jueves, 30 de diciembre de 2010

Tinta Húmeda 4.

No sucede nada a destiempo.
Aunque haya preámbulos
el encuentro real sólo sucede
en el momento exacto.

La entrega que se anuncia agita los espejos,
templa la carne.
El obsequio prometido aviva la noche,
seduce al agua.

Las palabras guardadas
se adornan con espigas
y salen a flote.
Los planos se mueven
para ensamblar un hospedaje clandestino.
Aquí sólo habitaremos un instante,
tu largo beso me lleva hacia el desierto.

El amor es un tiovivo
que no da tiempo a fundar una promesa.

¿Harías de mis cartas un tesoro?



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martes, 28 de diciembre de 2010

Tinta Húmeda 3.

Acabo de regresar del olvido
y no sé de dónde salió el traje que visto.
Soy el maestro de ceremonias
de un circo barato.
No es fácil precisar mi edad.

Te acercas,
me miras cautivada.

Jovencita atraída por mi penumbra,
¿has escuchado el verso que canto?
¿percibes mi olor a fango?

He vuelto de la muerte
para recibir tus encantos.

Romperé el alambique de tu cuerpo,
desdibujaré las coordenadas que te guiaban,
la sangre cambiará su ruta,
el llanto dejará de fluir.

Tu sonrisa, tus palabras, tu silencio…
flores puestas sobre el lecho.

Con un beso colonizaré tu tiempo,
seré el huésped que calibre tus sueños.


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jueves, 9 de diciembre de 2010

Tinta Húmeda 2.

Busco la imagen, la fabrico,
recorto los bordes,
oscurezco la líneas,
doy brillo al alto relieve.
Logro así
apoderarme de tu cuerpo desnudo.
Mis ojos conocen tus rutas,
tus pezones trazan mi nuevo eje.
Mi aire nace ahora en tu boca.
Con tu humedad
puedo deslizarme hacia el océano.
De ti nace el tiempo,
los nuevos días.
En ti encuentro el fruto
para calmar mis noches.
Ya nada espero,
ya nada busco.







Foto: Anuar Bolaños.


sábado, 4 de diciembre de 2010

Efímero: Poeticuento.

Tengo el culo cansado de estar sentado
leyendo pendejadas en la pantalla.
Pero no quiero sonar malagradecido
con este nuevo ritual en mi vida,
me refiero a esta obsesión,
esta dependencia de estar leyendo textos superfluos en la red.

Algo pasa en mi o por mi.
Se produce un zumbido,
la saturación de imágenes y palabras
me mete en un trance
en el que empiezo a desprenderme de mis deseos.

Termino no queriendo nada, no añorando ni anhelando nada.
Llegan ideas que casi siento sencillas, alcanzo la lucidez,
la inventada lucidez
del que no se necesita ninguna sabiduría para existir.
Vuelvo a mi estado de zombie vegetal.
Y eso me hace sentir más vivo que de costumbre.

Se dibuja una sonrisa en mi boca,
hay un brillo perverso en mis ojos
y siento que podría aguantar un escupitajo.
A esta sensación me gustaría bautizarla El Trance Del Elegido.
Así debieron sentirse todos los condenados a la hoguera.

Embriaguez de la sabiduría que rechaza el saber.
El aquí y el ahora también están sobre valorados.
Tampoco este instante importa, es completamente efímero,
ya se esfumó.

viernes, 3 de diciembre de 2010


Graffiti en una calle de Bogotá. Foto: Anuar Bolaños.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Hábitat.

Foto de Cali tomada por Anuar Bolaños.


Mi mente es encandilada por el gris fluorescente del cielo. El clima es frío, voy llegando a la cresta de la montaña. La tarde dice que ya acabó su jornada. Miro a través de la ventana del bus y el perfil de la cordillera es morado. Llovizna un poco. Aprieto los puños dentro de la chaqueta, me humedezco los labios con la lengua, el aire me ha resecado la nariz por dentro. Mi rostro se desvanece en el cristal, veo media sonrisa y mechones de pelo sobre las cejas. De nada sirve la nostalgia.

La ciudad me acoge en su perspectiva. La brisa hace ondular la rigidez del cemento. ¿Qué se activa en mi sangre con el arribo de la noche? Cuánto del pasado está destinado a formar mi voz? La mirada se queda estacionada en la arquitectura de mi búsqueda. Soy tan endeble en mi conocimiento. Avanzo subyugado por esta inconclusa faena de vivir.

Este barrio es mi piel. Llueve. La llovizna picotea los adoquines del patio. Me susurra acertijos. Los transeúntes son ramificaciones de mi calavera. En su trasegar se llevan trozos de mis ojos. Ah que hermosa algarabía de laberintos. ¿Dónde el dominio de la forma? Dentro tengo una música disonante, los metales de mi crucifijo, el anjeo que no permite a mis entrañas desparramarse, un silencio que templa pancartas, el llanto que desteje mi voz. Si supiera como escribiría un tango.

El destino acaba de dar una vuelta más a la tuerca con que aprieta mis días, me acorrala con su tridente rabioso. Me he visto empujado a tornar sobre mis pasos, estoy de regreso al polvo de donde salí. Vuelvo a habitar entre alimañas y ruido, vuelvo a cruzar los antiguos callejones oscuros y malolientes. A mi espalda le han crecido ojos para cuidarse del peligro que la acecha. La noche se ha convertido en la Diosa del Pánico. Todo sucumbió. A mi ángel de la guarda lo alcanzó una flecha envenenada. ¿Qué ruta me lleva a casa? Me consuelo diciendo que no importa, ya el verano secará las llagas de mi lengua, el viento se llevará las cenizas de mis ojos.

Ha ocurrido tan despacio que no me he percatado de que ya estoy muerto.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Por Ahí.

Foto de Anuar Bolaños. Charleston, USA. 2004.

Los días avanzan. Creo que la pausa con que ando hoy es la estrategia que quisiera cultivar para lo que viene. Mi cuerpo se ha ido acostumbrando a esta parsimonia y me gozo la levedad de estas caminatas. Sigo sudando igual, a cántaros; y estoy acalorado, pero eso ya no me incomoda, me seco el sudor y sigo rodando, como desconectado pero sin estarlo. La quietud me trae la esencia de la no-acción, pensar pero no actuar, ni siquiera decir una plegaria en voz alta. Pensar y callar, acaso escribir un poco.

Si estoy al lado de la avenida esperando el bus, es medio día, hace calor, el cielo anuncia lluvia, hay poca brisa, el tráfico es espeso y el ruido compacto; entonces meto las manos en los bolsillos, no suspiro, no me alzo de hombros, no me agito, simplemente espero la ruta que me llevará de vuelta a la oficina. Estoy ahí, de pie, miro, pienso, armo frases, programo lecturas y otras actividades, me imagino la música que me gusta, incluso logro vislumbrar la cara de algún personaje que me gustaría construir como protagonista de un cuento. También recuerdo cada uno de los rostros amados, es fácil, son nítidos, son pocos y siempre están muy presentes en todos mis juegos narrativos.

Cuando estoy sentado en el bus, miro todo y pienso ideas que son casi planas, les pongo un toque de agridulce como para no olvidar que el mundo y las personas somos esta mezcla de ritmos opuestos. Miro rostros, ademanes, muecas, distancias, movimientos, silencios...
Me digo que todo va sucediendo con un objetivo, todo finalmente llega a su meta. El círculo se cierra, nunca tarde, nunca temprano. Sucede en el momento exacto, no hay destiempos. En realidad no existe la premura ni el aletargamiento, todo tiene su compás exacto. Es quizás nuestra percepción la que anda desenfocada, imprecisa. Miramos el transcurrir cotidiano desde los anhelos o las anécdotas doloridas.

Hablar en mi cabeza representa conversar con muchas personas. Sostengo soliloquios con cada uno de mis interlocutores. Lo que acabo de decir no es una contradicción. Yo hablo solo, los demás apenas escuchan, no ripostan. Los otros son hologramas creados para ser mi audiencia, hologramas basados en recuerdos de gente real, audiencia que no replica a lo que digo pero ha aportado las frases que funcionan como punto de partida para lo que voy diciendo. Me tomo la libertad de corregir vainas que yo he dicho, edito conversaciones viejas y redacto ponencias sobre lo que siento. Les hablo a los que amo, y en ocasiones les parloteo a los extraños que se cruzaron en el camino y se han tornado relevantes por algún acto suyo que aporta piezas a mi rompecabezas.

En últimas, hablo para buscar. Le doy algo de uso al tiempo muerto de cada día. Converso para revisar mi historia y redactar mi conocimiento de los hechos, mi especulación sobre los asuntos de la vida.

viernes, 12 de noviembre de 2010

A ver...

¿Qué se necesita para ser un buen escritor?

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sábado, 6 de noviembre de 2010

Carta.

Hay días en que me rompo completamente y no me quedan fuerzas para rearmarme. Días en que alguien pisotea mis sueños o me da un portazo porque no le gusta lo que yo soy o no lo entiende o no le sirve.

Días en que a pesar de la luz del verano se me oscurece el camino, las conclusiones de mi sabio espiritual de cabecera fallan en mis manos, el despertador está afónico y no llego a tiempo a ningún lugar, extravié mi bolígrafo de la suerte, el reflejo de las vidrieras me muestran obeso, y mis mejores deseos no son lo suficientemente buenos para nadie.
Días en que no me sale el estribillo para mi nueva canción, o alguien vuelve a burlarse de mis delirios de artista y subraya con fuego mi falta de talento y me enrostra todo lo infantil que soy, lo prepotente que soy, lo cuadriculado que soy...

