domingo, 22 de noviembre de 2015

Bifurcación.








A toda hora pienso en la ye de tu pubis tirada en la cama cuando cruzas las piernas desnuda, y el monte de tu venus está desértico, limpio de musgo, y brillante del aceite que le he untado. Un tenue sarpullido de puntos rosados imita un cupcake de fresa, sabroso bizcocho en la tarde del domingo.
La ye cerrada de tu entrepierna ofrece la bifurcación de regocijo y quebranto en que me hundo al poseerte y no tenerte. Entro en tu sexo con el permiso del amor que me profesas o del cariño compasivo con que has decidido amansar mi miedo a tu ausencia. Te pierdo en la curiosidad que te lleva por callejones y penumbras. No es que huyas, tan sólo vas donde un halago alumbra. Te postras ante el aplauso y el piropo. A mí me entregas la piel, el llanto, los delirios sin palabras, la risa juvenil, el sueño tranquilo. Sobrevivo a la zozobra del mundo para habitar en la ye de tu carne complaciente, en tu beso sincero, en el aire tibio de tu bostezo que respalda el juramento estoico de permanecer junto a mí.