domingo, 6 de julio de 2014

Neardental.






Me compacto. Me quedo inmóvil para sentir como toda mi concentración se condensa en mi quietud. Cada músculo de la espalda atestigua rutinas vividas a martillazos. La fatiga es el somnífero que me sostiene atento. Pienso en mi mujer que huele a vinagre. Su olor entra en mí y me activa ideas sobre la culinaria. Ella me deja experimentar con su sexo y sonríe. Sólo me pide que no sea tan salvaje. Quizás me está pidiendo que sea un troglodita con ademanes de espuma, que cambie las dentelladas por besos tradicionales, que no le meta la verga por el ano. Me concentro para programar mis neuronas con una receta de caricias fuertes y amables, salvajemente domesticadas, fabricadas con más amor que furia. La tragedia de ser un macho defectuoso me hace ver mi hembra como una presa. Soy una hiena enamorada. Ella lo sabe y me abraza. Su sonrisa pone pausa en mi oleaje, sus nalgas me dotan con manos de panadero. Su largo pelo rizado es la arena movediza en que me hundo al final de la noche. No puedo dejar de odiarla por su costumbre de darle a degustar a otros hombres los apetitos de su lujuria.




6 comentarios:

  1. El sexo también crea dependencia...y duele cuando la mujer lo entrega a otros. Quizás encierra un sentimiento que áun no hemos escarbado con paciencia de taxidermista. Saludos. Carlos

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  2. Aún somos neardentales..nos gana la violencia en el sexo. Un abrazo. carlos.
    ..




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  3. Bueno, acá tenemos un personaje de cuidado, cuidado mujeres! O tal vez alguna lo esté esperando, quién puede saber... Un abrazo Anuar

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  4. A pesar de ser salvaje ella lo quiere, aunque también quiere a otros pero seguro que solo a él le consiente algunas cosas.
    Un relato lleno de sensualidad.
    Un abrazo.
    Puri

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