Quisiera aprender a callar a tiempo, a decir exactamente las palabras que los demás quieren escuchar, en el momento en que las quieren escuchar y con el tono en que las quieren escuchar.
Reniego de ser lo que soy y tengo tanto miedo que quisiera esconderme y no tener tareas por hacer, ni tener deudas insolubles con el pasado, ni tener que mirar hacia ambos lados al cruzar la calle.

Días en que quisiera recordar cómo es que se llora.

Cuando no puedo con mis desastres cotidianos, se me antoja marcar tu número con la urgencia de contarte que he muerto otra vez, y sentir que resucitaría con tu presencia al otro lado de la línea.
Con solo oír tu voz apaciguada sentiría que ya no almacenas rabias para mi ni las engordas, que de verdad me has perdonado, que podría cometer la osadía de pedirte que estuvieras conmigo aunque fuera un ratico, sólo mientras mi corazón vuelve a palpitar...

Días en que añoro la ternura de tu abrazo, la perfecta solidaridad con que me recibías sin pedir mucho y me sostenías la existencia contra toda adversidad.
Quisiera que llegara el día en que tu fuerza me salva tal como soy y disculpa mi naturaleza de engendro fracasado, y pueda ver que te has vuelto inmune a mis sátiras y tu dulzura me vuelve a enseñar la risa.

Entonces te llamo y cuando me contestas digo cualquier vaina tonta.
Hago un chiste y me despido y cuelgo, y así no te enteras que necesitaba contarte mis tristezas para recuperar la fe en la vida.
O llamo y me contesta una grabación que me deja colgado de un balbuceo.
Como consuelo vengo y escribo esto, y aunque el efecto nunca será igual de salvador al que tu voz tendría, siento que ya voy mejor, más liviano. Y aunque sepa que mi soledad es incurable y haya vuelto a concluir que mi manera de amar es inútil y torpe, me incorporo con la certeza de que alcanzaré a llegar a casa a coger mi guitarra y cantar un poco.

martes, 2 de noviembre de 2010

Domingo Nuevo.




Limpio la casa,
preparo guiso de vegetales,
abro la puerta
y me siento a esperar.

Ella anunció visita
y ha cumplido su palabra.

Ahora somos dos náufragos que se miran,
dos cuerpos
que han decidido fabricar
una sola sombra.



Foto tomada por Anuar Bolaños.
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Itinerario Posible. Poeticuento

Los eventos con que me sigo enredando no han variado en los últimos veinte años. Todos están atravesados por razonamientos llenos de fisuras donde se empotran dudas, doblesentidos y contradicciones. El eje parece único y firme, pero las ramificaciones que nacen de él requieren mayor atención.

Hablo del amor en todas mis reflexiones, le pongo matices y síncopas a cada nueva ilustración que elaboro al respecto. Digo más de lo que debería. Impongo máximas que luego descubro están erradas.

¿Por qué caminos debo llevar mi reflexión?

Quizás escuchar a otros aporte los datos que taponarán las fisuras mencionadas. Escuchar implica además leer textos, ver películas, sentir cantos paralelos a mi búsqueda, inundarme de pinturas y paisajes, aprender el silencio, arroparme con variaciones de clima que me colmen de calma y abran mis poros, mis canales de comprensión, y generen actos que reduzcan mis imprecisiones sobre el amor.

Hay una experiencia vital que nos impone una forma de percepción única, insuperable. Hablo del desamor, ese desprecio que se recibe y te deja muerto por dentro.
Todo queda saturado por ese suceso, esa negación infranqueable que a diario te dice que no existes, que eres el comodín inútil que puede ser reemplazado por cualquiera.

La persona que te declaró invisible nunca echará atrás su sentencia, no habrá apelación que valga.

A algunos nos toca venir a la vida a darnos cuenta de que no existimos.

Cuando esa conciencia me alcanzó, quedé convertido en un ente, un sonámbulo que quiere despertarse y deambula por sus días alimentándose de la filosofía del absurdo que lo barniza de un regocijo superficial, lo dopa, lo mantiene en vilo, funcionando como lo que es, un desahuciado sin eco, un traspiés que nunca termina de caer.

Pero la imagen que quiero presentar de mí mismo es muy distinta. Quizás un hombre de mediana edad, algo atlético, atractivo, de mirada lánguida con chispazos de picardía, caminar elegante pero no llamativo, ropa conservadora pero a la moda, una sonrisa tierna y coqueta, un tono de voz que no fatiga al oyente, manos suaves y prudentes, frases inteligentes que no desafían pero acompañan, abrazos solidarios y un enigma que llama la atención sin frustrar ni desquiciar a nadie.

Quisiera dejar de ser un zombie invisible.

viernes, 29 de octubre de 2010

Fugacidad.

Quizás debería maldecir lo que no entiendo aunque sepa como funciona, pero no me aturde la incomprensión de los hechos. Dejo que todo me afecte, y eso está bien.
De eso se trata esta rutina plomiza que invento con descaro, a destajo.
No suelto ninguna súplica, no tendría por qué hacerlo. En realidad lo que me colma o me calma, es la quietud, cierta pausa que me ablanda, que me pone a hilar ideas suaves.

Ésta es quizás la característica que más me dibuja, no logro pasar por los eventos siendo una brizna que el viento lleva, traigo mi propio peso, lo he traído siempre, me lo ha otorgado la vida. Los eventos me comunican algún mensaje profundo, puedo ver que en cada movimiento el destino se está labrando así mismo, va siguiendo el itinerario que inventa y renueva sin pausa ni fatiga. Yo no estoy aquí como testigo de lo que se mueve o está quieto. Mi cabeza se conecta con todo, incluso a través del tiempo. Los sucesos del pasado se mantienen actuales, tienen una voz clara que hace presencia con sus conclusiones y propuestas, imponen una bitácora indeleble que se hace oír por encima del estruendo que llega.

Todo lo concibo sin rabia, sin ansiedad, sin ninguna esperanza, y quizás el no esperar nada me hace sentir victorioso, me hace sentir que aunque no soy un héroe, sí llego al final del día con un triunfo agradable, con algo para exponer, nada que deba ser incluido en los registros de proezas, sin embargo.
Me refiero a un triunfo sencillo que me deja un buen sabor en la boca y una sonrisa que dice, así también vale la pena vivir, así también llevo a buen término mi tarea, esa tarea que me he impuesto. En últimas nada ha sucedido contra mi voluntad. Mis pasos son estos, este mi ritmo. Cada movimiento es el resultado de lo que he ido construyendo con mi evolución. Le pongo a mi cabeza y a mi corazón el alimento que he concluido me nutrirá. He escogido el verbo, el matiz, el aroma, la melodía, el hábitat.
He seleccionado mis movimientos y he ido afinándolos a punta de reflexiones, de tachones y poda.
Quizás todo hombre deba hacer de su espíritu un bonsái, embellecer mientras empequeñece, agrandarse mientras se reduce.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Tinta Húmeda 1.

Embeleso Magenta.



Mujer
eres alacena de colores.
Rosados pezones,
pubis negro veteado de marrón,
rojo intenso en la madriguera del fuego,
blanca sonrisa humedecida de besos,
cabello de cobrizas ondulaciones,
borrasca magenta
que insinúa un lienzo medieval.

El matiz de tu piel
es imposible de nombrar,
ceniza rosada,
amanecer de leche azul,
penumbra barnizada de ámbar,
cáscara de jengibre.

La luz es un manto que cae
sobre los giros de tu cuerpo,
invasor de mis días,
murmullo que aturde,
embeleso acalorado.




Alz-Ram.

Blanco.

Los eventos avanzan con desgano, con la complicidad de la modorra que traen los días de lluvia. Me encierro. Miro desde el balcón los rayonazos con que el aguacero ha tachonado el horizonte. Me burlo del poder del agua con un resoplido irreverente, como queriendo decirle, "hacé lo tuyo que yo hago lo mío". ¿Y qué es lo mío, en últimas? Esta verborrea inconclusa.
Lo sé, esta manía estéril de digitar divagaciones me ha ido creciendo una joroba de tanto estar agachado sobre el teclado.

Vivo en silencio. No creo tener un recuerdo nítido de mi voz. Quizás deba recurrir a la video cámara para guardar un poco de mi propio sonido. Pero qué diría?
Como me hubiese gustado ser un juglar de esos que improvisan coplas desde su burla o su desencanto, tocar la guitarra y dejarme ir en canturreos que superen el abejorro de la lluvia.
Seguramente terminaría labrando piropos para alguna mujer imaginada o recordada, y sería tal el matiz cursi de cada verso que mi propia náusea me obligaría al silencio de nuevo.

Creo que esta quietud es por lo pronto mi mejor rutina. Iré por algo de vino.

martes, 26 de octubre de 2010

Temprano En La Mañana.

Claudia vive en el sur y trabaja como asistente en una clínica al norte de la ciudad. Hoy tuvo suerte de coger puesto en la buseta, usualmente en la mañana pasan repletas. A su lado va un joven de aproximadamente 28 años de edad, traje ejecutivo y portafolio sobre las piernas.
Cuando ella se sentó él le sonrió.

