jueves, 13 de febrero de 2014

PG.



He dicho a Mariana tantas veces que soy un tipo excéntrico que he terminado creyéndolo. Quizás también debería confesarle que tengo las pelotas escaldadas por el calor de fin de año.
Hoy quedé atrapado en el cuarto de huéspedes mientras jugaba al inquilino extranjero. Fue necesario destruir la chapa para poder salir.
Llené las cubetas de hielo con vino tinto. A mitad de la tarde serví un vaso de vino a temperatura ambiente. El calor derretía la madera. Puse cubos congelados en mi copa: vino tibio enfriado con vino glacial. Ven que sí soy excéntrico.
En las noches soy asaltado en los tobillos por zancudos amazónicos. Ando desnudo pero uso largas medias de hilo de jugar fútbol.

Hace años decidí no citar a nadie en la redacción de mis pensamientos. Pero en mi cabeza, en los recuerdos que acumulo y revivo, muchas voces dictan las frases con que armo estas bitácoras.
Somos varios los que hablamos por turnos en esta carrera de relevos. Nos pasamos la posta, vestimos el uniforme, pertenecemos a la misma generación, corremos desbocados y sin norte.

Toda mi suerte se condensa en Mariana Carbonell. Esta jovencita diminuta, inestable, impredecible, que jura amarme indefinidamente al tiempo que planea escurrirse por la puerta lateral cuando yo voltee a mirar a esa otra hembra que pasa con ojeras de monja ninfómana rumbo a su empleo en un almacén de extremidades ortopédicas. (En realidad mi mujer anda en busca de un Cromañón que le sacie la entrepierna. Habla dormida).

Limpio las gotas de sudor de mi frente y quedo suspendido sin saber qué decir. No es fácil sostener esta lógica incongruente antes de sapotear temas de reflexión para decidirse a seguir una línea de confesión honesta.
Organizar las perversiones en una narración inodora exige haber evolucionado hasta alcanzar el estado excelso de profeta galáctico más astuto que cualquier mesías inventado hasta el momento.

Mierda. Perdí mi turno.


miércoles, 22 de enero de 2014

Vademécum




Levántate temprano y empieza el día con una buena taza de café oloroso. Nada de sólidos.
Abre la ventana, corre la cortina, ruega que el día sea gris y el clima frío. El sol siempre es mejor al aire libre y con algo de brisa.
Pon esa emisora de música clásica a bajo volumen. No desatiendas los comerciales. Piensa en tu mujer, admira sus contrariedades y mentiras, disfruta el amor etéreo de ese espécimen femenino que te pone la sangre a ritmo de avalancha. Ámala sin esperanzas. Maldísela todo lo que puedas pero nunca sueltes su mano.

Contempla tu rostro sin sorprenderte por las líneas del tiempo. Más bien agradece que ya estás más cerca del fin. Sin embargo, no bajes los brazos, sigue siendo arrogante, escupe el rostro de Dios, dale la espalda al enemigo. Quizás te hiera de muerte, o no. Igual, es tan cobarde como tú.
Confiésale a algún mojigato tu perversidad más aguda y a un verdugo tu cursilería más melosa. Acepta que la moda no sólo finge la belleza sino que la inventa. Deja de hacerle tanta reverencia al vino tinto, cualquier licor sirve para patrocinar la fiesta. La noche tampoco es el paraíso. No pagues tus deudas. Qué harían los otros sin tu vida como blanco de insultos. Nunca huelas feo. Si te enojas, no grites. Si gritas, pronuncia con dicción perfecta.

Lee refranes, escribe incoherencias, dibuja caricaturas, practica recetas, no hagas deporte, no llames a tus amigos, ignora a tus familiares, se firme con tu mascota, no tengas plantas decorativas, huye de las alturas (los abismos te llaman), visita el comercio pero no compres, roba tiempo, come sin peros, no mientas sin editar lo que dices, afina tu memoria, pero que el olvido sea tu mejor defensa contra los desplantes del amor. Antes de llorar, recuerda un chiste ridículo. Mete la panza. No saludes al vecino, sólo mira a las mujeres jóvenes. Dí piropos agridulces. No ahorres dinero. No reniegues del tráfico ni del clima. No esperes la felicidad.
 
 

domingo, 19 de enero de 2014

Reporte Matutino (última parte)




