jueves, 24 de marzo de 2011

Rastros 10.

Un amigo teatrero profesional, trotamundos, Gourmet, enamoradizo de bellas divas, exquisito lector, me pidió que le contara como escribo para así darle una podada a sus propias bitácoras a partir del acercamiento a mis estrategias. Yo le dije que simplemente le contaría como es que narro eventos de mis días a través de Soliloquios. Así nació el primer Rastros, hablando de cotidianidad. Hice 10 en total. Luego mi forma de mirar la rutina me llevo por otros senderos hasta desembocar en una colección de postales que he titulado Cotidianas y pronto daré a conocer. Ya vislumbré que me dirijo hacia una serie de escritos que llamaré Versos de Transeúnte, y son la evolución de lo que desde hace años vengo llamando Soliloquios y Poeticuentos. Sólo atinaré a decir que mi alter ego de Zombi Delirante produce textos que quizás en nada han ayudado a mi amigo en su búsqueda. Sé que él sabrá perdonar los desmanes de mi vanidad, mi egoísmo de ermitaño. Sólo escribo para mi, para ser escritor. Todo es mera literatura. Ficción para redirmir a los desahuciados.

Aquí va pues, en su honor, el último Rastro.


Me obligo a ser un transeúnte en la intemperie, lo que implica deambular por la ciudad entre chubascos y sofocos. No me detengo ante ningún suceso arquitectónico o humano, no aminoro el paso, no lo apresuro. Mis pasos no tienen medida, tampoco dirección. Yo los llevo hacia adelante o en giros inesperados. No miro a los lados, sólo enfoco el frente, la avenida que se adelgaza al fondo, las nubes que pierden el tiempo anunciándome el clima, las alambradas eléctricas son cercas demasiado altas. Ladronas de cometas. No servirían para tender la ropa recién lavada.

Barrios del centro. Voy adentrándome en un paisaje pintado con acrílicos sin brillo. Los colores están manchados. Hay mostaza, verde jungla, caoba. Huele a hule. De ninguna parte llega un viento sobre mi cabeza, me pone ensoñaciones frescas que no he pedido. Las seis y quince de la tarde. No hay alimentos en casa para hacer la merienda. ¿A qué volver entonces? Mejor me subo a un autobús que me lleve a dar una vuelta por la ciudad avanzando en líneas rectas y ángulos rectos y haciendo paradas donde se ven montones de gentes con gestos de jornada concluida y miradas que buscan adentro la razón de tantos ciclos repetidos. La intemperie que llevo dentro está a punto de soltar una carcajada. Saber que tu rostro me espera no alivia mi espalda dolorida pero me jala hacia tu orilla.


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3 comentarios:

  1. Muy interesante el escrito. Imagino que has pensado en novela como me dijiste.

    Saludos

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  2. Que dificil me parece explicar como respiras

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  3. Impecable Anuar!

    Así da gusto recorrer la ciudad.

    Un beso o 2 *

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