jueves, 18 de noviembre de 2010

Por Ahí.

Foto de Anuar Bolaños. Charleston, USA. 2004.

Los días avanzan. Creo que la pausa con que ando hoy es la estrategia que quisiera cultivar para lo que viene. Mi cuerpo se ha ido acostumbrando a esta parsimonia y me gozo la levedad de estas caminatas. Sigo sudando igual, a cántaros; y estoy acalorado, pero eso ya no me incomoda, me seco el sudor y sigo rodando, como desconectado pero sin estarlo. La quietud me trae la esencia de la no-acción, pensar pero no actuar, ni siquiera decir una plegaria en voz alta. Pensar y callar, acaso escribir un poco.

Si estoy al lado de la avenida esperando el bus, es medio día, hace calor, el cielo anuncia lluvia, hay poca brisa, el tráfico es espeso y el ruido compacto; entonces meto las manos en los bolsillos, no suspiro, no me alzo de hombros, no me agito, simplemente espero la ruta que me llevará de vuelta a la oficina. Estoy ahí, de pie, miro, pienso, armo frases, programo lecturas y otras actividades, me imagino la música que me gusta, incluso logro vislumbrar la cara de algún personaje que me gustaría construir como protagonista de un cuento. También recuerdo cada uno de los rostros amados, es fácil, son nítidos, son pocos y siempre están muy presentes en todos mis juegos narrativos.

Cuando estoy sentado en el bus, miro todo y pienso ideas que son casi planas, les pongo un toque de agridulce como para no olvidar que el mundo y las personas somos esta mezcla de ritmos opuestos. Miro rostros, ademanes, muecas, distancias, movimientos, silencios...
Me digo que todo va sucediendo con un objetivo, todo finalmente llega a su meta. El círculo se cierra, nunca tarde, nunca temprano. Sucede en el momento exacto, no hay destiempos. En realidad no existe la premura ni el aletargamiento, todo tiene su compás exacto. Es quizás nuestra percepción la que anda desenfocada, imprecisa. Miramos el transcurrir cotidiano desde los anhelos o las anécdotas doloridas.

Hablar en mi cabeza representa conversar con muchas personas. Sostengo soliloquios con cada uno de mis interlocutores. Lo que acabo de decir no es una contradicción. Yo hablo solo, los demás apenas escuchan, no ripostan. Los otros son hologramas creados para ser mi audiencia, hologramas basados en recuerdos de gente real, audiencia que no replica a lo que digo pero ha aportado las frases que funcionan como punto de partida para lo que voy diciendo. Me tomo la libertad de corregir vainas que yo he dicho, edito conversaciones viejas y redacto ponencias sobre lo que siento. Les hablo a los que amo, y en ocasiones les parloteo a los extraños que se cruzaron en el camino y se han tornado relevantes por algún acto suyo que aporta piezas a mi rompecabezas.

En últimas, hablo para buscar. Le doy algo de uso al tiempo muerto de cada día. Converso para revisar mi historia y redactar mi conocimiento de los hechos, mi especulación sobre los asuntos de la vida.

viernes, 12 de noviembre de 2010

A ver...

¿Qué se necesita para ser un buen escritor?

.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Carta.

Hay días en que me rompo completamente y no me quedan fuerzas para rearmarme. Días en que alguien pisotea mis sueños o me da un portazo porque no le gusta lo que yo soy o no lo entiende o no le sirve.

Días en que a pesar de la luz del verano se me oscurece el camino, las conclusiones de mi sabio espiritual de cabecera fallan en mis manos, el despertador está afónico y no llego a tiempo a ningún lugar, extravié mi bolígrafo de la suerte, el reflejo de las vidrieras me muestran obeso, y mis mejores deseos no son lo suficientemente buenos para nadie.
Días en que no me sale el estribillo para mi nueva canción, o alguien vuelve a burlarse de mis delirios de artista y subraya con fuego mi falta de talento y me enrostra todo lo infantil que soy, lo prepotente que soy, lo cuadriculado que soy...

Quisiera aprender a callar a tiempo, a decir exactamente las palabras que los demás quieren escuchar, en el momento en que las quieren escuchar y con el tono en que las quieren escuchar.
Reniego de ser lo que soy y tengo tanto miedo que quisiera esconderme y no tener tareas por hacer, ni tener deudas insolubles con el pasado, ni tener que mirar hacia ambos lados al cruzar la calle.