—Parece que ahora sí llegó el verano— dijo sin mirarla, observando los árboles de los andenes iluminados por el sol.
—Pues ojalá, tanta lluvia ya me tenía aburrida— comentó Claudia, y al instante activó un mecanismo que consiste en sostener la conversación mientras por su cabeza van pasando frases que ilustran su pensamiento.
“Este ya va empezar a gallinacearme.”
El hombre la mira despacio y ve a una mujer bella, el uniforme de oficinista no deja ver mucho pero insinúa buenas formas. Se ve alta.

—Pero veo que aún lleva paraguas—
—Si. No me confío—
—Hace bien, y va para el trabajo me supongo—
—Así es—
—Yo también. Trabajo en el Edificio del Comercio—
“No demora en preguntarme qué hago los fines de semanas.”
—Y usted que hace? —
—Soy secretaria—
—Ah que chévere, y también trabaja los fines de semana—
“Lo sabía, este tipo es un perro”.
—Sólo los sábados hasta el medio día, después quedo libre—
—Yo en cambió nunca tengo un día libre—
—Por qué, usted qué hace? —
—Soy vendedor de cosméticos en las agencias de Top Models—
“Ah no, este tipo lo que quiere es venderme sus productos.”
—Usted tiene un rostro muy hermoso—
—Ay gracias, pero no le creo—
—En serio, a usted le caería estupendo alguno de los kits que yo promociono—
“Nunca fallo. Qué dijo, ésta ya mordió el anzuelo”.
—En realidad en el trabajo nos prohíben maquillarnos—
—Pues que lastima, usted se vería divina. A mi me encantaría tener rasgos tan finos como los suyos. Si yo fuera mujer me maquillaría bien espectacular—
—Ja, ja, já…
“Este me salió gay.”
—No se burle, los atributos físicos que la naturaleza nos da son para explotarlos—.

Claudia no resiste la tentación de observarlo y ve que efectivamente es un tipo que se cuida, sus manos tienen las uñas arregladas, va bien afeitado y huele rico. Él la mira sin incomodarla y ante la evaluación que ella hace, le ofrece una sonrisa tierna, casi melosa.
“Definitivamente es gay.”
La buseta ya ha cruzado la zona de tolerancia y dejado atrás basuras de las que el sol arranca vapores descompuestos. A buen paso se aproxima a los almacenes del centro.

—Bueno, aquí tengo que bajarme. Que tengas buen día, Preciosa—
—Adiós, que le vaya bien—

El hombre timbra, la buseta se detiene y él se baja.
“Caramba, si que me encuentro tipos raros.“
La buseta sólo ha avanzado un par de cuadras cuando Claudia grita:
—Ay jueputa mi celular. Chofer, pare que me robaron!

lunes, 25 de octubre de 2010

Este Hombre.

Poeticuento.


Es tan intenso. Le ofrezco mis labios para un beso y me invade con su lengua, casi una serpiente saturando mi garganta. Quedo empavonada y sin aliento, es tan veloz que sólo atino a rechinarle los dientes. —Podría abofetearlo por eso—.

Hay días que sus besos son una visita afortunada, me dejan en vilo un instante que ruego se prolongue. Me abraza con tal precisión que su cuerpo suplanta mis ropajes, es firme, cálido, y afloja en el momento exacto sin dejar magulladuras.
Sus ojos me limpian la mirada pero son tan nostálgicos que no creo que haya corazón que los aguante. Al atardecer su silencio es acogedor.
Nunca me gusta cuando me agarra al descuido o mete su mano bajo mi blusa. Me siento prisionera —podría abofetearlo por eso—.

Sobre mi rostro sus caricias son otro asunto, sus dedos tienen el toque de un ángel. Dice frases que me desatan, ya de cólera, ya de risa. Es insólita su manera de descorrer el pestillo de mis desaires.
Creo que tiene miedo, camina contando los pasos. A su espalda caen sombras deshilachadas y es como si un quejido lo persiguiera. Siempre trae manchas de sangre en la camisa en el lado del corazón.

Le perdono todo, sus asaltos de caníbal, sus ojos de invierno, la rigidez de su ceño, sus sueños desolados, todo. Pues al voltear siempre está ahí con su pulso firme, con su verbo intacto.

viernes, 22 de octubre de 2010

Rutina Antigua.

Poeticuento.

El transporte me inspira cuando viajo a través de la ciudad. Me recuesto a la ventanilla para olvidar las botas puntiagudas de quien va a mi lado y me zambullo en espejismos para el fin de semana. La jovencita cerca al piano es la bailarina de leve acento francés, su mirada un poco temerosa y fuerte me cosquillea en la espalda cada vez que parpadea para acomodar sus lentes de contacto, quisiera desnudarla y abrazar sus senos diminutos, dejar mis labios en sus pezones hasta que las pecas de su bronceado se muden a mis mejillas. Salgo de la ensoñación y ya estoy en mi pocilga a punto de iniciar el ritual del viernes en la noche, mezclo hojuelas de avena, ripio de coco y cáscara de arroz para que mi alma digiera sustos y emulsifique el llanto adiposo. En el CD de Blues un negro arroja pentagramas desde su vozarrón, mil acordes se clavan en mis ojos y extraen cubitos de hielo del almacén de la nostalgia. Llega otra vez la imagen de la doncella con las zapatillas de danza pendiendo de su cuello, pone sus labios gruesos allí donde el deseo me robó la saliva y la humedad de su lengua es leche fresca. La voz queda limpia como un arroyo. Preciso de un cigarrillo, un masaje en la espalda, un libro nuevo, una carta de amor clandestina, otra máquina de afeitar. 1990.

viernes, 15 de octubre de 2010

Evolución?

Quizás ser evolucionado consista en reconocer qué sentimos y cómo. Tener el valor y el talento para rastrear como nace y se expande cada sentimiento, o se reduce.
Estar dispuestos a cambiar la manera de pensar sobre lo que sentimos, y el modo de reaccionar con lo que sentimos. Y todo esto en relación con los otros. No es sólo la tarea de aprender a relacionarme con lo que yo siento pero también aprender a relacionarme con lo que los demás sienten; y por qué no, aprender a mirar cómo es que los sentires propios y ajenos se relacionan entre sí, cómo hemos sido entrenados y nos auto-entrenamos para sentir y permitimos ser acertados en este asunto.

Quizás ser evolucionado es tener el talento y la fuerza para calibrar lo que se siente en pos del beneficio individual y de grupo, aldeano y global, presente e históricamente. Es decir, aportar a la evolución total con nuestra evolución individual.

¿Cuál sería el parámetro de medición para saber si lo que se está haciendo es lo adecuado, lo acertado?
Seguramente los resultados y los beneficios recibidos por todos, el nivel de alegría y ansiedad bien combinados, los cambios de ritmo, la renovación de los anhelos y la fabricación de rutinas atravesadas por sueños palpables.

¿Ser una persona evolucionada con respecto a qué?

Conocer el tramado de los lados oscuros, calibrar los pasos, tener almacenados recursos para improvisar, ser arrojado y tener pausas bien sincronizadas, ponernos a prueba constantemente y alzarnos de hombros a voluntad y sin remordimientos. Hacer el sacrificio requerido.

Ser evolucionado...
Saber recorrer el sendero que nos lleva al fin. Ir con las manos vacías y el corazón tranquilo.

jueves, 14 de octubre de 2010

Amantes.

Los amantes son personas que tienen relaciones sexuales y eróticas con regularidad. Los pueden ligar muchos afectos. Sólo que no los unen compromisos afectivos.
En los amantes no hay afecto amoroso, hay afecto amistoso, el cual podría llegar a ser profundo. Es posible que un amante sea un amigo del alma.
Las expectativas de los amantes sobre su relación no son de salvación (esa que se delira el amor traerá) sino expectativas (curiosidades) de placer. No hay expectativas gigantes por lo tanto tampoco hay grandes frustraciones. Si se toman un café está bien, si conversan es entretenido.
Si se dieran expectativas afectivas posiblemente se generaría una dependencia nociva.
Los amantes no cubren vacíos afectivos y no buscan cubrirlos, nada demandan. Insisto, el intercambio de placer es su mayor característica. Son libres, solo se unen para ir juntos donde su deseo sexual los lleve. Conocen los límites de su relación y su objetivo único: el placer. Les gusta pasarla bien.
Los amantes coinciden en algunos aspectos de su vida pero en lo esencial es el placer su mejor conexión, lo cual dejaría por fuera enormes riesgos de sufrimiento. Un amante descubre terrenos eróticamente recónditos, se funde contigo, late, gime, sigue tu ritmo. (Si no es bueno en el sexo no merece ese título.)
Y, si los amantes involucrados tienen el componente de la reflexión, quizás se den expectativas de conocimiento sobre el ser humano, el amor, la pareja, el sexo, la vida...
Claro, es posible que una relación de amantes se convierta en amor, lo cual dejaría de lado mucho de lo anterior.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Voces Paralelas.

Mis días se desenvuelven llevando hacia adelante dos frentes que avanzan juntos. Visibles para el ojo aguzado, cercano. No hay una dualidad. Soy uno viviendo dos líneas de pensamiento al mismo tiempo.
La puesta en escena tiene un lenguaje levemente histriónico.

