lunes, 6 de julio de 2015

Entrenamiento.





Madre siempre decía que yo era su hijo preferido y sólo pensándolo con mucha intensidad pude entender a qué se refería. Mi hermano mayor siempre recibió las atenciones y los piropos, los perdones y la alcahuetería. Podía dilapidar el dinero del mercado en una noche de rumba y ella empeñaba algún electrodoméstico para solventar el embrollo. Nunca terminó el colegio y jamás tuvo un trabajo ni decente ni ilegal que le aportara dinero y orden. Pero yo era el preferido. A mi me asestaba las bofetadas para que hiciera el oficio casero más de prisa. Yo el encargado de vender puerta a puerta en el barrio las empanadas de cambray que ella hacía a diario. Padre nunca existió. Mi hermano y yo somos producto del verbo de un billarista que fue borrado por la nocturna. Madre nunca aprendió a llorar, tampoco a pelear. Nunca me dijo una mala frase, manos aún me pegó un grito. Recuerdo su mirada, dura como el concreto, opaca y seca. Nunca pude anticipar sus manotazos veloces. Los destellos de su ira eran enceguecedores. Ella ciega de ira, yo de miedo. Después de atropellado me ponía hielo en los golpes, me cargaba en su regazo y me arrullaba en la silla mecedora hasta que me dormía. A los pocos días, otra dosis igual de cariño. A mi hermano le agradezco que nunca se burlara de mi suerte. En su mirada entendí que si hubiese podido salvarme lo habría hecho. Finalmente se fue, no tanto por huir de madre o no verme mallugado a golpes, como por no ser capaz de aguantar su impotencia, su cobardía. A madre le debo mi temple. Mi cuerpo se volvió duro y mi corazón perdió toda sensibilidad. Mi mente intercambió lo bueno por lo malo y ya nunca sentí culpa por nada ni pesar por nadie. El silencio fue mi voz, el sigilo mi manera de andar. No aprendí a tener algún sentimiento. Madre jamás me compró un juguete y si yo fabricaba alguno con palos y tapas de gaseosa, lo destruía a zapatazos. Nunca salí a la calle a estar con amigos. Cero mascotas. La adolescencia me recibió fibroso y mecánico, sin gestos ni lenguaje. Todo lo recibido de manos de mi madre me convirtió en el hombre de sangre fría que hoy es capaz de descuartizar cuerpos sin sentir ningún escrúpulo. Soy hábil con el cuchillo. Hago desmembramientos perfectos, respeto tendones y junturas, separo el músculo del hueso con toda pulcritud. Nada desperdicio. Mi jefe ha halagado esta destreza desde el primer día en que empecé a trabajar en la carnicería. 




11 comentarios:

  1. Me gusta como juegas con el lector en este relato.

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  2. Un espíritu hecho a golpes. Te felicito por ese final, para nada lo esperaba.

    Mil besitos, Anuar.

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  3. Muy buen relato y final bien trabajado.

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  4. gracias, desde su sitio web que tengo un montón de conocimientos.
    No es la falta de capacidad que debilita la vida, sino la voluntad suficiente para utilizar las capacidades existentes.
    continuar con el espíritu de alcanzar un sueño.

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  5. Genial tu relato!!! Bien hilado y con un final inesperado. Te prometo que creí que se había convertido en un asesino de mujeres.
    ¿No te parece?
    Abrazo.

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    Respuestas
    1. Querida Mafalda,


      Pues te confieso que al principio yo también creí que el personaje iba a convertirse en un asesino pero después se me ocurrió que esa sería una salida muy simple y decidí intentar sorprender con otro oficio. Quizás por eso dice jfbmurcia que juego con el lector. En realidad me divertí mucho haciendo ese cuento.

      Gracias por visitarme.

      Un abrazo.

      Anuar Iván.

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  6. El espíritu se tje con esos hilos que la madre existente nos regala... Es hermoso leer este texto y entender cómo eres el resultado de alguien mientras sigues siendo el resultado de ti mismo y las experiencias que tienes mientras sigues creciendo... Carnicero? Hacedor, analítico y minuscioso hombre en la vida con los juguetes que ahora hay y las palabras que le y les regalas... :) Súper !!!

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  7. Aquí estoy, no, no lo había leído, pero es magnífico. No termino de entender por qué lo relacionas con "Alféizar", o sí, pero prefiero decir que no, porque entender es cerrar sentidos.

    Eso sí, debo decirte algo que no digo casi nunca, porque casi nunca tengo la oportunidad de decirlo. En este mundo bloguero hay pocos que escriben realmente bien, como tú, y es un placer visitarte, porque siento que no perdí el tiempo.
    Cuando veo que alguien escribe muy bien me siento feliz, es como encontrar una perla en el barro.
    Vengo poco por aquí, voy a venir más seguido.
    Un abrazo, Anuar.
    HD

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