miércoles, 29 de septiembre de 2010

Inventario De La Imagen.

Dibujo realizado por Anuar Bolaños.

Esto queda...

La nutrición, el deporte, el plazo. (Unos cuantos meses deberían ser suficientes para lograr diluir un desplante de amor), el encierro, el retiro, el cuarto de los libros, la dulce rutina, la primera imagen, el nítido recuerdo, la mirada derretida, el asombro, el daño irreversible, la brutalidad del asalto, las pinturas decorativas, la redención, la renovación de un pacto destrozado, la amalgama de los colores, la visión del contraste, la imposición de la forma, el resultado desvinculado de la forma inicial, el buen sustento de la duda, el rumiado dolor de la sangre, el papel carcomido, los colores desvanecidos, la mirada intacta plasmada por los pinceles, el derroche de los retratos, la absolución total otorgada por el olvido, las buenas costumbres, la armonía del caos, el caos de la armonía, la turbulencia de la quietud, la pasmosidad con que el huracán se estaciona sobre el campo que arrasará, el silencio, el diseño de la vivienda, la carnada, la comadreja, los sonidos plasmados, pasmados, la confusión de las voces, la soltura de la soledad, la torpeza en las palabras, los trazos de los dibujos, el enamoramiento de las formas, la composición, la luz, el desgaste de las plumas, el desvanecimiento del color, la figura perdida en el fondo, el forro, la tela, un fantasma que pasa, un desliz, un poco de regaliz, una pizca de temor, salir despavoridos, perdernos en la resaca de la nada, expandir la costumbre de labrar torpezas, el mal estado de la ensoñación, el duermevela inconcluso en que flota la lujuria, el peso del ladrillo, la enagua rota, la teta semianunciada, la promesa del beso...

Un Poco Antes De Las Cinco.

Foto tomada por Anuar Bolaños.


...y pensar que nadie me espera en casa.

martes, 28 de septiembre de 2010

Lazo De Luz.

Cada que me enfrento a la pantalla siento como si me dictaran vainas al oído. Se me llena la cabeza de imágenes. Nada del otro mundo, nada distorsionado ni para temer. Es como si estuviera entrenado para hacer video clips.
Creo que lo que más me gusta es narrar lo que sucede en esos episodios imaginados y describirlos en detalle. Aunque por lo general hay un pensamiento reflexivo o poético que acompaña la narración.
Llevo años tratando de aprender a escribir, y sólo ahora he descubierto que la lectura es alimento vital de donde debo recoger mi propia sazón.
Todo lo que leo me impacta gratamente. No podría precisar qué tan hondo entran sus raíces y cuánto de esas voces retoña en mí al momento de escribir.

Escribo con soltura porque en mi cabeza estoy conversando a toda hora. He creado una mujer que me escucha. Ella es la audiencia de mi discurso. Aunque se pudiese pensar que su papel es pasivo, en realidad no lo es. Aporta con su silencio, su escucha, su mirada que se sorprende o se opaca. Gestos que me impulsan a seguir con mi cuento. Y sobretodo, preguntas a quemarropa que le aportan una síncopa alegre a mis trastabillos.

Hoy, la pantalla me sugiere ir por una carretera solitaria, de noche, en una montaña de mediana elevación sobre la costa. El mar está a mi izquierda, llevo una linterna en la mano que me jala hacia adelante con su lazo de luz. No temo, voy risueño. Llevo zapatillas de correr que me hacen flotar, bluyines y una camiseta negra ancha. Mi pelo medio largo es una bandera que el viento agita. No hace frío.

Voy hacia una cabaña acogedora donde me tomaré un trago de Old Parr con tres cubos de hielo, escucharé el viento pasar sin saber a dónde va y pensaré que sería bueno tener un año sabático con todos los gastos pagados para ir a Barcelona a escribir una novela..., y tomar mucho vino y enamorarme sin barreras.

Juego.

Autorretrato.


Sólo mientras tanto...

lunes, 27 de septiembre de 2010

Más Allá Del Antifaz.