Toda certeza o espontaneidad en el guión con que escribo mis días apunta a la construcción de lo real. Los gestos que hacen coro con el vibrato en la voz, el orden de las palabras escogidas, la cadencia al ser pronunciadas (su soltura y su vehemencia), los pensamientos que engendraron las ideas, los ademanes sueltos con que dibujo el escenario, la claridad en la mirada y la verdad como recurso único de narración, ilustran la fachada con que me presento ante el mundo cada día.

Todo esto, puedo asegurarlo, es la punta del iceberg de lo que llevo guardado. Es decir, de la estructura interna que me sostiene. Ese es el segundo frente. El rumiar silencioso con que me hablo sobre el pasado, lo que voy viviendo y lo que está por venir. Y me hablo con dialecto de libro, con recursos de novelista, con alcances de locutor.
La Palabra me ayuda a pensar y me aclara los sentires.


Foto tomada por Anuar Bolaños.

martes, 12 de octubre de 2010

La Amalgama Interior.

Cada persona se va construyendo con lo que su esencia atrae. Bueno, primero es un balde en el que se van depositando hechos. Luego es un imán que atrae unos sucesos y repele otros. Todo se mezcla. Alternadamente se es una esponja o una roca, arcilla y cobre. Nunca agua, jamás viento. El tiempo nada moldea. Cada cabeza arma el itinerario por donde desea deambular. A partir de cierto punto en la evolución de su existencia cada ser se construye a sí mismo. Sus ansias de ser son las que eligen lo que lo nutrirá, el camino a seguir, las aldeas que abandonará. No existen el ensayo y el error. Nada se da al azar. Nada es en verdad un delirio. Todo cabe dentro de lo posible y lo existente. Hay penumbras y luces pálidas. Hay melodías y estridencias, hay pausa.

Se podría pensar que el evento más triste en la existencia de cada ser es el desconocimiento de su propia naturaleza. Cierta ceguera con que avanza no le permite verse en la medida requerida para alcanzar el control de sus movimientos. Toca admitirlo, el control de la existencia es lo que se persigue o se anhela. El control, no el conocimiento. Pero es el conocimiento el que eventualmente aportaría el control. No se reconoce el por qué de la frustración ni qué la causa. El conocimiento de lo que se acarrea dentro sería el espejo que mostraría lo que hay, lo que nos habita. La ansiedad lo ha empañado.
Bestias y monjes, sátiros y querubines, Adonis y Engendro, torbellino y remanso. La amalgama que sostiene la vida impulsa los pasos.

Esto han dicho: La congruencia, "...que lo que tú sientes y piensas sea igual a lo que dices y haces." Unidad. Ser uno solo, un solo ente. No existe tal cosa. Cada ser es un engendro que se bifurca y se bifurca y se bifurca. Ya sea de luz, ya de sombra, o el intermedio: la penumbra, el duermevela. Medio dormido, medio despierto.
Quizás los santos alcancen ese estado de unión total, dentro, muy dentro. Entonces pueden salir a mostrar sus logros, educar con el ejemplo pero sobretodo con la palabra.
¿Y luego? Nada. Siempre triunfa la nada.

Perspectiva.


Foto tomada por Anuar Bolaños.

No he querido hoy recibir la luz. Es domingo, muy temprano. Han sido días lluviosos, sin tregua, y el arranque del día es frío, grisáceo.
De costumbre lleno la casa con las luces amarillas de los focos, pero hoy he querido la penumbra. Ya muchas otras veces la he perseguido. Usualmente, en días de semana, a las seis de la mañana ya ha amanecido y estoy listo a salir de casa. Antes de cerrar la puerta tras de mí, echo un último vistazo al interior y veo la luz de la mañana entrando por la ventana del patio hacia el cuarto de los libros, cae sobre la mesita circular donde tengo mis papeles en desorden dándoles un grosor inesperado. Esa luz, esa penumbra, siempre me hacen sentir la tibieza del hogar, aunque viva solo.
Me siento abrazado por mi hábitat, dueño de un rincón que es mío y me espera a cada regreso. A veces me invaden deseos de no querer ir al trabajo, de devolverme a gozar las primeras horas del día sumergido en mis reflexiones, con música clásica de la radio, apenas perceptible, y tal como en este instante, con la cafetera destilando el aroma del café que me inunda con recuerdos de mi niñez cuando me levantaba y hallaba al viejo haciendo un ritual parecido al que he fraguado hoy.

También es cierto que esta sensación de tibieza, este acogedor permanecer rodeado solo de mis volteretas mentales, es apéndice de otra sensación más fuerte que me ha acompañado largo tiempo y es la de buscar un sitio de poder, un lugar donde sentarme a escribir sin cortes, a dejar que por fin todo lo pensado llegue al papel.
Sé que habría muchas cuartillas para almacenar y corregir luego. Esa labor ya sé como realizarla. Pero la primera, la inicial, la de sentarme en el punto que sirva de antena receptora y motor de acción entre ideas y redacción, no he podido hallarla o construirla. Hace años tenía ese centro, una mesa en el antejardín de la cafetería cerca al trabajo donde cada mañana, acompañado de café, gastaba un par de horas haciendo cartas como ésta. Toda la escena era el impulso, la esquina, la perspectiva sinuosa de la avenida, la cortina de montañas a un lado semiborrada por la neblina, el olor a pan recién horneado, la conversa adormilada de la mesera, el frío en mi cuerpo siempre poco abrigado y cierto silencio dentro de mi cabeza que desatendía los ruidos del tráfico o las voces de otros clientes, y más bien permitía a mi rumor de adentro alcanzar la nitidez y la pausa exactas para que yo pudiera oírlo y escribirlo sin perder palabra. Todos esos elementos se esfumaron: los colores, los matices, olores, sabores, sonidos de fondo, rostros del día a día..., todo se fue.
Quizás por eso la penumbra de mi casa, este frío que entra por la ventana, mi jarro de café, este rincón en que escribo; sean una aproximación a ese estado pasado, a esa cafetería y, más atrás, a las mañanas en casa de mis viejos cuando era un muchacho que no podía agarrar ni una idea completa.
Esta sensación es la acumulación de la añoranza, un resumen de imágenes visuales, sonoras, olfativas, gustativas, de piel, que se agolpan en mi mente y todo mi cuerpo, y sirven de semilla y abono, punto de partida y sendero; y esa neblina coronando las montañas, ese claroscuro acentuando los bordes de mis libros, esta pausa de domingo en la mañana, son casi el poder exacto que catapulta mi deseo de escribir. Me falta la perspectiva visual, el paisaje en fuga, el espacio abierto; y esto debe ser una metáfora de lo que ocurre en mi mente, quiero decir, la falta de perspectiva, la proyección hacia adelante, lograr por fin adentrarme en esa neblina penumbra que más que invadir mi mente es la dueña de lo que siento y soy.
No busco la claridad, incluso no busco la lucidez.
A lo mejor soy esclavo del deseo de entenderlo todo, de querer conocer más de lo que necesito o puedo usar. Y puedo admitir, hoy, con algo de gusto, que estoy logrando no preocuparme innecesariamente por lo que no puedo controlar. Me quedo quieto sin alzarme de hombros. Digo, Así tenía que ser, después vendrá algo distinto.
Pero, muy a pesar mío, no he alcanzado todo el nivel de calma que me deje deshacerme de la costumbre de estar rumiando cada detalle de la vida.
No logro desacartonarme del todo, sigo rígido, cuadriculado, sin dormir bien.

Por eso vuelvo a la búsqueda de ese sitio de poder que me relaja, que reduce la tensión al nivel exacto que requiere mi voz para salir fluida y lenta y cadenciosa.
Busco ese tono, ese ritmo, ese avance sin sobresaltos que no pretende realizar giros sorpresivos sino ir ganando conclusiones livianas, llenas de un regocijo tibio; no certezas grabadas en el mármol sino párrafos entretenidos que bosquejan alguna de las tantas verdades de que está armada la vida, y a la vez, proporcionan situaciones, parlamentos que serán las piezas bien encajadas de un cuento o una novela.
Esta es, en definitiva, la petición que le hago a mi rutina, que me obsequie, o permita construir, el escenario que absorba y canalice lo que me llega de afuera a poner orden en lo de adentro para narrar con tino mis añoranzas y nostalgias, mis fantasías y delirios, mi saber, mi blanda humanidad de niño.

lunes, 11 de octubre de 2010

Merienda Casera.

Hot Chocolate.



Autor de la foto: Anuar Bolaños


Pan de centeno cubierto de manteca de illa y mermelada de zarzamora,
queso manchego de cabra cortado en cubitos de dos por dos,
rodajas de salchichón serrano con mostaza francesa Maille,
chocolate con leche preparado en la olleta de la abuela,
espumoso, caliente, muy dulce, espeso...
La ventana abierta, el frescor de octubre, la suave penumbra.
En el aire, el Blues derretido de mi lejano amigo Hawkeye,
sigiloso como un murmullo.
Todo en compañía de mi amante más leal, Miss Lonliness.




Domingo 7:30 am.

sábado, 2 de octubre de 2010

Se Busca.

