miércoles, 9 de mayo de 2012

De Noche En La Estación.

De repente una mujer llegó y se sentó a mi lado. No supe de dónde salió y no la vi venir. Miré a mi alrededor como buscando alguna explicación a su presencia repentina, nada hallé. Sobre todo me sorprendió el hecho de no haberla escuchado venir. No acostumbro a desatender lo que me rodea, en ningún sitio, a ninguna hora. Pero su presencia me hizo bien. Se puso cómoda en un instante y estuvo en silencio leyendo un libro apoyado sobre sus piernas cruzadas. Al llegar yo la miré de reojo y fijé su atuendo en mi mente. Vestía falda larga hasta la mitad de la canilla, café rojizo oscuro, de dril grueso, no muy desteñida. Calzaba botines de gamuza café claro, suela de caucho y medias tobilleras blancas. Pantorrilla de huso alargado. Una correa del mismo material de los zapatos amarrada a su cintura, resaltaba su talle y sus caderas. Llevaba un cárdigan blanco hueso sobre una blusa de franela de manga larga, gris azuloso espeso, que ceñía unos senos medianos y redondos bajo un top de tela elástica. Pezones en alto relieve. Su pelo negro, peinado de lado, corto, cubría la totalidad del cuello tubular. Un segundo vistazo, con disimulo pero más prolongado, me permitiría enfocar en su rostro. Pardo, liso, limpio de maquillaje. Una nariz diminuta y respingona, que dejaba ver sus orificios más de lo que me gustaría, jalaba su labio superior hacia arriba con una canal central profunda sin nada de bello. Gesto de puchero caprichoso. Los labios eran de un tono rojo desteñido y opaco. El mentón de mango pequeño con una amago de hendidura. Cejas sin depilar dibujadas en un arco inofensivo. Allí no pude intuir ni arrogancia ni preocupación ni rabia. El entrecejo estaba sin rastro de trifulcas o frustraciones. Orejas de niña de donde se deprendía la línea de un mentón dibujo de manga. Piel parda, fría, de suave mentol. Dedos alargados pasando hojas con las yemas humedecidas por la punta de su lengua. Tan alta como yo, se chorreaba sobre el sillón en una pose despreocupada del tiempo. Sabíamos que el tren saldría a la media noche y aún faltaba más de media hora. En la sala, además de nosotros dos, sólo estaban una señora mayor con una niña de casi nueve años adormilada sobre sus piernas y un viejo con ropas de ejecutivo adinerado que miraba a ningún lado. Todos ubicados un par de filas de bancas hacia el fondo. El aire acondicionado estaba fuerte así que me ovillé dentro de mi chaqueta para almacenar calor. Creo que todos íbamos de regreso a la ciudad. Martes laboral, final de noviembre, silencio.
La mujer se movió para cambiar de pierna y me miro un instante, le sonreí con timidez y ella hizo lo mismo pero con cansancio. De costumbre empecé e especular sobre cómo sería su vida, sobretodo su forma de sentir. No sé por qué el brillo de su mirada me resultó nostálgico y eso me hizo sentir un poco triste. Noté que al igual que yo sólo llevaba un maletín de mano mediano. El de ella de cuero, el mío de lona. Concluí que debíamos ser viajeros regulares de las compañías de textiles aunque fuese esta la primera vez que la veía. De hecho podía reconocer a muchos de nosotros. La novedad de la mujer debía explicarse por la hora y el día fuera de lo rutinario. Usualmente el regreso se da los viernes al final de la tarde. Yo me veía obligado a un viaje relámpago pues mamá había vuelto a desaparecer y mis hermanas se volvían un embrollo de nervios. Sólo mi indiferencia daba la talla para equilibrarles los aparatosos asuntos de su convivencia.
Cuando abordamos el vagón no tuve el coraje de ubicarme cerca a la mujer y me senté delante separados por unos diez metros. Un par de veces me descaré a mirarla. No leía, cruzaba sus brazos sobre el estómago y miraba por la ventana las sombras que pasaban. El reflejo de su rostro sobre el vidrio de la ventanilla me sugirió una mujer sola pero no infeliz. Sin embargo me resultaba poco creíble la calma de su gesto.
La mujer debía de rondar los treinta y no vi argolla en sus dedos. No parecía oficinista, debía ser un mando medio. La razón de su viaje me mantuvo curioso.

5 comentarios:

  1. Gracias por tu comentario. Vi tu nominación en la lista de RoB Dangal TV, en la que yo también figuraba, me llamó la atención su originalidad, entré y me encontré un blog interesante e inteligentemente concebido. Esto es todo...
    Un gran abrazo desde Madrid.

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  2. Esta descripción nos deja a nosotros con la misma duda. Lograste meterme la curiosidad...

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  3. Este hombre realizó una radiografía, ecografía, análisis de sangre y orina, y dice que solo miraba de soslayo, menos mal!!!!! Muy bien Anuar, abrazote.

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  4. ¡Cuántas preguntas para tratar de conocer los asuntos de una persona que coincide en el mismo lugar de espera! Conocer y corroborar, tal vez, si las impresiones recibidas y las divagaciones consecuentes coinciden.
    ¡Cuánta curiosidad!
    Me gusta el modo en que logras llevar al lector a ponerse de tu parte, a convertirse en tu visión y perspectiva, incluso en el juicio sobre lo que no te gusta de ella.
    Abrazos.

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  5. Lástima que no tuvo el coraje de sentarse al lado de ella al subir al vagón, hubiera sido el comienzo de una linda relación. Además qué mujer no se va a sentir halagada de la manera que el hombre la miraba. Ella percibió el análisis minucioso que él hacía. Faltó el empujoncito.
    Ja, ja mírame Anuar, analizando tu escrito. Me has metido en él.
    Besosssssssssss y buen fin de semana amigo.

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