Cada rostro termina siendo la bitácora de los caminos recorridos. Allí se pueden leer todos los tropiezos sufridos. Claro, hay que tener la mirada entrenada para saber leer los datos que los rasgos ofrecen.
Creo que al nacer cada rostro es casi plano. No ofrece más que una promesa o una premonición. En verdad, nada concreto. El paso de los años, la forma de vivir las emociones, de edificar ideas, de llevar a cabo acciones libres o a control remoto, ponen en el rostro líneas que pueden leerse. Cada línea es un texto vivo.

En un rostro totalmente impávido, como en trance de meditación pero con los ojos abiertos y la mente en blanco (si es que eso es posible en sano juico) podemos aventurar una lectura. El desnivel de las cejas indicará tristeza, desolación, indiferencia. El brillo sucio de los ojos, fatiga, más desolación. La línea central de la boca, muerta, insonora, asanduichada por la línea de cielo y la de tierra aportadas por los labios, no alcanza a reflejar disgusto, sólo indiferencia, sabor agrio, certeza de que ningún refrán sirve de nada. Muestra la convicción de que es mejor dar la espalda en silencio y partir sin delatar el rumbo pero dejando la certeza del nunca retorno.

Las líneas del rostro. Las revistas de estética las apodan líneas de expresión y ofrecen técnicas para disimularlas, para poner en la piel los retoques que se dan a las fotografías y dejarlos fijos un buen rato.

Debajo está el ser que labró las líneas. Ciertamente la cocción sucede dentro. Allí la mezcolanza de sentires, la molienda inconclusa del pasado, recuerdos de triunfos y caídas, bocetos de sueños perseguidos pero nunca alcanzados, risas que se decoloran.
La superficie del rostro es jurisdicción del tiempo aunque no se puede negar el peso de los tumbos dados en el diseño de la estampa, nata de piel hervida a fuego lento, deshidratada.
Vistos en acción los rostros hablan lenguajes puestos al servicio de eventos pasajeros. Las artimañas de la memoria para adueñarse de los mensajes de los rostros son vencidas por el ácido corrosivo del olvido.

La plasticidad del rostro. Magia que hipnotiza. Elemento del cual el amor y el deseo se valen para prolongar sus efectos. El rostro amado, quizás el único obsequio que nos hace creer que la felicidad es posible aunque olvidemos por un instante que no es infalible contra el tiempo y la muerte.

El rostro amado, ¿existe algo que se haya delirado con mayor imprecisión?

El tiempo todo lo vuelve polvo.

sábado, 25 de septiembre de 2010

El Zumbido De La Calle.

Estoy en el centro de una ciudad pequeña de clima templado. He caminado por varias calles ruidosas en busca de un Café donde sentarme a mirar la gente.
Voy llenándome de retazos de historias que completo con mis ensoñaciones.

Una jovencita, muy flaca, de vestido blanco mal puesto, zapatos rojos, cabello ondulado maltratado, se esconde tras una columna sobresaliente en la pared de un almacén, ríe tapándose la boca con la mano. Otra chiquilla le susurra al oído que el próximo cliente ya mordió el anzuelo y se ha detenido en la esquina a mirarlas de reojo. Veo sus senos pequeños, biches, sobre usados y aún fervorosos. Imagino su vientre blanco, su pubis podado, su afán de que el turno acabe. Tiene la mirada limpia, el desamor aún no le ha esmerilado el brillo. Sería fácil amar este retoño de mujer pero no como un cliente demasiado pasajero.

Un hombre barbado, estampa de profeta, estructura corpórea de Quijote, semidesdentado y fundido, vende golosinas en una canastilla. Le miro, nos sonreímos mutuamente, nos saludamos con la voz y aunque tengo ganas de estrecharle la mano no lo hago. Su vaho agrio, sus ropas mugrientas, su penumbra atemporal me ponen en marcha. Nada en mi pensamiento logra verlo fuera de El Parque de los Próceres. Para mi es realmente un hombre sin historia, solo logro asociarlo a afiches o descripciones de personajes que con tres rasgos forjan un cliché imborrable.