Me gustaría una mujer intelectualoide y con sentido del humor mediano, de una perversidad medida que le permita ser sensible sin llegar a ser floja. Sarcástica pero respetuosa en aspectos vitales. Que sepa burlarse de ella misma para quitarse la basura de la cabeza, que cuando se requiera seriedad y cordura las pueda asumir. Aguda en algunos temas y reflexiones sin pedantería ni intensidad. Crítica, peliona y casi justa. Tierna en mis momentos de resquebrajamiento y también por hobby. Que la ternura sea un componente innato en sus quehaceres y ademanes, y fluya sin esfuerzo.
Que me admire un poco y me lo deje saber de vez en cuando. Que me critique duro pero me tienda la mano. Que intuya cuando dejarme solo sin sentirse desplazada. Que me trate con cierto matiz sarcástico y cierta perversidad. Que me asuste de vez en cuando para mantenerme alerta. Coquetamente volátil para admirarla a distancia mientras se evapora. Sensual de modo imperceptible, que me derrita con sólo anunciarse. Que me asalte por sorpresa.
No muy averiada por dentro ni por fuera, o al menos a la altura de mis averías.
Con sabidurías atestiguando caminos recorridos, abandonos sufridos a voluntad o a la fuerza.
Una mujer así para llorar de gozo por haberla hallado aunque en realidad no la tenga.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Inventario De La Imagen.

Dibujo realizado por Anuar Bolaños.

Esto queda...

La nutrición, el deporte, el plazo. (Unos cuantos meses deberían ser suficientes para lograr diluir un desplante de amor), el encierro, el retiro, el cuarto de los libros, la dulce rutina, la primera imagen, el nítido recuerdo, la mirada derretida, el asombro, el daño irreversible, la brutalidad del asalto, las pinturas decorativas, la redención, la renovación de un pacto destrozado, la amalgama de los colores, la visión del contraste, la imposición de la forma, el resultado desvinculado de la forma inicial, el buen sustento de la duda, el rumiado dolor de la sangre, el papel carcomido, los colores desvanecidos, la mirada intacta plasmada por los pinceles, el derroche de los retratos, la absolución total otorgada por el olvido, las buenas costumbres, la armonía del caos, el caos de la armonía, la turbulencia de la quietud, la pasmosidad con que el huracán se estaciona sobre el campo que arrasará, el silencio, el diseño de la vivienda, la carnada, la comadreja, los sonidos plasmados, pasmados, la confusión de las voces, la soltura de la soledad, la torpeza en las palabras, los trazos de los dibujos, el enamoramiento de las formas, la composición, la luz, el desgaste de las plumas, el desvanecimiento del color, la figura perdida en el fondo, el forro, la tela, un fantasma que pasa, un desliz, un poco de regaliz, una pizca de temor, salir despavoridos, perdernos en la resaca de la nada, expandir la costumbre de labrar torpezas, el mal estado de la ensoñación, el duermevela inconcluso en que flota la lujuria, el peso del ladrillo, la enagua rota, la teta semianunciada, la promesa del beso...

Un Poco Antes De Las Cinco.

Foto tomada por Anuar Bolaños.


...y pensar que nadie me espera en casa.

martes, 28 de septiembre de 2010

Lazo De Luz.

Cada que me enfrento a la pantalla siento como si me dictaran vainas al oído. Se me llena la cabeza de imágenes. Nada del otro mundo, nada distorsionado ni para temer. Es como si estuviera entrenado para hacer video clips.
Creo que lo que más me gusta es narrar lo que sucede en esos episodios imaginados y describirlos en detalle. Aunque por lo general hay un pensamiento reflexivo o poético que acompaña la narración.
Llevo años tratando de aprender a escribir, y sólo ahora he descubierto que la lectura es alimento vital de donde debo recoger mi propia sazón.
Todo lo que leo me impacta gratamente. No podría precisar qué tan hondo entran sus raíces y cuánto de esas voces retoña en mí al momento de escribir.

Escribo con soltura porque en mi cabeza estoy conversando a toda hora. He creado una mujer que me escucha. Ella es la audiencia de mi discurso. Aunque se pudiese pensar que su papel es pasivo, en realidad no lo es. Aporta con su silencio, su escucha, su mirada que se sorprende o se opaca. Gestos que me impulsan a seguir con mi cuento. Y sobretodo, preguntas a quemarropa que le aportan una síncopa alegre a mis trastabillos.

Hoy, la pantalla me sugiere ir por una carretera solitaria, de noche, en una montaña de mediana elevación sobre la costa. El mar está a mi izquierda, llevo una linterna en la mano que me jala hacia adelante con su lazo de luz. No temo, voy risueño. Llevo zapatillas de correr que me hacen flotar, bluyines y una camiseta negra ancha. Mi pelo medio largo es una bandera que el viento agita. No hace frío.

Voy hacia una cabaña acogedora donde me tomaré un trago de Old Parr con tres cubos de hielo, escucharé el viento pasar sin saber a dónde va y pensaré que sería bueno tener un año sabático con todos los gastos pagados para ir a Barcelona a escribir una novela..., y tomar mucho vino y enamorarme sin barreras.

Juego.

Autorretrato.


Sólo mientras tanto...

lunes, 27 de septiembre de 2010

Más Allá Del Antifaz.

Cada rostro termina siendo la bitácora de los caminos recorridos. Allí se pueden leer todos los tropiezos sufridos. Claro, hay que tener la mirada entrenada para saber leer los datos que los rasgos ofrecen.
Creo que al nacer cada rostro es casi plano. No ofrece más que una promesa o una premonición. En verdad, nada concreto. El paso de los años, la forma de vivir las emociones, de edificar ideas, de llevar a cabo acciones libres o a control remoto, ponen en el rostro líneas que pueden leerse. Cada línea es un texto vivo.

En un rostro totalmente impávido, como en trance de meditación pero con los ojos abiertos y la mente en blanco (si es que eso es posible en sano juico) podemos aventurar una lectura. El desnivel de las cejas indicará tristeza, desolación, indiferencia. El brillo sucio de los ojos, fatiga, más desolación. La línea central de la boca, muerta, insonora, asanduichada por la línea de cielo y la de tierra aportadas por los labios, no alcanza a reflejar disgusto, sólo indiferencia, sabor agrio, certeza de que ningún refrán sirve de nada. Muestra la convicción de que es mejor dar la espalda en silencio y partir sin delatar el rumbo pero dejando la certeza del nunca retorno.

Las líneas del rostro. Las revistas de estética las apodan líneas de expresión y ofrecen técnicas para disimularlas, para poner en la piel los retoques que se dan a las fotografías y dejarlos fijos un buen rato.

Debajo está el ser que labró las líneas. Ciertamente la cocción sucede dentro. Allí la mezcolanza de sentires, la molienda inconclusa del pasado, recuerdos de triunfos y caídas, bocetos de sueños perseguidos pero nunca alcanzados, risas que se decoloran.
La superficie del rostro es jurisdicción del tiempo aunque no se puede negar el peso de los tumbos dados en el diseño de la estampa, nata de piel hervida a fuego lento, deshidratada.
Vistos en acción los rostros hablan lenguajes puestos al servicio de eventos pasajeros. Las artimañas de la memoria para adueñarse de los mensajes de los rostros son vencidas por el ácido corrosivo del olvido.

La plasticidad del rostro. Magia que hipnotiza. Elemento del cual el amor y el deseo se valen para prolongar sus efectos. El rostro amado, quizás el único obsequio que nos hace creer que la felicidad es posible aunque olvidemos por un instante que no es infalible contra el tiempo y la muerte.

El rostro amado, ¿existe algo que se haya delirado con mayor imprecisión?

El tiempo todo lo vuelve polvo.

sábado, 25 de septiembre de 2010

El Zumbido De La Calle.

Estoy en el centro de una ciudad pequeña de clima templado. He caminado por varias calles ruidosas en busca de un Café donde sentarme a mirar la gente.
Voy llenándome de retazos de historias que completo con mis ensoñaciones.

Una jovencita, muy flaca, de vestido blanco mal puesto, zapatos rojos, cabello ondulado maltratado, se esconde tras una columna sobresaliente en la pared de un almacén, ríe tapándose la boca con la mano. Otra chiquilla le susurra al oído que el próximo cliente ya mordió el anzuelo y se ha detenido en la esquina a mirarlas de reojo. Veo sus senos pequeños, biches, sobre usados y aún fervorosos. Imagino su vientre blanco, su pubis podado, su afán de que el turno acabe. Tiene la mirada limpia, el desamor aún no le ha esmerilado el brillo. Sería fácil amar este retoño de mujer pero no como un cliente demasiado pasajero.

Un hombre barbado, estampa de profeta, estructura corpórea de Quijote, semidesdentado y fundido, vende golosinas en una canastilla. Le miro, nos sonreímos mutuamente, nos saludamos con la voz y aunque tengo ganas de estrecharle la mano no lo hago. Su vaho agrio, sus ropas mugrientas, su penumbra atemporal me ponen en marcha. Nada en mi pensamiento logra verlo fuera de El Parque de los Próceres. Para mi es realmente un hombre sin historia, solo logro asociarlo a afiches o descripciones de personajes que con tres rasgos forjan un cliché imborrable.