El camino que hay que recorrer debe ser otro. Igual todo puede ser calificado de ridículo si no se le otorga el interés que lo eleve a un estado de valoración significativo. Me siento hablando como un libro de autoayuda. Y eso que ya tengo claro hace bastante tiempo que con la existencia nada ni nadie nos pueden ayudar. Existir es una tarea tan solitaria como infructuosa. De verdad de nada sirven los grandes triunfos. Toda gran vida siempre termina en la muerte, toda gran obra siempre es devorada por el tiempo, o el olvido. Aunque no creo que vivir sea absurdo, estoy convencido de que la vida sí está llena de absurdos. Uno de los más grandes es el amor, aquella inspiración que parece haber sido creada para construir la dicha pero que en realidad funciona como una fuerza devastadora que te muele por dentro y te deja con la certeza de que eres una masa deforme de poco valor. Todo enamorado es ridículo y se ve ridículo, fracasado. No hay mayor certeza de individualidad que cuando se ama. Allí estás solo. No existe la completud. Contra el vacío interior nada puede. Y aunque casi todos quieren ser salvados de ese vacío, lo que al final se termina descubriendo es que ese vacío es fundacional e irremediable. Sólo unos cuantos afortunados salen airosos de la contienda de preguntarse sobre la existencia y su propio devenir. Usualmente son lo perversos, los que no sienten culpa por nada, y sobre todo no sienten la angustia de estar vivos. Esos son los verdaderos elegidos, los héroes, los que pueden deambular por todos los sitios sin sentirse forasteros en ninguno, los que no hablan pues les importa un bledo mostrar lo que piensan. Sus motivaciones son de espuma. No sienten, no aman, y por lo tanto son más individuales que el resto de las personas, más dueños de su vacío. Impasibles ante la voracidad del tiempo, no se sienten envejecer aunque ya estén decrépitos, no esperan la muerte pues desde el nacer han estado muertos, no se empeñan en vivir de una manera triunfadora pues lo suyo es irse gastando sin afán, no durar. No tienen preguntas, no meditan. Nada piden, nada dan. Son los ridículos victoriosos. Los verdaderos maestros de la adaptación y la impasibilidad, los reyes estoicos que sin reírse de nada se burlan de todo.
Para mi infortunio yo no soy uno de ellos. Soy su antítesis. Soy materia emocional blanda y biche. Absorbo todas las sensaciones que me rodean y fabrico con ellas cambuches de nostalgia, y los atiborro de una melancolía agridulce y tibia que es mi maná, los decoro con una ansiedad a media luz, espesa y lúgubre, que es mi nirvana. Sé que toda sabiduría nace obsoleta y es inútil porque se edifica sobre datos del pasado y en realidad nada puede anticipar del futuro, por lo menos no aporta un antídoto efectivo contra la incongruencia humana. Ahí radica lo ridículo de cualquier asunto que se juzgue. Todo es inoficioso. El destino ya está redactado con todas sus cláusulas y no hay apelaciones válidas. Por eso hoy me he vuelto a levantar con la antigua aunque no gastada certeza de que lo mejor es seguir siendo lo que a uno le correspondió ser sin fijarse ninguna meta, sin dejarse tentar por ningún reto, gozar con los giros de la existencia sin emociones desbordadas, sin esperar nada.



domingo, 12 de enero de 2014

Reporte Matutino (tercera parte)



Lo que voy pensando funciona como un pasatiempo que va archivando sus juguetes. En mi cabeza viven múltiples obras de teatro, tomos de diversas sagas, largometrajes de dinastías, series de dramatizados, episodios de historias aisladas, documentales, conciertos, entrevistas, afiches, monólogos; en fin, todo un zoológico visual y sonoro de información entrecruzada sobre la cual medito y obtengo razones para explicarme la vida. Invento diminutas teorías para cada plano de la realidad. Sin embargo acostumbro a expresar muy poco lo pensado, en el fondo desconfío de la lucidez de mis elucubraciones. También he detectado que la gente además de aburrirse con mis disertaciones es poca la atención que les prestan y menos aun lo que logran entender. Pero lo ridículo de la situación es que yo mismo me veo como un muñeco parlanchín inoficioso y no logro evitarlo. Quizás en el fondo no quiera. La masturbación mental también tiene su sabor a postre. Sé que la verborrea es un mantra que ensordece, que no hay palabra que supere el silencio, que con una palabra se creó el universo, que… Bueno, hacer un listado de máximas inoficiosas tampoco aportaría ninguna luz sobre por qué las cosas se ha vuelto tan ridículas.



viernes, 3 de enero de 2014

Reporte Matutino (segunda parte)



