de poco valor. Todo enamorado es ridículo y se ve ridículo, fracasado. No hay mayor certeza de individualidad que cuando se ama. Allí estás solo. No existe la completud. Contra el vacío interior nada puede. Y aunque casi todos quieren ser salvados de ese vacío, lo que al final se termina descubriendo es que ese vacío es fundacional e irremediable. Sólo unos cuantos afortunados salen airosos de la contienda de preguntarse sobre la existencia y su propio devenir. Usualmente son lo perversos, los que no sienten culpa por nada, y sobre todo no sienten la angustia de estar vivos. Esos son los verdaderos elegidos, los héroes, los que pueden deambular por todos los sitios sin sentirse forasteros en ninguno, los que no hablan pues les importa un bledo mostrar lo que piensan. Sus motivaciones son de espuma. No sienten, no aman, y por lo tanto son más individuales que el resto de las personas, más dueños de su vacío. Impasibles ante la voracidad del tiempo, no se sienten envejecer aunque ya estén decrépitos, no esperan la muerte pues desde el nacer han estado muertos, no se empeñan en vivir de una manera triunfadora pues lo suyo es irse gastando sin afán, no durar. No tienen preguntas, no meditan. Nada piden, nada dan. Son los ridículos victoriosos. Los verdaderos maestros de la adaptación y la impasibilidad, los reyes estoicos que sin reírse de nada se burlan de todo.
Para mi infortunio yo no soy uno de ellos. Soy su antítesis. Soy materia emocional blanda y biche. Absorbo todas las sensaciones que me rodean y fabrico con ellas cambuches de nostalgia, y los atiborro de una melancolía agridulce y tibia que es mi maná, los decoro con una ansiedad a media luz, espesa y lúgubre, que es mi nirvana. Sé que toda sabiduría nace obsoleta y es inútil porque se edifica sobre datos del pasado y en realidad nada puede anticipar del futuro, por lo menos no aporta un antídoto efectivo contra la incongruencia humana. Ahí radica lo ridículo de cualquier asunto que se juzgue. Todo es inoficioso. El destino ya está redactado con todas sus cláusulas y no hay apelaciones válidas. Por eso hoy me he vuelto a levantar con la antigua aunque no gastada certeza de que lo mejor es seguir siendo lo que a uno le correspondió ser sin fijarse ninguna meta, sin dejarse tentar por ningún reto, gozar con los giros de la existencia sin emociones desbordadas, sin esperar nada.



domingo, 12 de enero de 2014

Reporte Matutino (tercera parte)



Lo que voy pensando funciona como un pasatiempo que va archivando sus juguetes. En mi cabeza viven múltiples obras de teatro, tomos de diversas sagas, largometrajes de dinastías, series de dramatizados, episodios de historias aisladas, documentales, conciertos, entrevistas, afiches, monólogos; en fin, todo un zoológico visual y sonoro de información entrecruzada sobre la cual medito y obtengo razones para explicarme la vida. Invento diminutas teorías para cada plano de la realidad. Sin embargo acostumbro a expresar muy poco lo pensado, en el fondo desconfío de la lucidez de mis elucubraciones. También he detectado que la gente además de aburrirse con mis disertaciones es poca la atención que les prestan y menos aun lo que logran entender. Pero lo ridículo de la situación es que yo mismo me veo como un muñeco parlanchín inoficioso y no logro evitarlo. Quizás en el fondo no quiera. La masturbación mental también tiene su sabor a postre. Sé que la verborrea es un mantra que ensordece, que no hay palabra que supere el silencio, que con una palabra se creó el universo, que… Bueno, hacer un listado de máximas inoficiosas tampoco aportaría ninguna luz sobre por qué las cosas se ha vuelto tan ridículas.



viernes, 3 de enero de 2014

Reporte Matutino (segunda parte)



Los paseos que doy en solitario por la ciudad me permiten divagaciones que me embelesan. El viejo centro histórico con sus fachadas coloniales me hace viajar a épocas pasadas descritas en novelas del siglo pasado. Siento que con el entrenamiento adecuado podría ser un filósofo de buena monta. O un meditador de oficio. Eso, esa idea está más acorde con lo que puedo hacer, con lo que me viene fácil: meditar, armar pequeñas cápsulas de información trascendental, aforismos que causen la sensación de que el conocimiento es un tesoro que vale algo, que la liviandad tiene un agridulce grato, placentero; y que en la monotonía de lo cotidiano se puede flotar o bucear sin fracasos descomunales.
Aquí mismo me encuentro pensando en lo ridículas que se han puesto las cosas. Socialmente funciono como una pieza bien encajada, sin mayores defectos. Soy un individuo útil, no ofrezco peligro y los riesgos de que me descomponga irremediablemente son escasos. Al contrario, aporto una pizca más de lo esperado y aunque eso no me hace indispensable sí me hace confiable. Las personas confían en mí sin mayores esfuerzos. Yo mismo confío en mí, por eso sé que sin importar la magnitud de mi desazón nunca atentaría contra mi vida. El tamaño de mi vanidad se mantiene intacto por dentro, protector e infalible. Mi cuerpo ha empezado a cambiar con el paso de los años. Mi rostro es cada día más parecido al de mi padre, con sus arrugas profundas en la frente y su papada. Mis ojos siguen siendo únicos, no heredé la mirada de nadie de la familia, miro como quien quisiera pasar de largo a través de los objetos o detectar de golpe la historia de las personas. No como alguien que sospecha o escudriña, sino como alguien que es nuevo en el mundo o era ciego y recién ha obtenido la capacidad de ver. La curiosidad es el lema de mis días, es la que impulsa mi puesta en escena, la glotonería no aminora. A pesar de que muchos sucesos parecen repetidos, es poco lo que dejo pasar. Incluso lo insignificante es digno de ser tenido en cuenta para armar el rompecabezas. Miro para adivinar cómo sucede la vida y, como esa pretensión es imposible de lograr a cabalidad, termino meditando especulaciones ocurrentes sobre esto y aquello sin dar con el meollo de nada. Lo cual tampoco me genera frustración alguna.