Mujeres. Nalgas que se contonean caminando frente a mí. Senos brincones pasan cerca a mi cara en sentido contrario. Mujeres hermosas casi me rozan al pasar, en la luz pálida y opaca de una tarde que se retira. Mujeres jóvenes, de cabellos hermosos, de pasos apresurados, de vestuarios bien escogidos, bien calados. Mujeres que me jalan los ojos y por las cuales suelto suspiros largos y humedezco mis labios y pierdo el rumbo, entro en almacenes y cafeterías, me detengo en medio de la acera, borro de la perspectiva todo transeúnte inoportuno, desconozco el tiempo, el ritmo de mi avance es marcado por las mujeres que hormiguean en El Parque siguiendo la piola de su destino pero atiborrando mis ojos de movimientos curvilíneos que me ponen una sonrisa en los labios y en todo el cuerpo un ansia animal, antigua, irrespetuosa.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Las Voces De Mi Hábitat

Logo diseñado y pintado por Anuar Bolaños. Nombre de su casa.



¿Qué es la vaina con los paisajes?

Yo creo que nos conectan con algo guardado. Puede ser algún anhelo para el futuro o la reminiscencia de algo que nos jala hacia atrás. Seguramente se da una combinación de ambas sensaciones. Contemplar un paisaje une recuerdos y sueños.

El mar, su sonido, el olor de tiempo oxidado que anuncia, su oficio de espejo de cielo y sol combinando matices que se difuminan o colores nítidos que afianzan contornos. Sobretodo la promesa de espacio y lejanía es lo que nos seduce del mar si queremos partir.
Si la situación es de espera y coincide con el otoño o la lluvia, el mar nos arropa con la nostalgia de sus aguas grises y un sonsonete lánguido que nos hace sollozar o hacer gestos de resignación con la boca.
Cuando el corazón está casi adormilado y no padece agitaciones de amoríos, y la mente no está escarbando en la letra menuda de la existencia para dar con explicaciones que luego resultan inoficiosas, la mirada simplemente se entrega al mar con la soltura que da no perseguir nada. El hipnotismo de las aguas nos hace levitar, el tiempo se vuelve una cosa sin bordes que no nos ataja. Pero esa quietud, esa calma, pronto se vuelve incómoda.

Las montañas por su elevación aportan frío, neblina, vegetación espesa, ruidos vivos. La perspectiva nos envuelve de modos distintos si estamos en la cima o en el zócalo. Escaladores o aves. Lianas o parapente. Yo abogo por la quietud. Dejar que el cuerpo sea atravesado por la fuerza del silencio, el frescor que pasa en rayonazos de viento, aromas de tierra verde dueña de su evolución.
Si hay un río arrastrando su cosa viva, seguramente cautivará con su estruendo interminable o su falsa parsimonia de profundidad insospechada.
Una cabaña incrustada en la montaña es un abrigo, un pívot, centro de operaciones de los antojos.

El desierto de día es una gama de colores pardos que reverberan y derriten la mirada. Alambique que saca el agua del cuerpo y pone en la mente premoniciones del infierno.
Polvo, arena que se embadurna en la piel y troquela un enjambre de grietas diminutas.
En la boca un engrudo de saliva añora una cerveza helada. Los ojos se achican para salvar la mirada, la respiración es un jadeo sordo.
De noche el viento sopla aullidos. Un engarrotamiento oficia sobre tu cuerpo. Maldices entre dientes que la teletransportación no haya sido inventada todavía.
Claro, sentado en el porche de un rancho al borde del desierto, al caer la tarde, cielo pardo, brisa solidaria, calor franela, refresco con hielo, silla mecedora, contemplando la tierra reseca como un mural a la distancia, la visión dejaría tranquila tu existencia y eventualmente podrías soltar tu mente por ensoñaciones junto a jovencitas acaloradas, ligeras de ropas. O seguir con la trascendentalidad inoficiosa de querer saber por qué la vida esto y aquello.

lunes, 13 de septiembre de 2010

El Sueño Desolado.

7

Posta.

El último soldado sobrevive
entre los escombros del castillo.

Los años transcurridos en batalla
le han dejado los ropajes en la miseria
y en la piel un mapa de penurias.

Arrastra su cuerpo hasta el peñasco
que anuncia al océano,
tierra y lejanía le manchan el rostro.

Ante el desfallecimiento
prefiere fingir que arribó a la meta
y sacudir la penosa jornada
que le reseca el paladar.



8


Destierro.

De la fuente del asombro
emerge el último ejemplar de los Görk,
el nombrado siniestro,
aquel afanosamente odiado,
el de rasgos rupestres
y mirada sanguinolenta,
recipiente de toda náusea,
rastro de escoria.

Dicen que aúlla y bebe sangre.
Que el fulgor de sus ojos
maltrata la memoria de los sabios
y que es sin duda
el causante de las inundaciones.

Al Görk todo le resbala.
Pasa sus días a la espera de que Rigtaf
—Dios de la Ubicuidad—
le perdone su osadía de haber contemplado
la secreta flor de la armonía
y le levante la sentencia
de ser el mito viviente
de un pueblo que lo odia,
y pueda retornar a su cueva en Lamstinbark
y a sus rebaños.


9


Paisaje.

En aquella región
los rostros de los hombres
fueron labrados
por el filo del tiempo.
Las inclemencias de la existencia
les había cuajado toda esperanza.
Sus labios habían olvidado
los movimientos de la risa
y en su lugar mostraban
el pasmoso recurso del silencio.
Marchaban contundentes
como decrépitos saurios
camino de la bruma.
Día a día repetían
sus compases mortuorios,
deambulaban por la goma rucia de su aldea,
tenían pocas mujeres.

Tal era la vida de los hombres
de la Montaña de Cal.


10


Leyenda.

Dicen las voces de los bosques
en sus cánticos cifrados
que al final del arcoiris
se fundirán luces y sonidos
en un ritual que dará origen
al Sendero de los Hallazgos.

En el recodo nombrado de las promesas
la aparición de Kundashfit
—Princesa de la Región Azul—
con su rostro lunar
y su mirada ambarina,
indicará la ruta
hacia el Castillo del Linaje
-si la pregunta correcta es realizada-.

Narran las escrituras
que en incontables años
no ha habido peregrino
que supere la prueba.

Solitaria en su jardín
Kundashfit riega las flores
con el llanto de la espera.
El plazo expira.
Su estirpe peligra.

martes, 7 de septiembre de 2010

Los Trascendentales.

Los trascendentales tienen cara de protagonista de película trascendental. Su mirada oscila entre lo profundo y lo difuso. Fuman cigarrillos sin filtro. Coleccionan objetos. Escriben grafitis. Comen pan integral pero no odian el huevo frito. Recitan discursos sobre la métrica de los poemas Alejandrinos y los Hai Kus, los esquemas lacanianos y la semiología. Conocen las artes secretas del Vudú, la teoría cuántica, las epístolas bíblicas, los diálogos de Platón. Cómo cultivar correctamente una huerta hidropónica, cambiar un pañal o limpiar el carburador del auto.
Hablan del poder hipnótico de Moisés, la varita mágica de Mandrake y los pases magistrales del Pibe Valderrama o cualquier otro deportista cotizado del momento.
Los trascendentales son unos animales de pantaloncillos psicodélicos, gestos frenéticos, ademanes contagiosos y pegajosa aura mágica. Se sientan en flor de loto, con la pierna cruzada o imitan la sugestiva pero incómoda posición del pensador de Rodin. Se empeñan en nunca tener el alma de reposo.
Llevan a cabo recitales sobre las flores y la luna.
Se embadurnan con variadas fragancias de la tierra y la madera para asumirse como seres exóticos o afrodisiacos. Tartamudean en varios idiomas.
Expresan gozo casi hasta el desmayo, al observar obras de arte de las cuales aseguran comprender la profunda esencia del artista. Caminan a prisa o flotan. Tienen en la mente una claraboya, una bragueta en el corazón y bajo la cama una bacinilla o un alicate oxidado. Ocultan celosamente en la cartera un escapulario verde, una foto ajada y preservativo por usar.
Llevan bajo el brazo libros raros, crucigramas resueltos a medidas y el último ejemplar de Playboy. Alaban los poderes naturales del ajo y hacen culto a la cannabis. Recitan de memoria los nombres de los mejores exponentes de la música clásica, el Jazz, el Blues, la Trova Cubana y también cantan estribillos de boleros, tangos, baladas y rancheras. Aman a todas las culturas. Odian a todas las culturas. Aman a los niños. Aman los animales. Repudian a los imperialistas y los desprestigiados.
Podrían pasar horas tirados en la hamaca de las reflexiones terminando su teoría que explicará el universo.
Los trascendentales usan ropa multicoloreada, mochila Arhuaca, atuendos de accesorios variados con pañoletas, cinturones y sombreros. Llevan el pelo en la libre maraña.
Algunas veces hacen deporte como culto a su cuerpo que es un templo de sensibilidad infinita o lastiman sus tendones y coyunturas al querer adquirir en media hora las habilidades milenarias de las contorsiones del Yoga. Si tuvieran tiempo practicarían Judo, Tai Chi, Hap Ki Do y hasta Lucha Grecorromana o Boxeo.
Narran toda la historia de la cultura oriental con sólo ver una colorida serpiente en el dorso de una tacita de té japonesa. Conocen el mensaje de cualquier jeroglífico de cualquier época de cualquier cultura.
Los trascendentales se inscriben en los círculos de los sabios que están de moda en la cuidad y en hordas frecuentan la taberna, el cineclub, los parques naturales y todos los foros sobre ovnis y extraterrestres.
Se autodenominan histéricos, psicóticos, neuróticos, esquizos o simplemente artistas. Entablan apasionadas relaciones amorosas con una persona distinta cada tres meses a la cual inundan con tiernas esquelas y ositos de peluche.
Sufren insomnio y sueños inconclusos repetidos. Padecen de dolor de muela, gastritis, miopía y jaqueca. Intentan arrancar melodías de flautas, guitarras o maracas. Armonizan su voz con un sonsonete seductor y plasman ideas matizadas en batik, óleo y crayón. Tienen un cassette grabado con la verdad y el manual de la felicidad completa.
Los trascendentales no cumplen citas o son muy puntuales, pues ante todo son simples seres humanos comunes y corrientes que quieren dejar de ser simples seres humanos comunes y corrientes.
Todo cuanto actúan es reflejo del inmenso hueco que tienen en su alma. Cuando están ebrios semejan bufones o saltimbanquis salidos de una tragicomedia moderna mediocre. Alaban el suicidio pero esperan la reencarnación.
Francamente, los trascendentales me dan asco, sobre todo cuando me miro al espejo.

lunes, 6 de septiembre de 2010

La Sombra Dividida.




