domingo, 25 de noviembre de 2012

Luz.

Al estribor de Mangalú


Voy agachado. No veo al mundo. Sé que hay fachadas y  un cielo impredecible, zumbidos de una ciudad tan espesos que se han vuelto inaudibles. Sin embargo, la luz. Ese ente volátil, manto que cae a través del espacio gaseoso en que deambulamos. La luz -matriz del color- sólo se puede poseer con la mirada. Los espejos la multiplican pero es la mirada la que recibe su fuerza fugaz, su eterna manera de decir adiós cuando llega.



viernes, 16 de noviembre de 2012

Origen


Casa Mostaza


Quizás la semilla del entendimiento se aloja en cada uno desde muy temprano. La infancia es sin duda el principio de toda idea. Todo pensamiento futuro nace como una sensación, un destello borroso que ni siquiera alcanza a ser intuición pero que es ya la raíz de lo que en adelante se agarrará a las entrañas y germinará en múltiples ramas que al final darán cuanta del tallo que las sostiene. Sé que lo dicho más que metáfora es una divagación muy abstracta. No es mi intención confundir. Sólo mostrar que todo resultado posterior está dictado por una primera percepción del mundo. Una imagen borrosa que con el tiempo gana nitidez gracias a la habilidad que la mirada adquiere para separar la cáscara del núcleo, el horizonte desbordado por una piedra donde sentarse, el abismo insondable por un trozo de grama donde yacer, el vasto cielo por un punto de tierra fijo donde estacionarse. Empezamos a existir como una explosión y luego nos recogemos como una ostra. La condensación es la meta real que no intuimos queremos alcanzar. En realidad no queremos expandirnos sino recogernos. Cuajar toda especulación en una sola certeza. Reducir toda verborrea a una sola palabra. 


domingo, 11 de noviembre de 2012

Perenne

Ventana Al Sur


En cada rincón del mundo hay un hombre que se cree el centro de todo lo existente. No reconoce que su vida es apenas otra versión más de las tantas que el tiempo ha fraguado sobre la faz de la tierra a golpes de intemperie e incertidumbre.
Por insólito que parezca, todo acto humano resulta predecible, sólo busca la realización de sus delirios, el placer de ser adorado como el dios ciego que es esclavo de la mezcla de sus lados oscuro y luminoso.
Aquellos afortunados que logran detener los impulsos de la idiotez y se estacionan en la inacción lejos de los pensamientos y sentires -a toda luz inútiles- son los héroes que reconocen en la muerte el tope excelso de la evolución y, aunque saben que no existir es la verdadera libertad, tampoco esperan la muerte con ansiedad. Cumplen su ciclo sin más veras.
Esos sabios son los fundadores de mi doctrina: Venerar la nada, adoptar la quietud.