jueves, 24 de agosto de 2017

Rojo.









¿Con qué alimentar la bestia?
Nada le sacia. Es voraz.
Aun cuando hiberna
está al borde de un asalto.
Su presa es la carne, no la piel.
Rompe la armonía de lo bello.
Su tonada es el gruñido,
Su danza el trance del sátiro.
Ebrio de placer,
poseído por un hambre
ancestral que no cesa,
sin pudor ni misericordia,
somete a su presa
a un vendaval de agites y fluidos.
Ultraja.
Lo domina su sangre enfogonada,
desatiende el temor,
se cree invencible.
No se detiene hasta desfallecer.
Marioneta del desquicio.
Incluso
ante la mujer que lo complace
el hombre es el salvaje en celo
que desgarra el paraíso.