
Lo que voy recibiendo a diario es
parte del entrenamiento que la vida me da para hacer de mí un escribano de
oficio. Podría decir que soy yo quien se pone en las coordenadas exactas para
recibir las descargas de pasión que me llegan. Paso de la culpa y la desolación
al cinismo y la indiferencia. Seguro todos los desahuciados somos similares y
tenemos esos matices en proporciones diferentes. Esto constituye la versión con
que me desenvuelvo día a día. Lo que recibo de las personas y el mundo es el
alimento que después de ser procesado en mi cabeza arroja el bagazo con que me
pongo en escena. No realizo una actuación premeditada, ese soy realmente yo. Yo
soy ese que extiende ramas en todas las direcciones buscando alguien para que
venga a hacer nido dentro de mí. No quiero ser coleccionista de amores
furtivos. Busco con desesperación. No sé cuando hacerme a un lado. La
desolación me guía, la melancolía me lleva por senderos que no van a ningún
lado, ando en círculos, cuesta bajo, rodando un poco, trastabillando otro
tanto, con muchos ruegos en la boca pero mucho temor frenándolos con la mordaza
de la cobardía.
Tengo demasiada teoría en la
cabeza. Allí soy un héroe de amor, un hombre que empeña su palabra y jamás la
rompe. Mis actos quieren apuntar a cumplir esta promesa, este mandato que yo
mismo me he dado, Amar es dar por siempre, sin límites ni cansancio.
Pero me encuentro solo. No hay
quien quiera hacer eco a ese comando, les suena hueco, me ven hueco,
desesperado, tieso. Mi cabeza anda a tanta velocidad que mis gestos se mueven
vertiginosamente. Soy un loco, atemorizo a todos. Soy una estatua de arcilla porosa
que muchos quisieran desmoronar. Mi arrogancia les lastima y me lanzan
escupitajos. Entonces levanto la mano y muestro un poema. Recibo miradas de
diversas facturas. Hay solidaridad y pausa, se ven brillos curiosos, soy
coleccionable, causo hilaridad, desconcierto, lástima. Pero ninguno me admite
contradicciones. Saben que al darle la vuelta a cualquiera de mis destellos
queda al descubierto mi brutalidad, mi simpleza.
Yo trato de mantenerme erguido,
miro al frente, esquivo abismos. Sé que toda construcción fina en últimas nos
deja solos, su opuesto -el desatino- causa igual efecto.
Y así voy.
Como resumen de esta barbarie de
ideas, de este lamento mal adjetivado, me queda una fatiga espesa que no me
deja respirar bien, no duermo en calma, deambulo por mis días como un poseso, y
sin embargo río (¿Cómo se verá esa mueca desde afuera?), abrazo, prometo y
cumplo, voy, pago mis deudas, acudo, tiendo la mano, reciclo sueños, sé cuál
libro es bueno, beso el vacío, amo mi sombra, extraño el llanto.
2005.