Mujeres. Nalgas que se contonean caminando frente a mí. Senos brincones pasan cerca a mi cara en sentido contrario. Mujeres hermosas casi me rozan al pasar, en la luz pálida y opaca de una tarde que se retira. Mujeres jóvenes, de cabellos hermosos, de pasos apresurados, de vestuarios bien escogidos, bien calados. Mujeres que me jalan los ojos y por las cuales suelto suspiros largos y humedezco mis labios y pierdo el rumbo, entro en almacenes y cafeterías, me detengo en medio de la acera, borro de la perspectiva todo transeúnte inoportuno, desconozco el tiempo, el ritmo de mi avance es marcado por las mujeres que hormiguean en El Parque siguiendo la piola de su destino pero atiborrando mis ojos de movimientos curvilíneos que me ponen una sonrisa en los labios y en todo el cuerpo un ansia animal, antigua, irrespetuosa.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Las Voces De Mi Hábitat

Logo diseñado y pintado por Anuar Bolaños. Nombre de su casa.



¿Qué es la vaina con los paisajes?

Yo creo que nos conectan con algo guardado. Puede ser algún anhelo para el futuro o la reminiscencia de algo que nos jala hacia atrás. Seguramente se da una combinación de ambas sensaciones. Contemplar un paisaje une recuerdos y sueños.

El mar, su sonido, el olor de tiempo oxidado que anuncia, su oficio de espejo de cielo y sol combinando matices que se difuminan o colores nítidos que afianzan contornos. Sobretodo la promesa de espacio y lejanía es lo que nos seduce del mar si queremos partir.
Si la situación es de espera y coincide con el otoño o la lluvia, el mar nos arropa con la nostalgia de sus aguas grises y un sonsonete lánguido que nos hace sollozar o hacer gestos de resignación con la boca.
Cuando el corazón está casi adormilado y no padece agitaciones de amoríos, y la mente no está escarbando en la letra menuda de la existencia para dar con explicaciones que luego resultan inoficiosas, la mirada simplemente se entrega al mar con la soltura que da no perseguir nada. El hipnotismo de las aguas nos hace levitar, el tiempo se vuelve una cosa sin bordes que no nos ataja. Pero esa quietud, esa calma, pronto se vuelve incómoda.

Las montañas por su elevación aportan frío, neblina, vegetación espesa, ruidos vivos. La perspectiva nos envuelve de modos distintos si estamos en la cima o en el zócalo. Escaladores o aves. Lianas o parapente. Yo abogo por la quietud. Dejar que el cuerpo sea atravesado por la fuerza del silencio, el frescor que pasa en rayonazos de viento, aromas de tierra verde dueña de su evolución.
Si hay un río arrastrando su cosa viva, seguramente cautivará con su estruendo interminable o su falsa parsimonia de profundidad insospechada.
Una cabaña incrustada en la montaña es un abrigo, un pívot, centro de operaciones de los antojos.

El desierto de día es una gama de colores pardos que reverberan y derriten la mirada. Alambique que saca el agua del cuerpo y pone en la mente premoniciones del infierno.
Polvo, arena que se embadurna en la piel y troquela un enjambre de grietas diminutas.
En la boca un engrudo de saliva añora una cerveza helada. Los ojos se achican para salvar la mirada, la respiración es un jadeo sordo.
De noche el viento sopla aullidos. Un engarrotamiento oficia sobre tu cuerpo. Maldices entre dientes que la teletransportación no haya sido inventada todavía.
Claro, sentado en el porche de un rancho al borde del desierto, al caer la tarde, cielo pardo, brisa solidaria, calor franela, refresco con hielo, silla mecedora, contemplando la tierra reseca como un mural a la distancia, la visión dejaría tranquila tu existencia y eventualmente podrías soltar tu mente por ensoñaciones junto a jovencitas acaloradas, ligeras de ropas. O seguir con la trascendentalidad inoficiosa de querer saber por qué la vida esto y aquello.

lunes, 13 de septiembre de 2010

El Sueño Desolado.

7

Posta.

El último soldado sobrevive
entre los escombros del castillo.

Los años transcurridos en batalla
le han dejado los ropajes en la miseria
y en la piel un mapa de penurias.

