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Cubos de Ciudad |
Soy un
obrero. Gasto mis días en el blando fluir de acciones programadas. Cruzo las
rutas diseñadas para avanzar desde mi refugio hasta la Plaza de los Solitarios.
Voy en silencio. De ser posible intercambio miradas con otros, les añado una
sonrisa pequeña. De las mujeres bonitas guardo su figura. La efímera promesa de
que su piel me otorgaría la felicidad. De los hombres de clase baja recibo su desencanto, sus ganas de matar.
Trabajo
sin emoción pero sin pereza. Me digo que poco a poco la vida nos va condensando
en el ser que debemos ser, uno que se deshace de lo que le sobra, afina el
diseño, deja la pulpa con que existe, aunque no siempre sea la correcta.
Alcanzado ese punto de gestación, empezamos a añejarnos, a descomponernos. Es tan lento el deterioro que
tarde percibimos el olor a podrido.
¿Cómo
reconocer, a tiempo y con nitidez, nuestro exacto y mínimo lugar en el mundo?