lunes, 4 de julio de 2011

R12

Los Trascendentales...


Los trascendentales tienen cara de protagonista de película trascendental. Su mirada oscila entre lo profundo y lo difuso. Fuman cigarrillos sin filtro. Coleccionan objetos. Escriben grafitis. Comen pan integral pero no odian el huevo frito. Recitan discursos sobre la métrica de los poemas Alejandrinos y los Hai Kus, los esquemas lacanianos y la semiología. Conocen las artes secretas del Vudú, la teoría cuántica, las epístolas bíblicas, los diálogos de Platón. Cómo cultivar correctamente una huerta hidropónica, cambiar un pañal o limpiar el carburador del auto.
Hablan del poder hipnótico de Moisés, la varita mágica de Mandrake y los pases magistrales del Pibe Valderrama o cualquier otro deportista cotizado del momento.
Los trascendentales son unos animales de pantaloncillos psicodélicos, gestos frenéticos, ademanes contagiosos y pegajosa aura mágica. Se sientan en flor de loto, con la pierna cruzada o imitan la sugestiva pero incómoda posición del pensador de Rodin. Se empeñan en nunca tener el alma de reposo.
Llevan a cabo recitales sobre las flores y la luna.
Se embadurnan con variadas fragancias de la tierra y la madera para asumirse como seres exóticos o afrodisiacos. Tartamudean en varios idiomas.
Expresan gozo casi hasta el desmayo, al observar obras de arte de las cuales aseguran comprender la profunda esencia del artista. Caminan a prisa o flotan. Tienen en la mente una claraboya, una bragueta en el corazón y bajo la cama una bacinilla o un alicate oxidado. Ocultan celosamente en la cartera un escapulario verde, una foto ajada y preservativo por usar.
Llevan bajo el brazo libros raros, crucigramas resueltos a medidas y el último ejemplar de Playboy. Alaban los poderes naturales del ajo y hacen culto a la cannabis. Recitan de memoria los nombres de los mejores exponentes de la música clásica, el Jazz, el Blues, la Trova Cubana y también cantan estribillos de boleros, tangos, baladas y rancheras. Aman a todas las culturas. Odian a todas las culturas. Aman a los niños. Aman los animales. Repudian a los imperialistas y los desprestigiados.
Podrían pasar horas tirados en la hamaca de las reflexiones terminando su teoría que explicará el universo.
Los trascendentales usan ropa multicoloreada, mochila Arhuaca, atuendos de accesorios variados con pañoletas, cinturones y sombreros. Llevan el pelo en la libre maraña.
Algunas veces hacen deporte como culto a su cuerpo que es un templo de sensibilidad infinita o lastiman sus tendones y coyunturas al querer adquirir en media hora las habilidades milenarias de las contorsiones del Yoga. Si tuvieran tiempo practicarían Judo, Tai Chi, Hap Ki Do y hasta Lucha Grecorromana o Boxeo.
Narran toda la historia de la cultura oriental con sólo ver una colorida serpiente en el dorso de una tacita de té japonesa. Conocen el mensaje de cualquier jeroglífico de cualquier época de cualquier cultura.
Los trascendentales se inscriben en los círculos de los sabios que están de moda en la ciudad y en hordas frecuentan la taberna, el cineclub, los parques naturales y todos los foros sobre ovnis y extraterrestres.
Se autodenominan histéricos, psicóticos, neuróticos, esquizos o simplemente artistas. Entablan apasionadas relaciones amorosas con una persona distinta cada tres meses a la cual inundan con tiernas esquelas y ositos de peluche.
Sufren insomnio y sueños inconclusos repetidos. Padecen de dolor de muela, gastritis, miopía y jaqueca. Intentan arrancar melodías de flautas, guitarras o maracas. Armonizan su voz con un sonsonete seductor y plasman ideas matizadas en batik, óleo y crayón. Tienen un cassette grabado con la verdad y el manual de la felicidad completa.
Los trascendentales no cumplen citas o son muy puntuales, pues ante todo son simples seres humanos comunes y corrientes que quieren dejar de ser simples seres humanos comunes y corrientes.
Todo cuanto actúan es reflejo del inmenso hueco que tienen en su alma. Cuando están ebrios semejan bufones o saltimbanquis salidos de una tragicomedia moderna mediocre. Alaban el suicidio pero esperan la reencarnación.
Francamente, los trascendentales me dan asco, sobre todo cuando me miro al espejo.


anuar bolaños.

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9 comentarios:

  1. Magistral. Muy sincero, muy real. Yo también me odio a veces.

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  2. No seas tan duro con vos mismo, Anuar, todos tenemos nuestro lado oscuro al que tratamos de manejar lo mejor posible para que no nos domine. En contrapartida, tu lado luminoso deslumbra a tus lectores.
    Una tontería: Una tecla traviera te convirtió, ciudad en cuidad. Un abrazo

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  3. Anuar, nunca había leído algo así, tan bien redactado y tan veraz. Pienso, que todos nos odiamos en algún momento, aunque no te mires al espejo. Gracias por publicar, no dejo de aprender. Gracias nuevamente.
    Saludos de Norma Soriano.-

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  4. Y una mía, traviesa en traviera, ja ja ja.

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  5. María Cristina,

    En mi literatura no hablo unicamente de mí.

    Mira a tu alrededor, dime si vez uno que otro personaje de los que describo en los "Trascendentales" deambulando por ahí...

    O dentro de nosotros.

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  6. Personalmente, una de las cosas que más me divierten de nosotros los trascendentales, son las discusiones sobre arte, en cualquiera de sus vertientes. Nos enfrascamos en averiguar el verdadero sentido de la línea recta mientras su autor nos mira y piensa: ¡Pero si sólo es un trazo que se me escapó! De la misma forma que atribuimos cien significados a la palabra “dolor”, cuando el escritor sólo se quejaba de una mala postura al dormir. No puedo evitar partirme de risa.
    Obviando este intrascendente comentario, la trascendente ironía y fluidez de este texto, trascienden la línea de un simple comentario e invitan a guardarlo, para releerlo cuando suframos otro ataque de trascendentalidad.
    Un saludo, que trascienda el Atlántico, de parte de este intrascendente lector.

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  7. Claro, Anuar, por eso escribo "todos tenemos" ahí también me incluyo. Pero lo que no todos tenemos es tu talento.

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  8. Dejo un abrazo en esta lectura que hoy hago a tu blog y donde descubro abecedarios conjugados de forma interesante.

    Anna Francisca

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