Arrastra su cuerpo hasta el peñasco
que anuncia al océano,
tierra y lejanía le manchan el rostro.

Ante el desfallecimiento
prefiere fingir que arribó a la meta
y sacudir la penosa jornada
que le reseca el paladar.



8


Destierro.

De la fuente del asombro
emerge el último ejemplar de los Görk,
el nombrado siniestro,
aquel afanosamente odiado,
el de rasgos rupestres
y mirada sanguinolenta,
recipiente de toda náusea,
rastro de escoria.

Dicen que aúlla y bebe sangre.
Que el fulgor de sus ojos
maltrata la memoria de los sabios
y que es sin duda
el causante de las inundaciones.

Al Görk todo le resbala.
Pasa sus días a la espera de que Rigtaf
—Dios de la Ubicuidad—
le perdone su osadía de haber contemplado
la secreta flor de la armonía
y le levante la sentencia
de ser el mito viviente
de un pueblo que lo odia,
y pueda retornar a su cueva en Lamstinbark
y a sus rebaños.


9


Paisaje.

En aquella región
los rostros de los hombres
fueron labrados
por el filo del tiempo.
Las inclemencias de la existencia
les había cuajado toda esperanza.
Sus labios habían olvidado
los movimientos de la risa
y en su lugar mostraban
el pasmoso recurso del silencio.
Marchaban contundentes
como decrépitos saurios
camino de la bruma.
Día a día repetían
sus compases mortuorios,
deambulaban por la goma rucia de su aldea,
tenían pocas mujeres.

Tal era la vida de los hombres
de la Montaña de Cal.


10


Leyenda.

Dicen las voces de los bosques
en sus cánticos cifrados
que al final del arcoiris
se fundirán luces y sonidos
en un ritual que dará origen
al Sendero de los Hallazgos.

En el recodo nombrado de las promesas
la aparición de Kundashfit
—Princesa de la Región Azul—
con su rostro lunar
y su mirada ambarina,
indicará la ruta
hacia el Castillo del Linaje
-si la pregunta correcta es realizada-.

Narran las escrituras
que en incontables años
no ha habido peregrino
que supere la prueba.

Solitaria en su jardín
Kundashfit riega las flores
con el llanto de la espera.
El plazo expira.
Su estirpe peligra.

martes, 7 de septiembre de 2010

Los Trascendentales.

