Soy una imagen producida por otras imágenes.
Miro el piso donde me estaciono a esperar el
bus, hay una flecha amarilla indicando la dirección en que debo abordar, dos
puertas de vidrio y marco de aluminio se
abren automáticamente para dejarme ir, la estación es un recinto metálico
pintado de gris. Son las cuatro de la tarde y la luz del sol mantiene su
intensidad igual desde el medio día, una mancha magenta de pintura
anticorrosiva sabotea la uniformidad opaca del concreto del piso, la base de
la edificación es una plataforma levantada a un metro de la calle.
Mi camisa azul celeste resplandece con el
fulgor del sol, mi entrecejo arrugado
brota sudor en gotas saladas. Hay viento fuerte, ese es el milagro de esta ciudad
oriunda del fuego, el aire se mueve tan deprisa que la candela del verano se ve
mermada, nada chamusca. Yo nunca me preocupo de los cambios del clima, esa prepotencia es
asunto de la naturaleza.
Sigo la rutina programada, soy un zombie
vegetal sazonado por delirios silenciosos, miro a todo lado sin girar la cabeza
más de 30 grados, no me dejo tocar por los azares que padecen las personas
junto a mi, sus vidas poco me dicen, prefiero regocijarme aceptando que sus
formas son la expresión fallida de una belleza que perdió su carisma.
Mi boca no se fatiga de estar quieta, sabe que
entre menos palabras haga públicas menos me veré forzado a interactuar en los
diálogos sin sustancia con que se malgastan las palabras cada día.