Los paseos que doy en solitario por la ciudad me permiten divagaciones que me embelesan. El viejo centro histórico con sus fachadas coloniales me hace viajar a épocas pasadas descritas en novelas del siglo pasado. Siento que con el entrenamiento adecuado podría ser un filósofo de buena monta. O un meditador de oficio. Eso, esa idea está más acorde con lo que puedo hacer, con lo que me viene fácil: meditar, armar pequeñas cápsulas de información trascendental, aforismos que causen la sensación de que el conocimiento es un tesoro que vale algo, que la liviandad tiene un agridulce grato, placentero; y que en la monotonía de lo cotidiano se puede flotar o bucear sin fracasos descomunales.
Aquí mismo me encuentro pensando en lo ridículas que se han puesto las cosas. Socialmente funciono como una pieza bien encajada, sin mayores defectos. Soy un individuo útil, no ofrezco peligro y los riesgos de que me descomponga irremediablemente son escasos. Al contrario, aporto una pizca más de lo esperado y aunque eso no me hace indispensable sí me hace confiable. Las personas confían en mí sin mayores esfuerzos. Yo mismo confío en mí, por eso sé que sin importar la magnitud de mi desazón nunca atentaría contra mi vida. El tamaño de mi vanidad se mantiene intacto por dentro, protector e infalible. Mi cuerpo ha empezado a cambiar con el paso de los años. Mi rostro es cada día más parecido al de mi padre, con sus arrugas profundas en la frente y su papada. Mis ojos siguen siendo únicos, no heredé la mirada de nadie de la familia, miro como quien quisiera pasar de largo a través de los objetos o detectar de golpe la historia de las personas. No como alguien que sospecha o escudriña, sino como alguien que es nuevo en el mundo o era ciego y recién ha obtenido la capacidad de ver. La curiosidad es el lema de mis días, es la que impulsa mi puesta en escena, la glotonería no aminora. A pesar de que muchos sucesos parecen repetidos, es poco lo que dejo pasar. Incluso lo insignificante es digno de ser tenido en cuenta para armar el rompecabezas. Miro para adivinar cómo sucede la vida y, como esa pretensión es imposible de lograr a cabalidad, termino meditando especulaciones ocurrentes sobre esto y aquello sin dar con el meollo de nada. Lo cual tampoco me genera frustración alguna.


sábado, 28 de diciembre de 2013

Reporte Matutino (primera parte)





Las cosas han empezado a ponerse ridículas. La lluvia sigue sonando sobre el tejado de acrílico con un ritmo monótono casi desesperante. De no ser porque soy básicamente un tipo normal, podría usar ese ruido como excusa para acabar con mi vida. Bueno, aceptemos que la cuota de mi normalidad ha descendido bastante últimamente, y no es por encierro o soledad. Más bien ha sido por desgaste de mi sensatez.
Pongo a sonar un poco de Blues para que contrarreste el ruido del invierno y embutido en mi suéter favorito me siento a mirar por la ventana los farallones de azul grisáceo que al fondo del valle exhiben sus jorobas mojadas.
Tengo la compañía de la mujer que deseo. No es exactamente la que satisface el estereotipo de pareja delirado pero sí uno que me colma las necesidades básicas, me refiero a que me ocupa la mente y las horas con risas y pequeños proyectos cotidianos como cocinar, salir al cine, leer algún libro, ver una película, hablar sandeces; lo cual me hace pensar que la felicidad puede reemplazarse por la rutina entretenida de mantenerse ocupado. Por supuesto hay muy buen sexo. Mi mujer y yo formamos un ensamble fácil en el que las aristas encajan bien aceitadas. No hay tropiezos que puedan causar pánico aunque ya el desamor me enseñó que la pérdida puede ocurrir en cualquier momento y no hay nada que pueda evitarla. Bueno, no es esa la razón de mi desazón. Mis miedos pelechan en otros lares.
También puedo ir donde desee aunque mi hábitat es el espacio más acogedor que he hallado. Aquí he fabricado rincones temáticos por los que realizo mi safari de cavernícola feliz. Tengo la música, los libros, el vino y los manjares de que me puedo antojar, que son pocos y suficientes. Creo que intento ser un espécimen de esa raza de intelectualoides huecos que se resiste a la extinción.
Usualmente voy a las librerías a gastar buenas horas hojeando libros de pintura impresionista. Me encantan esas pinturas que adrede han sido realizadas sin tanta pureza en los trazos pero con gran cuidado en el tema. Los artistas han descubierto una salida del laberinto e intentan comunicarlo, sólo que el código usado no es fácilmente descifrable.

Esas pinturas me hablan, me sugieren vidas inspiradoras por estrambóticas. Me transportan a las ciudades donde me gustaría perderme por largas temporadas. No huyendo de nada, pues todo lo acarreo dentro, los recuerdos y los anhelos. Más bien para llenarme de esas otras sensaciones que sé que existen, las he sentido en ciertas épocas del año en esta tierra tropical y supongo allá en esos otros lugares me acompañarían a menudo. Me refiero a cierta luz moribunda del atardecer obsequiada por la neblina, colores opacos víctimas del frío boreal, nieve sin ruido.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Sendero.







Quisiera hablar, decir todo lo que va pasando por mi mente, básicamente recuerdos, aunque debería decir que lo pensado son ideas que invento como recuerdos. Incluso había concluido que hablaba con un personaje inventado para interactuar en mis diálogos pero ahora sé que es conmigo el soliloquio. El personaje soy yo.
Mi voz funciona como un narrador que hace varios oficios al mismo tiempo. Guía, confronta, corrige, desecha, deja pasar de largo, devela, archiva, pero nunca me atropella, nunca excede mis posibilidades de asimilación. Por lo demás las ilustraciones que uso para contar hallazgos son divertidas, tienen descripciones vivaces, el fraseo es coherente y el decorado sutil. Todos los temas giran cerca al mismo eje, la búsqueda de un nivel de entendimiento que me permita alcanzar la templanza necesaria para aceptar que existir es inútil.