Los trascendentales tienen cara de protagonista de película trascendental. Su mirada oscila entre lo profundo y lo difuso. Fuman cigarrillos sin filtro. Coleccionan objetos. Escriben grafitis. Comen pan integral pero no odian el huevo frito. Recitan discursos sobre la métrica de los poemas Alejandrinos y los Hai Kus, los esquemas lacanianos y la semiología. Conocen las artes secretas del Vudú, la teoría cuántica, las epístolas bíblicas, los diálogos de Platón. Cómo cultivar correctamente una huerta hidropónica, cambiar un pañal o limpiar el carburador del auto.
Hablan del poder hipnótico de Moisés, la varita mágica de Mandrake y los pases magistrales del Pibe Valderrama o cualquier otro deportista cotizado del momento.
Los trascendentales son unos animales de pantaloncillos psicodélicos, gestos frenéticos, ademanes contagiosos y pegajosa aura mágica. Se sientan en flor de loto, con la pierna cruzada o imitan la sugestiva pero incómoda posición del pensador de Rodin. Se empeñan en nunca tener el alma de reposo.
Llevan a cabo recitales sobre las flores y la luna.
Se embadurnan con variadas fragancias de la tierra y la madera para asumirse como seres exóticos o afrodisiacos. Tartamudean en varios idiomas.
Expresan gozo casi hasta el desmayo, al observar obras de arte de las cuales aseguran comprender la profunda esencia del artista. Caminan a prisa o flotan. Tienen en la mente una claraboya, una bragueta en el corazón y bajo la cama una bacinilla o un alicate oxidado. Ocultan celosamente en la cartera un escapulario verde, una foto ajada y preservativo por usar.
Llevan bajo el brazo libros raros, crucigramas resueltos a medidas y el último ejemplar de Playboy. Alaban los poderes naturales del ajo y hacen culto a la cannabis. Recitan de memoria los nombres de los mejores exponentes de la música clásica, el Jazz, el Blues, la Trova Cubana y también cantan estribillos de boleros, tangos, baladas y rancheras. Aman a todas las culturas. Odian a todas las culturas. Aman a los niños. Aman los animales. Repudian a los imperialistas y los desprestigiados.
Podrían pasar horas tirados en la hamaca de las reflexiones terminando su teoría que explicará el universo.
Los trascendentales usan ropa multicoloreada, mochila Arhuaca, atuendos de accesorios variados con pañoletas, cinturones y sombreros. Llevan el pelo en la libre maraña.
Algunas veces hacen deporte como culto a su cuerpo que es un templo de sensibilidad infinita o lastiman sus tendones y coyunturas al querer adquirir en media hora las habilidades milenarias de las contorsiones del Yoga. Si tuvieran tiempo practicarían Judo, Tai Chi, Hap Ki Do y hasta Lucha Grecorromana o Boxeo.
Narran toda la historia de la cultura oriental con sólo ver una colorida serpiente en el dorso de una tacita de té japonesa. Conocen el mensaje de cualquier jeroglífico de cualquier época de cualquier cultura.
Los trascendentales se inscriben en los círculos de los sabios que están de moda en la cuidad y en hordas frecuentan la taberna, el cineclub, los parques naturales y todos los foros sobre ovnis y extraterrestres.
Se autodenominan histéricos, psicóticos, neuróticos, esquizos o simplemente artistas. Entablan apasionadas relaciones amorosas con una persona distinta cada tres meses a la cual inundan con tiernas esquelas y ositos de peluche.
Sufren insomnio y sueños inconclusos repetidos. Padecen de dolor de muela, gastritis, miopía y jaqueca. Intentan arrancar melodías de flautas, guitarras o maracas. Armonizan su voz con un sonsonete seductor y plasman ideas matizadas en batik, óleo y crayón. Tienen un cassette grabado con la verdad y el manual de la felicidad completa.
Los trascendentales no cumplen citas o son muy puntuales, pues ante todo son simples seres humanos comunes y corrientes que quieren dejar de ser simples seres humanos comunes y corrientes.
Todo cuanto actúan es reflejo del inmenso hueco que tienen en su alma. Cuando están ebrios semejan bufones o saltimbanquis salidos de una tragicomedia moderna mediocre. Alaban el suicidio pero esperan la reencarnación.
Francamente, los trascendentales me dan asco, sobre todo cuando me miro al espejo.

lunes, 6 de septiembre de 2010

La Sombra Dividida.




RECOLECCIÓN

Presiento tus ojos en la oscuridad
como esmeraldas
que surgen de una cueva.
Tus labios se encienden
diseñados por el fuego
y las rayas de tu abdomen
tienden su cuadrícula sobre mi cuerpo
como una red.

De pronto yaces quieta y dulce
adormilada en un remanso
mientras yo, armado de sigilo,
prendo a tu figura
la inquietud de anhelar tu besos.

Saqueo tu piel
y una bandada de gaviotas
desde tu risa vuela.



AHORA TÚ

En un recodo de la noche
tu recuerdo me toma prisionero,
me impone tu ausencia.

En mi corazón,
paisaje desnudo,
fruto indefenso,
tu mal amor incrusta varillas de fuego.

Se desintegra mi sangre,
sufro un bloqueo en la garganta.

Jabalina en fuga
atravesada en mi pecho,
ahora eres tú
la huésped de mi soledad.



LID

En tus ojos vive la jungla,
y ese matiz parduzco
que de pronto se sacude
invita a este chacal ilusionado
a instalar en tu piel
un tibio resguardo de promesas.

La noche convida al deseo
a atar los cuerpos.
El fuego es inventado de nuevo.

De ese cruce de pieles
surje el poeta barnizado de éxtasis
o desfallece al haber visto
en tu mirada extraviada,
un amor a la par luz con grapas
y sombra candente.



PRESENCIA

Soy el indiscreto huésped
que habita en tu aroma
y deambula por los rincones de tu piel.

