Soy un tipo absurdo. Repito los días sin tropiezo. Ducha,
café, libro, bitácoras. Acudo cada mañana al mismo sitio: la cafetería de la
esquina. Leo. Miro la autopista y los peatones. La zona antigua de la ciudad tiene
un rostro colonial y gris que habla del implacable paso del tiempo. Otros
comensales me observan. A pesar de llevar años aquí sentado aún no hago parte
del decorado. Tristemente sobresalgo del panorama por tener un libro frente a
mí. Mi rostro taciturno debe resultar incómodo, incluso amenazante. Al cruzar
la mirada con alguien procuro que vea a un tipo normal. Así nadie se entera que
vivo en un mundo paralelo hecho de palabras.