RECOLECCIÓN

Presiento tus ojos en la oscuridad
como esmeraldas
que surgen de una cueva.
Tus labios se encienden
diseñados por el fuego
y las rayas de tu abdomen
tienden su cuadrícula sobre mi cuerpo
como una red.

De pronto yaces quieta y dulce
adormilada en un remanso
mientras yo, armado de sigilo,
prendo a tu figura
la inquietud de anhelar tu besos.

Saqueo tu piel
y una bandada de gaviotas
desde tu risa vuela.



AHORA TÚ

En un recodo de la noche
tu recuerdo me toma prisionero,
me impone tu ausencia.

En mi corazón,
paisaje desnudo,
fruto indefenso,
tu mal amor incrusta varillas de fuego.

Se desintegra mi sangre,
sufro un bloqueo en la garganta.

Jabalina en fuga
atravesada en mi pecho,
ahora eres tú
la huésped de mi soledad.



LID

En tus ojos vive la jungla,
y ese matiz parduzco
que de pronto se sacude
invita a este chacal ilusionado
a instalar en tu piel
un tibio resguardo de promesas.

La noche convida al deseo
a atar los cuerpos.
El fuego es inventado de nuevo.

De ese cruce de pieles
surje el poeta barnizado de éxtasis
o desfallece al haber visto
en tu mirada extraviada,
un amor a la par luz con grapas
y sombra candente.



PRESENCIA

Soy el indiscreto huésped
que habita en tu aroma
y deambula por los rincones de tu piel.

El Agente Secreto
que escarba en tu sombra
y avanza a milímetros
por el rastro de tus sueños
de tu andar acompasado
de tus dientes en desfile.

Soy el beso grabado en tu cuello
el ave posada en tus ademanes
cuando te rehaces el rostro
frente al espejo,
el que gira en tu molino de viento
y simula el sonido del Bambú,
el extranjero,
el del llanto...

Soy el verso que surge
en tus labores de mujer.



PETICIÓN

Este personaje
minucioso
excéntrico
de perspectiva fallida
frustrado por la lentitud de la tormenta
pelele entusiasmado en perseguir quimeras
señuelo de la fantasía
vicario.

Este atolondrado paje
perdido en matiz grisáceo
y obsesionado por alcanzar el arco iris.

Este falso indolente
con su imperiosa urgencia de sosiego,
de enraizarse en un amor de filigrana
y desenvolver sin obstáculo el deseo.

Este soñador sombrío,
exige libertad,
urge de reposo.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Calle.


Días en que mis ojos desaparecen
bajo el humo de la avenida
duele el cuerpo
la mañana solloza un grito cenizo
la garganta arde
el odio del mundo subraya a los débiles.

Qué cosa soy
en este amanecer de invierno:
un verso suspendido de la bruma,
un triste funcionario
ilusionado con la música.

Días en que mi existencia cruje
y nadie se da por enterado.



Barrio San Antonio. Cali. Foto de Anuar Bolaños.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Desvanecencias

13

Acorralado
rechino mis dientes.
La vida, este plazo por cumplir,
recauda mis pasos cada noche.

La noche me pudre con esmero.
No es cierto que sus velos
me adornen con su claroscuro,
su veneno es tan invisible como certero.
El desquicio que la noche
me siembra dentro es invencible.

Oh Mortandad de mis días!



14

Nada veo.
Lanzo mis ojos
mostrando un ruego estéril.

Mis ojos dan cuenta
del socavón sembrado dentro,
no tienen brillo,
un otoño lastimado los domina.
Mis ojos son una cavidad sin fondo
idénticos al corazón por dentro,
recinto sitiado sin dueño ni huésped.

Ay mis ojos,
gendarmes de la duda,
lámparas de mi búsqueda,
llamas de mis días.



15

El cuerpo, este enchape,
esta plastilina,
nos hace tangibles.

La fuerza que le da forma,
(esa que se ve a si misma
pues el alma describe al alma),
nace cristalina,
trae vocación de vitral o calidoscopio,
es transparente y se enturbia
y quiere aclararse.



16

La carne se me ha malogrado.
Que época tan acuchillada.
No puedo asumir la quietud,
camino mal —cuál es el ritmo?—
se me crispan las manos,
la boca se desatranca,
suelto palabras caóticas.

Mis entrañas están revueltas
—las pesadillas dan cuenta de ello—
lo que sale a flote
es una burbuja turbia, deforme.



17

Este cuerpo
—batido de ángel y demonio—
muestra un vaivén cisneado
un aleteo que se sostiene
palpita
no se rompe
tiene el ímpetu
que forma surcos en las entrañas
y sostiene el cántico,
sabe lo que dice,
produce la perfección.



18

La pose es ahora la forma
y dentro
el armazón real.

¿Importará algo
la mirada atisbando el horizonte?

La figura no se resquebraja,
la intemperie es una caricia.

¿Con qué actos nos aman los otros?
Le espera es invencible.

Descubro la inutilidad de todo.
Un poco de café por favor.



19

La vanidad no se ha disminuido con los años
pero se ha resquebrajado.
El caminar mantiene su viejo ritmo sincopado,
la pose de invasor, el talante erguido.
Las carnes blandas cuelgan,
el atuendo va descolorido.

La voz de mi perversión ha alcanzado tal fuerza
que, incluso con los labios cerrados,
las gentes a mi alrededor
han empezado a escuchar mis pensamientos.
Me miran asqueados y se alejan deprisa.

Pero tengo una sonrisa que dice,
yo soy el Rey,
la inmundicia es mi imperio.

sábado, 28 de agosto de 2010

Ellas.

No veo mujeres felices. En sus miradas un brillo arenoso suplica a la noche que no vuelva.
Muchas viven en un holograma o enclaustradas en las formas de la TV, tienen tetas descomunales, perfectas y redondas, hechas de caucho. Su abdomen es un tablero de grasa extraída. Las mechas descoloridas de la cabeza son brillante imitación nórdica. Clones del aullido de la moda. Yo prefiero a las sórdidas aunque tengan un hueco en el alma y su corazón sea una pasa seca. Sus besos son deliciosos, a que negarlo. Sus vaginas son el desagüe de su soledad y mi nido. Sufro con ellas una completa desconexión de palabras. El tiempo nos corroe a ambos y encajamos en el sexo como máquinas descompuestas.
Para una mujer que amé yo sólo fui el galán de turno con quien estaba tirando. Ella aún es mi sol negro.

La mujeres son el espejo donde pretendo hallar la sabiduría pero el silencio que imponen a su rumor interior me traslada a un imperio de acertijos. Su amor es un papalote alérgico al viento. El llanto femenino es un mar que no entiendo y sus entrañas un paraíso que desconozco. Sus cuerpos nutren mis tardes de agosto. Perdido en su abismo deliro la luz que nunca llega. Ah la firmeza de su abrazo pagano!
Si amas a una mujer es sólo a esa, si odias a una mujer las odias a todas.

La muerte nada soluciona, el ciclo es inconcluso, Dios lo renueva con un parpadeo. Su soplo me hela el corazón. Sólo el fuego de una hembra lo reactiva aunque me chamusca la piel y me instala en un socavón sin aire. Su amor es también un espejismo de agua.
La vida no es más que un tumulto de cabos sueltos y el olvido la única certeza que jamás existirá.

Oh! Divina embriaguez de la nada..., Dónde estás?

jueves, 12 de agosto de 2010

Tarde De Jueves.

Poeticuento

Entras al jueves por la puerta de las dos de la tarde y lo hallas acostado, desnudo, como siempre. Lo tocas, lo miras a los ojos y descubres que no piensa en ti. Te entristeces. Te desvistes. Te acuestas a su lado y lo acaricias. Preguntas. Como siempre él no responde y también te acaricia. Observa tu cuerpo: senos encendidos, costados, vientre blando, monte de placer. Mira tu mirar lejano y sonríe quedamente. Hace muecas de niño loco. Ambos ríen. Te hace el amor muy aprisa. Le pides que lo haga más lento. El se detiene. Te recriminas, casi sollozas. El sólo te mira. No piensa. Conoce tu pasado. No te da nada. Tampoco te exige. Como siempre, llena tu piel de fantasías y te envía a casa por la puerta del jueves a las cinco llevando en el rostro la triste placidez que te hace regresar cada ocho días a mascullar tu soledad acompañada.

lunes, 9 de agosto de 2010

En tí.