El Agente Secreto
que escarba en tu sombra
y avanza a milímetros
por el rastro de tus sueños
de tu andar acompasado
de tus dientes en desfile.

Soy el beso grabado en tu cuello
el ave posada en tus ademanes
cuando te rehaces el rostro
frente al espejo,
el que gira en tu molino de viento
y simula el sonido del Bambú,
el extranjero,
el del llanto...

Soy el verso que surge
en tus labores de mujer.



PETICIÓN

Este personaje
minucioso
excéntrico
de perspectiva fallida
frustrado por la lentitud de la tormenta
pelele entusiasmado en perseguir quimeras
señuelo de la fantasía
vicario.

Este atolondrado paje
perdido en matiz grisáceo
y obsesionado por alcanzar el arco iris.

Este falso indolente
con su imperiosa urgencia de sosiego,
de enraizarse en un amor de filigrana
y desenvolver sin obstáculo el deseo.

Este soñador sombrío,
exige libertad,
urge de reposo.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Calle.


Días en que mis ojos desaparecen
bajo el humo de la avenida
duele el cuerpo
la mañana solloza un grito cenizo
la garganta arde
el odio del mundo subraya a los débiles.

Qué cosa soy
en este amanecer de invierno:
un verso suspendido de la bruma,
un triste funcionario
ilusionado con la música.

Días en que mi existencia cruje
y nadie se da por enterado.



Barrio San Antonio. Cali. Foto de Anuar Bolaños.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Desvanecencias

13

Acorralado
rechino mis dientes.
La vida, este plazo por cumplir,
recauda mis pasos cada noche.

La noche me pudre con esmero.
No es cierto que sus velos
me adornen con su claroscuro,
su veneno es tan invisible como certero.
El desquicio que la noche
me siembra dentro es invencible.

Oh Mortandad de mis días!



14

Nada veo.
Lanzo mis ojos
mostrando un ruego estéril.

Mis ojos dan cuenta
del socavón sembrado dentro,
no tienen brillo,
un otoño lastimado los domina.
Mis ojos son una cavidad sin fondo
idénticos al corazón por dentro,
recinto sitiado sin dueño ni huésped.

Ay mis ojos,
gendarmes de la duda,
lámparas de mi búsqueda,
llamas de mis días.



15

El cuerpo, este enchape,
esta plastilina,
nos hace tangibles.

La fuerza que le da forma,
(esa que se ve a si misma
pues el alma describe al alma),
nace cristalina,
trae vocación de vitral o calidoscopio,
es transparente y se enturbia
y quiere aclararse.



16

La carne se me ha malogrado.
Que época tan acuchillada.
No puedo asumir la quietud,
camino mal —cuál es el ritmo?—
se me crispan las manos,
la boca se desatranca,
suelto palabras caóticas.

Mis entrañas están revueltas
—las pesadillas dan cuenta de ello—
lo que sale a flote
es una burbuja turbia, deforme.



17

Este cuerpo
—batido de ángel y demonio—
muestra un vaivén cisneado
un aleteo que se sostiene
palpita
no se rompe
tiene el ímpetu
que forma surcos en las entrañas
y sostiene el cántico,
sabe lo que dice,
produce la perfección.



18

La pose es ahora la forma
y dentro
el armazón real.

¿Importará algo
la mirada atisbando el horizonte?

La figura no se resquebraja,
la intemperie es una caricia.

¿Con qué actos nos aman los otros?
Le espera es invencible.

Descubro la inutilidad de todo.
Un poco de café por favor.



19

La vanidad no se ha disminuido con los años
pero se ha resquebrajado.
El caminar mantiene su viejo ritmo sincopado,
la pose de invasor, el talante erguido.
Las carnes blandas cuelgan,
el atuendo va descolorido.

La voz de mi perversión ha alcanzado tal fuerza
que, incluso con los labios cerrados,
las gentes a mi alrededor
han empezado a escuchar mis pensamientos.
Me miran asqueados y se alejan deprisa.

Pero tengo una sonrisa que dice,
yo soy el Rey,
la inmundicia es mi imperio.