viernes, 16 de octubre de 2015

Desvanecencias 15, 16, 17.



15

El cuerpo, este enchape,
esta plastilina,
nos hace tangibles.

La fuerza que le da forma,
(esa que se ve a si misma
pues el alma describe al alma),
nace cristalina,
trae vocación de vitral o calidoscopio,
es transparente y se enturbia
y quiere aclararse.



16

La carne se me ha malogrado.
Que época tan acuchillada.
No puedo asumir la quietud,
camino mal —cuál es el ritmo?—
se me crispan las manos,
la boca se desatranca,
suelto palabras caóticas.

Mis entrañas están revueltas
las pesadillas dan cuenta de ello—
lo que sale a flote
es una burbuja turbia, deforme.


17

Este cuerpo
batido de ángel y demonio—
muestra un vaivén cisneado
un aleteo que se sostiene
palpita
no se rompe
tiene el ímpetu
que forma surcos en las entrañas
y sostiene el cántico,
sabe lo que dice,

produce la perfección.



miércoles, 7 de octubre de 2015

Descripción Inútil.



La vida transcurre en una sincronía invisible. Bueno, aparentemente invisible. Mirando los sucesos con detenimiento, enfocando la mirada y agudizando el pensamiento, se puede vislumbrar los hilos transparentes que mueven a las personas y sentir la fuerza que los impulsa a funcionar o los detiene.

El viejo con su perrito de patas cortas avanza por la acera, la asistente de oficina lleva café en vaso plástico y pastelillos recién horneados para su jefe, la mujer entrada en años vende billetes de lotería, la mesera sonriente y dulce me conversa cuando trae café a la mesa, las tetas brinconas de la gordita manicurista del salón de al lado pasan de prisa, un matrimonio parquea la moto para que la esposa se quede y el marido siga su ruta después del beso de adiós, el guarda encorbatado y con kepis suspira distraído con las secretarias olorosas que llegan al banco antes de las 8 de la mañana…
Todo palpita. El ruido del tráfico, los parches de sol sobre las fachadas de los edificios, el amoblado metálico de la cafetería donde leo y escribo, el viento frío de la mañana, los especímenes humanos conectados a sus aparatos  electrónicos, el pordiosero con el costal de basura reciclada, otro pobre diablo tirado en el andén espera un pan, palomas mierderas cagan en el antejardín encerado del edificio de apartamentos, la modelo peliteñida tiene un forúnculo en la nariz, el camión recolector de basura recorre la avenida, deja un aroma agridulce que marchita la frescura de la mañana, llega el humo de los exostos y se impone, el timbre del celular anuncia que alguien me busca, converso obviedades un par de minutos, vuelvo al silencio. Se oscurece el aire, el invierno arropa la ciudad, empieza la lluvia.

Miro por el rabillo del ojo para captar más imágenes y continuar con esta enumeración caótica, cotidiana. La vida es una superposición de rutinas. En todas las latitudes del globo, cada persona repite paso a paso lo que lo que otros tantos hacen en una distancia opuesta de tiempo y espacio. (Hace años hubo en esta mesa otro hombre ensimismado escribiendo estas notas que yo hoy reproduzco sin originalidad.)

Guardo silencio para oír la lluvia sobre el tejado de acrílico. Ese sonido es irreal, no es la lluvia lo que suena sino el golpe del agua sobre el plástico templado. En su recorrido al caer desde la nube el agua nada dice. No tiene sonido. Soy yo quien inventa su mensaje de frío y humedad para justificar esta bitácora. La lluvia se transforma en charcos, ríos urbanos que bajan por su cauce de asfalto rumbo a la alcantarilla. Lleva la mugre de la vida. Allí va también mi verborrea.