miércoles, 29 de mayo de 2013

Cautivo.





Cómo explicarte que en lugar de llenarme me estás vaciando, los asaltos de pánico se intensifican, los músculos de mi cara se ponen rígidos y no logro sonreír, exhibo el gesto lúgubre de un hombre desorientado, sin piso, y los leves movimientos que alcanzo a coordinar apuntan más a la quietud que al avance. Soy un monigote.

Amarte es habitar el vértigo sin posibilidad de vislumbrar el sosiego, el triunfo de haberte poseído es el fracaso de no poder asir tu aura volátil, ajena, impredecible. No eres un acertijo, tampoco un prisma, menos una línea recta. Eres materia arrogante, estruendo de otoño, condescendencia sin instrucciones, agua filosa.

Cómo aprender a llorarte a tiempo, hoy que ya anticipo el futuro en ruinas gracias a premoniciones aprendidas en el pasado, rutas deambuladas con similar embriaguez, certeza de manos vacías para siempre, pasajero deleite de una piel salvaje y olorosa, mujer asfixia abalanzada sobre mis versos, mis pobres huesos de falso monje estoico, mi oscura voracidad de hombre antiguo obsesionado con quitarte el eje de tus sueños y plantar en su lugar mi brújula de silicio, meter en tu cabeza estrambótica mi timón secular, eslabones de sangre y aire que te obliguen a palpitar y suspirar al ritmo de mis ansiedades cavernícolas, darte mi cruz, atreverme a maldecirte a todo pulmón, abandonar sin pesadumbre mi guarida, mis palabras, ya no ser.


domingo, 19 de mayo de 2013

Tiempo 2.





Surge curiosidad por el tiempo que acelera en irse, casi pánico. Esa sustancia que parecía cocer la vida a fuego lento ahora se siente como un congelamiento apresurado, dictador. Amar el otoño es entregarse a habitar voluntariamente en el umbral del invierno, haber renunciado a la luz tibia del verano. El otoño es la primavera marchita, antesala del frío decorada con el barniz de la nostalgia.
Yo le digo a mi corazón que se lo tome con calma. Entonces, él reduce el número de latidos con los que me dicta versos. Adopto la cadencia de un ballet en cámara lenta y me inclino a recoger las palabras que cada día caen de mi testa. Vivo tan saturado de mi propia voz que el desbordamiento de mis ideas ha inundado la casa con el cascajo de mis mutaciones. Recojo residuos de mis viejas pieles para leer en ellos los hombres que he sido. Hago mi atuendo de invierno, sonrío enconchado en la soberbia de fabricar mis propias instrucciones de uso. Imposible aislarme de mí mismo. El tiempo me cuece, yo pongo el adobo. Escojo las finas hierbas, los juegos cromáticos de los atardeceres, el canturreo de la lluvia, la gaza de viento lleno de basuritas del campo, los espléndidos desvaríos del trópico, la sonrisa de Mariana Carbonell, los aromas agridulces de su piel acalorada, los innumerables recuerdos de los rostros amados, ritmos, fotografías, aparatos, todo el arte y la ciencia del hombre combinados en el humus que nutre mis pies, compota que endulza mi sangre, cosmético de mis plumas, aceite de mis cicatrices, licor de los agasajos con que celebro mi fecha de vencimiento y desatiendo las miserias obligatorias de la vida.


lunes, 13 de mayo de 2013

Viaje.






La ciudad amaneció más amenazante de lo usual. Está más vacía, hay más silencio. La gente en la calle no avanza, está detenida. No va a ningún sitio, tampoco espera. Una neblina inusual para esta época los difumina, los hace flotar como fantasmas.
El frío impone su yugo invisible, confirma que estamos indefensos. Un leve pánico imperceptible nos conecta. Un rugido sordo habla a lo lejos y su eco nos cobija con una honda magnética.
Desde el bus rumbo al trabajo, veo la ciudad como una nave en la que viajo hacia lo desconocido. Entonces recuerdo que el planeta, y todo lo que existe, flota en la oscuridad gaseosa del universo, en la nada.


domingo, 5 de mayo de 2013

Calor.





Líquido de tres sabores combinados en uno. Café espeso, leche diminuta, azúcar desgranada. Mezclo a temperatura semi ardiente. Bebo a tragos gruesos. Sudo. Ya es la noche pero el clima arde. Vainas del trópico, me explico. El aire está completamente quieto. Yo repito el fallido ejercicio de no pensar. Vuelvo a usar el curtido gesto de parecer embalsamado y me quedo mirando los objetos que tengo arrumados sobre la mesa de escribir. Perfecto altar de la decadencia. Mi piel brilla, es el sudor que pone su rocío salado al servicio del sauna natural de la habitación. Disfruto de la humedad que se ha adueñado de mi franela de algodón. Hueles a hombre, me dice Mariana, y arrastra su nariz por mi cuello mojado. No le presto mucha atención pero le sonrió un poco. Me concentro en invocar la lluvia. Funciona. Gotas gordas y calientes caen a destiempo sobre el tejado. La síncopa de agua enmudece cualquier otro sonido que hubiese. De pronto me imagino muchas matas de plátano de hojas muy anchas reproduciendo el eco sordo del aguacero. Llega el viento. Decido cambiar el café por vino tinto. Como uno más de mis actos reflejos, ya he puesto a sonar el álbum de Rythm and Blues a bajo volumen. El calor aumenta. Ahora la humedad resalta los pezones de Mariana bajo su blusa de gaza. Ese relieve no puedo desatenderlo. La certeza de que todo acto de amor es absurdo y que la indiferencia es el único antídoto infalible contra la ley de Murphy, me permiten dejar de lado la ironía y entregarme a la contemplación indefinida del deterioro del mundo. Por suerte aún soy un asalariado de buen desempeño y eso me protege de muchos de los quebrantos modernos, en especial de la locura inoficiosa.