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el viento la toca y empieza a hervir, es su culpa, ella lo ha invocado, se
desnuda y se para bajo la lluvia, en el jardín, cuando está sola y apenas
amanece, sube la cara al cielo, deja que le caiga el amanecer lleno de gotas,
el agua baja por su cuerpo, eriza sus senos, moja su vientre, se enreda en
su pubis, cae a sus pies, forma un charco que la absorbe, abre la boca, entra
la humedad, se saborea, imagina muchas manos tocándola, recorriendo con
lentitud su cuerpo mojado, presionando rincones, curvas, abultamientos. Suena
el viento en sus oídos, la arrulla, sus ojos permanecen cerrados, su piel
acalorada intenta evaporar la lluvia, la noche fue gruesa, recibió embestidas y
caricias, mordiscos, y besos, manos fuertes amasando sus nalgas, a punto de desprender
sus senos, sacudían sus caderas con la intención de desajustarlas, embestidas
sin compasión, tirones despiadados, líquidos ardientes, sal, vinagre, licor
nocturno, y ahora allí, lavada con lluvia y penumbra blanca, los pies en la
yerba, las heridas del cuerpo gozado, la osadía, los límites cruzados, los
moretones, la sonrisa que pide más desgarramiento, prolongación de la agonía
que triunfa, la alegría por haber alcanzado el punto donde la piel es
electricidad nerviosa, maremoto, seda viva, ninfa hecha mujer en la danza de
los cuerpos, en los besos en el centro del fuego, en la lengua que entra, en el
zarpazo anunciado que baja por la espalda y llega donde lo esperan nalgas, ano,
vagina, todo recodo de lujuria, brutalidad, ternura post fucking, dilatado
susurro de agradecimiento, promesa de retorno.