Días en que quisiera recordar cómo es que se llora.

Cuando no puedo con mis desastres cotidianos, se me antoja marcar tu número con la urgencia de contarte que he muerto otra vez, y sentir que resucitaría con tu presencia al otro lado de la línea.
Con solo oír tu voz apaciguada sentiría que ya no almacenas rabias para mi ni las engordas, que de verdad me has perdonado, que podría cometer la osadía de pedirte que estuvieras conmigo aunque fuera un ratico, sólo mientras mi corazón vuelve a palpitar...

Días en que añoro la ternura de tu abrazo, la perfecta solidaridad con que me recibías sin pedir mucho y me sostenías la existencia contra toda adversidad.
Quisiera que llegara el día en que tu fuerza me salva tal como soy y disculpa mi naturaleza de engendro fracasado, y pueda ver que te has vuelto inmune a mis sátiras y tu dulzura me vuelve a enseñar la risa.

Entonces te llamo y cuando me contestas digo cualquier vaina tonta.
Hago un chiste y me despido y cuelgo, y así no te enteras que necesitaba contarte mis tristezas para recuperar la fe en la vida.
O llamo y me contesta una grabación que me deja colgado de un balbuceo.
Como consuelo vengo y escribo esto, y aunque el efecto nunca será igual de salvador al que tu voz tendría, siento que ya voy mejor, más liviano. Y aunque sepa que mi soledad es incurable y haya vuelto a concluir que mi manera de amar es inútil y torpe, me incorporo con la certeza de que alcanzaré a llegar a casa a coger mi guitarra y cantar un poco.

martes, 2 de noviembre de 2010

Domingo Nuevo.




Limpio la casa,
preparo guiso de vegetales,
abro la puerta
y me siento a esperar.

Ella anunció visita
y ha cumplido su palabra.

Ahora somos dos náufragos que se miran,
dos cuerpos
que han decidido fabricar
una sola sombra.



Foto tomada por Anuar Bolaños.
.

Itinerario Posible. Poeticuento

Los eventos con que me sigo enredando no han variado en los últimos veinte años. Todos están atravesados por razonamientos llenos de fisuras donde se empotran dudas, doblesentidos y contradicciones. El eje parece único y firme, pero las ramificaciones que nacen de él requieren mayor atención.

Hablo del amor en todas mis reflexiones, le pongo matices y síncopas a cada nueva ilustración que elaboro al respecto. Digo más de lo que debería. Impongo máximas que luego descubro están erradas.

¿Por qué caminos debo llevar mi reflexión?

Quizás escuchar a otros aporte los datos que taponarán las fisuras mencionadas. Escuchar implica además leer textos, ver películas, sentir cantos paralelos a mi búsqueda, inundarme de pinturas y paisajes, aprender el silencio, arroparme con variaciones de clima que me colmen de calma y abran mis poros, mis canales de comprensión, y generen actos que reduzcan mis imprecisiones sobre el amor.

Hay una experiencia vital que nos impone una forma de percepción única, insuperable. Hablo del desamor, ese desprecio que se recibe y te deja muerto por dentro.
Todo queda saturado por ese suceso, esa negación infranqueable que a diario te dice que no existes, que eres el comodín inútil que puede ser reemplazado por cualquiera.

La persona que te declaró invisible nunca echará atrás su sentencia, no habrá apelación que valga.

A algunos nos toca venir a la vida a darnos cuenta de que no existimos.

Cuando esa conciencia me alcanzó, quedé convertido en un ente, un sonámbulo que quiere despertarse y deambula por sus días alimentándose de la filosofía del absurdo que lo barniza de un regocijo superficial, lo dopa, lo mantiene en vilo, funcionando como lo que es, un desahuciado sin eco, un traspiés que nunca termina de caer.

Pero la imagen que quiero presentar de mí mismo es muy distinta. Quizás un hombre de mediana edad, algo atlético, atractivo, de mirada lánguida con chispazos de picardía, caminar elegante pero no llamativo, ropa conservadora pero a la moda, una sonrisa tierna y coqueta, un tono de voz que no fatiga al oyente, manos suaves y prudentes, frases inteligentes que no desafían pero acompañan, abrazos solidarios y un enigma que llama la atención sin frustrar ni desquiciar a nadie.

Quisiera dejar de ser un zombie invisible.