martes, 7 de agosto de 2012

Primer Párrafo...



Nací en la ciudad y este hecho colgó sobre mi mirada ese matiz de indiferencia con que los citadinos somos moldeados sin notarlo. Crecí metido entre avenidas de tráfico acelerado y edificios formando un laberinto de cuadrícula sencilla. Paisajes quebradizos se extendían en rayas trazadas con concreto y metal. Los ruidos de la naturaleza se reducían al golpeteo de los aguaceros sobre los tejados, ladridos de perro y algún gallo lejano que siempre cantaba a destiempo y era maldecido por el vecindario en pleno. Típica estampa de los barrios populares de la periferia. Allí tuvimos la suerte de estar cerca a los últimos plantíos de millo donde íbamos a recoger huevos de codorniz o a pescar tilapias en un río flaco, nada arisco, aún no contaminado irremediablemente.
Con el final de mi adolescencia también se acabó mi contacto con la naturaleza. No niego que hoy me percato de la existencia de parques, zonas verdes y arborización urbana con sus jardines bien diseñados que hay en los sitios donde la municipalidad decide hacer presencia. Pero no tengo ningún contacto con estos espacios. Tan sólo los percibo como puntos de referencia para las rutas de buses o la ubicación de los barrios. Es como si estos árboles no fueran ejemplares de la naturaleza.

Siendo ya adulto, el campo se convirtió en un sitio oloroso a yerba donde íbamos en pequeñas hordas de amigos a sentirnos bohemios y melancólicos sin que esa variación en la rutina tuviera alguna conexión profunda con la vida o el planeta. Habíamos asimilado la costumbre burguesa de ir a la finca el fin de semana llevando los embelecos requeridos para gozar en el campo de los rituales ejercitados en la ciudad. Éramos entes repitiendo lo que el medio y la época imponían como un reflejo de su esencia mundana. No teníamos conciencia ecológica y ni siquiera urbana. Tal era la poca profundidad con que ciertos temas de la vida habían logrado calar en mi mente. Ver más allá de mis narices no era una opción considerada con seriedad. Durante años fui víctima de un hedonismo inoficioso que sólo vino a ser aminorado por el llamado de los libros.

7 comentarios:

  1. Muy buena autodescripción, tu sentido crítico permanece intacto. Me encanta tu participación, la he guardado en un archivo, como recuerdo. Espero más datos de tu ponencia. Besos y un millón de suerte, mejor dos millones. JA JA

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  2. Interesante reseña. Nada mejor que los libros para deshacer toda vanalidad de la vida.

    Saludos.

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  3. Muy bien Anuar, quedamos a la espera de los siguientes, un abrazo.

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  4. Mis primeros añitos transcurrieron en una casa rodeada de naturaleza con todo lo que ello implica. Nunca me había parado a pensar en ello, a por qué razón conforme me hago mayor, cada vez me atrae más y disfruto tanto pintándola, oliéndola, mezclándome con ella,... a pesar de que el resto de mi vida ha trancurrido siempre en urbes, muchas grandes y alguna pequeña.

    Un abrazo

    *Me gustó mucho

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  5. Linda narración llena de imágines y sensaciones: qué hermosas son las letras para moldearlas y hacer de ellas un sueño.

    Un abrazo

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  6. Feliz día a tu niño interior. Besos.

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