Tu cuerpo invita.
Hay recodos para esconderme,
ensenadas donde me deslizo.
Hueles a día nuevo.
Voy poniendo besos en tu piel.
Recorro tu frente con mis labios
y sigo las líneas de tus cejas, lentamente.
Mis besos se pierden en tu boca
como agua que entra al mar.
También está tu cuello,
erguido como corresponde.
Me detengo en tus pezones,
son lindos tus senos de algodón oscuro.
Desde tu ombligo
soy un ave que desciende,
ermitaño que has llenado de plumas.
Bajo por tu abdomen
hacia el vértigo de tu centro,
colina donde veré el amanecer.
Pongo un beso en tu fuego
y mi saliva se une a tu humedad.
Te oigo suspirar.
Me invade tu tibieza,
me recibes, me acoges.
Cuando mi sexo entra en el tuyo,
somos uno que se salva.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Tez Blanca, Aplicaciones En Negro.

poeticuento

Foto tomada por Anuar Bolaños.



Teresa es pequeña, de tetas grandes y manos suaves. Su piel es muy blanca pero no rosada. Más bien habana, un poco grisácea. A veces imagino que yo mismo la he pintado de kaki desteñido. El tono de su piel es parejo, sin vetas intensas ni descoloridas. Siempre soy capturado por los tramos de su cuerpo que irradian un contraste inusual. Todo en Teresa es silvestre. Su pelo negro de hebras cortas va suelto, regando olores. Los ojos son más negros que el pelo. Un par de bolas grandes y brillantes que dejan ver hacia dentro sin resistencia. Sus cejas son delgadas y aún así espesas. Lo mejor es verla desnuda. Su pecho se lanza hacia arriba en dos bolsas pardas coronadas por pezones pequeños muy oscuros, bien delineados, sin desgaste en sus pigmentos. Su ombligo se hunde un poco y muestra una sombra concentrada. Las axilas rasuradas son un par de manchas ovaladas casi húmedas. El pubis, decorado de púas negras, corona una grieta marrón de pliegues rojo mate. Teresa tirada en la cama va retorciéndose según mis manos, mi boca y mi nariz se posen aquí o allá. Entregada en una soltura elástica libera suaves gemidos de modorra. Es un juguete entre mis manos y la fuente del asombro para mis ojos. Voy por sus uñas opacas sin mantenimiento. Las madejas de sus pantorrillas de huso alargado son esponjosas, lisas. Las clavículas duras, retorcidas. Teresa me mira sin sonreír pero como si lo hiciera. Es una mujer. Tengo una mujer, me repito incrédulo. Esta tarde tengo una mujer en mi cama. Esta tarde de verano, en esta cama cerca a la ventana, con el viento entrando, la cortina se mueve, Teresa se mueve. Sus labios están secos, voy a humedecerlos. Su boca es de afiche, sus dientes son pequeños, rucios de cigarrillo, sabrositos a mi lengua hambrienta. Sólo sus manos acuden a mi encuentro, toman mi cabeza y me despeinan desperezándose después de la siesta. Teresa no se da por enterada del recorrido que mis ojos hacen de sus nalgas abultaditas, de la raya oscura que las delinea, del fino vello erizado. Nada en su piel brilla, nada en su rostro da muestras de recibir el paso del tiempo. Para mi la vida es este rato en que exploro el cuerpo de Teresa antes de que la tarde se ponga anaranjada y a ella le de porque tenemos que irnos para la calle a buscar la noche.

jueves, 29 de julio de 2010

Bulto.

Se puede ver mi lado oscuro y salir despavorido o acercarse a atizarlo
o contemplarlo con reverencial curiosidad.
Se puede ver mi lado oscuro y aplaudir o calarme un cepo.

Se puede ver mi lado luminoso y lanzarme un escupitajo o dar la espalda.
Abrazarme con lentes oscuros, reír o sollozar.
Mi luz es fría, opaca, rugosa.
Se puede ver mi lado luminoso y no descifrarlo, quedarse a esperar,
partir con disimulo o en un chasquido.

Se puede ver mi planicie y deslizarse por ella como patinando
o decorarla con adhesivos,
causarle relieves, observar mientras se empolva, no pasar cerca.
Se puede ver mi aura y concluir que es muy volátil o rancia,
diminuta o insípida,
curiosamente deforme, tibia, prometedora, biche.
Se puede oír mi voz y hacer coro con mis cánticos, acoger una incógnita,
abrir una puerta,ocultar los datos, plantear la pregunta.
Se puede oír mi voz y erizarse de asco, apretar los dientes,
resignarse a un suspiro, envalentonar una burla.

Se puede mirar mi historia, mi itinerario, mis días desgajados,
mis noches arenosas,
mi silencio blando, mi palabra chueca, mi corazón por dentro,
y tan sólo hallarán a un hombre que va.

Se me puede ver y no saber que existo.
Se puede verme y no amarme, se puede no verme.

miércoles, 28 de julio de 2010

Zombie Vegetal. Poeticuento.



Me declaro imperturbable
como cualquier dios jubilado.
Lo que el mundo me traiga
lo recibiré sin mirarlo.
No pediré existir de algún modo explícito
pero estaré por ahí,
palpitando sin agites.

Dejo que lo natural siga sus rutas.
Quietud, olvidar el yo.
No hilar ideas,
que la ira se paralice y no aturda,
que a punto de llorar
diga la frase que me evapora.


Pintura realizada por Anuar Bolaños.

martes, 27 de julio de 2010

Musgo.

Poeticuento.


Los obsequios de la vida no los puedo agarrar con la mano pero van conmigo dondequiera. Tengo una voz en mi cabeza que nunca para de hablar historias. Esa voz se encarga de hilar ideas, de abrir puertas, de descubrir rostros que son pinturas formando una galería de arte viva que actúa sainetes, divertimentos, pantomimas que son el andamiaje con que los humanos se construyen a sí mismos y yo elaboro soliloquios en mi cabeza. Un aletargamiento iluminado de amarillo ocre me mueve sin descanso y la cadencia en mi respirar desbarata el mecanismo del ahogo, quita a la taquicardia todo protagonismo. El agridulce de los suspiros se ha hecho un manjar fresco. Mis ojos ganaron la fuerza para ver figuras nítidas en el fondo de la penumbra, mis manos alcanzaron la pericia con que se labra el pan o se toca la guitarra. Gané una melancolía laboriosa que no para de descubrirle a los atardeceres manchones mentolados y se embriaga con el olor del monte y se nutre con la holgura que da aceptar que el camino en que se avanza es el justo, por entretenido, por templado. He recibido la pausa y la indiferencia. El horizonte que quedaba a dos calles se desplazó más allá de donde el mar culmina y hoy no planeo más que el paso que voy a dar a continuación. Mi equipaje se redujo a un cepillo de dientes y una cachucha para la lluvia. No le peleo al día sus afanes, ni le suplico a la noche su frescura. Recibo el ritmo con que los eventos giran a mi alrededor sin contagiarme de su vértigo ni desatenderlos del todo. Terminé por aceptar que las personas son los patrocinadores de mi rostro. Copio sus gestos para mimetizarme en la multitud, para ser uno más con ellos y uno menos en la historia. El tiempo sigue siendo el aliado que gasta lo inútil y reafirma lo que es, lo que a cada cosa le corresponde ser en este engranaje total, lo que perdurará. Sólo se pierde lo que nunca fue tuyo. Hay un vacío delimitado y una nada oficiosa que me sirven de hábitat. La soledad calza mis zapatos y se embadurna con mis delirios, me abraza como a un hijo. Mi sonsonete ha adquirido un estribillo pegajoso que se abre camino por entre los pregones rancios con que otros gastan su cordura. Ninguna voz me aturde aunque todas me hipnotizan. Vivo la soltura de no ser nadie sin sentirme atormentado ni orgulloso por eso. No me sorprendo de lo que voy aprendiendo ni lamento lo que el olvido ya difuminó. Voy liberando desahogos que se sostienen con poco combustible y dejan mi estampa tapizada de líquenes frescos. Soy un zombi vegetal. Las mañanas son un verdadero inicio sin premuras ni itinerarios. Me invito a saborear las horas con el ímpetu de quien improvisa su bailoteo. No sé a donde voy, mis pasos eligen su ruta. Renuncié a estar rumiando el bagazo del pasado, bebo en los manantiales del azar el elixir que la vida obsequia pues es el único maná que se recibirá. Voy sin miedo, sin esperanzas. No hay más nirvana que el día que nos gasta ni mayor paraíso que los adioses recibidos.

sábado, 24 de julio de 2010

Escribano De Mi Deambular.


Dibujo realizado por Anuar Bolaños.

Esta aventura de escribir me llevará donde la vida va. O al menos avanzará por las rutas por donde llevo mi vida. Las palabras son el vehículo. El sentimiento el combustible. La mente será encargada de las labores de edición.
Este no es un ejercicio de mecanografía tampoco un camino con norte definido. Iré donde la voz me lleve, alimentado también con bocados de silencio.
Me propongo ser el escribano de mi deambular. Los temas vendrán de la curiosidad. A lo mejor buscaré algunas certezas, algunas conclusiones.

Todo es una mera ilustración pasajera.