miércoles, 16 de marzo de 2011

Rastros 8.

Me miro los ojos, me miro mirándome los ojos, y descubro que mi mirada es un espejo sin fondo. Una mujer está abrazada a mi cintura y yo miro a la pared de enfrente, en su pintura opaca encuentro mi reflejo, y sobre mi rostro un par de ojos perdidos en un horizonte desteñido.
Fui programado para sentir más despacio en las tardes de domingo. Mi cabeza está fría, mis manos quietas. Las palabras con que redacto esta parsimonia en realidad no dan cuenta de lo que siento.
Tal vez quiero decir que cuando el amor desocupó mi cuerpo se llevó mi sangre y a cambio me dejó un fluido sin temperatura.
Entiendo que toda emoción es pasajera aunque su recuerdo sea indeleble.
Mis ojos son el agujero por donde escapan las imágenes del recuerdo, y a la par, el embudo por donde recibo al mundo que viene a saturarme con su mansa podredumbre de absurdos hermosos.
Miro a la mujer que me mira y sé que su abrazo me pone sobre tierra firme aunque no me quita el vértigo.


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